Palabras del Autor
El presente texto no es una historia ni una crónica de Monte Grande ni una novela, sino un puñado de recuerdos y reflexiones de Juan Pueblo, sin pretensiones literarias, documentales, cronológicas ni orden temático. Trátase de un nostálgico paseo por el ayer, cosa que siempre soñó escribir, pero que fue postergando año tras año por distintas razones, hasta que hoy, con haber jubilatorio mínimo en castigo por haber trabajado más de 40 años, hoy, aprovechando cuadernos, papeles, lápices y lapiceras descartados por sus nietos, decide cristalizar su ansiado sueño. Es un texto más improvisado que planeado, pero que entraña la mayor sinceridad y espontaneidad. En la errónea e ingenua creencia de que yo sabría corregir y perfeccionar sus apuntes con mejor redacción, JP me ha encomendado el inmerecido honor de pasárselos en limpio en mi vieja Olivetti de tracción a sangre, lo que me impone la responsabilidad moral de hacer lo imposible por complacerlo para que sus originales vean por fin la merecida y tan soñada luz pública en forma de libro.
A Juan Pueblo le fastidian las fechas, los datos geofísicos, estadísticos y la mayoría de los nombres de los personajes involucrados en la historia montegrandina. Por eso se limita a efectuar un relato llano de lo que vivió, a lo que agrega datos y anécdotas tomados de recortes periodísticos y uno o dos libros que encontró sobre la materia, y en especial testimonios verbales de innumerables convecinos de la tercera edad, muchos de los cuales tienen la gentileza de vivir más de la cuenta para que, llegado el caso, puedan dar fe de sus dichos.
Para JP, el Pasado de Monte Grande, es el que le tocó vivir en su niñez, adolescencia y juventud, o cuando mucho, a partir de fines del Siglo pasado y principios del presente y concluye al construirse el faraónico Aeropuerto Internacional de Ezeiza, en su momento el más grande del mundo. Ahí comenzaría, según él, el Presente que se prolonga hasta nuestros días.
- ¿Pero por qué Juan, hacés tan insólita y presuntamente antojadiza división de la historia y por qué le das tanta importancia a esa obra nacional? - le pregunto, a lo cual contesta sin la menor vacilación:
Porque para el hombre de la calle, el ciudadano común, el Pasado es lo que ha vivido, no los siglos y milenios anteriores. ¿A quién le importa eso, salvo al estudiante, al profesor y al investigador? Pero ellos deben huir del presente libro como de la peste y recurrir necesariamente a decenas y decenas de textos especializados de Historia, en los que encontrarán miles y miles de informaciones más o menos fidedignas desde Cristóforo Colombo hasta nuestros días. En cuanto al Presente montegrandino, es algo muy actual, que aún vivimos, y comienza, como te decía recién, con la construcción del Aeropuerto, porque esa monumental obra produce la primera y única revolución en la gesta local, puesto que cambia profundamente nuestra fisonomía comarcal, al absorber inmigrantes europeos y argentinos del interior (los “cabecitas negras", o “cabecitas”, como bautizáramos entonces a los provincianos ¡cómo si nosotros no lo fuéramos!), y ese cambio etnográfico, Primo, despierta la conciencia de nuestro apacible, solitario e ignorado pueblo casi campesino, sumido en un letargo secular para iniciar una vertiginosa e imparable era de profundos cambios sociales, comerciales, industriales y culturales que se prolonga y aún sigue en la actualidad. Dicho de otro modo: el Antes y el Después de Monte Grande, lo marca ineludiblemente la construcción del mencionado Aeropuerto. ¿Se entiende lo que quiero decir?
Hasta ahora, y Juan Pueblo tiene razón, sobre Monte Grande sólo se ha escrito uno o dos libros que él ha leído y que en realidad, según su opinión, serían más bien recuerdos o memorias, como el presente.
Del escaso material publicado, - dice sic JP aquí en este apunte, - si bien se rescatan algunos datos de interés, se observan exageraciones o se eluden subrepticiamente verdades por sospechosa confraternidad social, política o simple amiguismo. De acuerdo a ese pobre y aislado material, Monte Grande habría sido la creación espontánea de una cofradía de funcionarios, terratenientes, adinerados e influyentes, cuando en realidad, con honradas excepciones, estos no hicieron tanto por el pueblo como por su bolsillo. El verdadero hacedor de Monte Grande y que no se menciona ni por error en esos textos, fue el pueblo trabajador: peones, operarios, empleados públicos y privados, comerciantes, profesionales y tantos otros anónimos vecinos que brindaron su esfuerzo convirtiendo un campo en aldea, una aldea en pueblo y finalmente un pueblo en la gran ciudad que hoy conocemos y que nos asombra día a día con su vertiginoso crecimiento demográfico, comercial, industrial y cultural, hasta el punto de que, cuando voy por la calle (por la vereda mejor dicho), me pellizco con disimulo y me pregunto si estoy en verdad en mi viejo y querido Monte Grande o en una de esas desbordantes ciudades de una republiqueta bananera latinoamericana. Fue el pueblo trabajador, repito, no los de “arriba”, el que aparte de ganarse su pan, con muchos sacrificios pagó tasas municipales que jamás se supo en qué las emplearon los numerosos intendentes o comisionados y demás funcionarios de la clase dirigente y sus aliados de la “sociedad” local, con honradas excepciones, vuelvo a repetir. Empero y por desgracia, esos “personajes” de la oficialidad y los de su entorno, se convirtieron de la noche a la mañana en “próceres” cuyos nombres compiten y se perpetúan al lado de San Martín, Belgrano, Sarmiento, Saavedra, Moreno, etc. en la nominación de nuestras calles. Y por último, también hicieron nuestra historia vernácula... ¿quienes? ¡Los artistas y los literatos! Que tampoco se mencionan en esos escritos, lo que revela una neta ignorancia e incultura. Esos ilustres desconocidos, sin el menor apoyo oficial, difundieron cultura en forma gratuita, espontánea y desinteresada, con exposiciones, conciertos, representaciones teatrales, escribiendo y haciendo conocer sus poemas, cuentos, novelas, ensayos, composiciones musicales, etc.
Como ya es fácil de suponer, ¡Juan Pueblo es el hombre menos indicado para escribir una historia oficial de Monte Grande! Apenas menciona en sus apuntes (cuando no le queda más remedio) a los que se enriquecieron o aumentaron sus cuantiosos bienes a costa del sudor del pueblo trabajador, durante las largas épocas en que no había posibilidades de denunciar sus ilícitas y subrepticias actividades. Según le contaron de buena fuente y le consta de múltiples ejemplos de los que fue testigo, hasta ayer nomás, los intendentes o comisionados se nombraban a dedo por amiguismo o correligionarismo político, o eran abortos de fraudulentas votaciones. Por eso, cuando lee algo referido a nuestro pasado en lo que se glorifica inmerecidamente a esos inopinados “próceres” a los que los aduladores incluso nombran con los prefijos de “Señor”, y “Don”, exclama ilusionado:
Espero que en el futuro surjan periodistas e historiadores que investiguen en forma exhaustiva nuestro ayer y sin temor alguno (ahora que hay Estado de Derecho, Libertad y Democracia), desmistifiquen a los malos funcionarios con nombres y apellidos, y graben en letras de oro los de los pocos honestos. Yo sé que muchos de esos malos funcionarios, ricos e influyentes, se recuerdan en nuestra “historia oficial oral“ (¡y en nuestras calles!) nada más que por haber donado una carretilla de ladrillos, una banderita o una plaqueta a una escuela o entidad. Yo sé mil cosas más de las que escribo, pero si debiera publicarlo todo, llenaría unos cuantos tomos de apretada escritura como la de la guía telefónica ¡y no me alcanzaría la vida para escribirlo ni al lector el tiempo para leerlo! Yo tengo esa intuición y sabiduría ancestral de todo pueblo y gozo de un privilegio sobre cualquier ciudadano habido y por haber: ¡el de haber vivido en todas las épocas y haber presenciado todos los acontecimientos que se mencionan en mi libro! Si no, ¡no me llamaría Juan Pueblo!
Huelga decir que todas las opiniones personales vertidas en su Del rancho al rascacielo, corren por su exclusiva cuenta. Y como el libro es suyo y no mío, el que suscribe, es bien poco lo que ha podido emitir de las propias. Para diferenciar lo que vamos relatando entre ambos, dentro de lo posible utilizo letra cursiva tratándose de acotaciones y reflexiones que a último momento hace Juan Pueblo, las que, si bien interrumpen la continuidad de lo que escribo, en cierto modo nos permite evadir la rutinaria y fría prosa clásica que deja a más de un lector dormido y bien pronto termina no leyendo el libro y regalándoselo al primero que encuentra en su camino. Y creo que sobra aclarar definitivamente (pues JP lo hace a menudo) que cuando habla de funcionarios, terratenientes e influyentes, se refiere a la mayoría y no a las honradas excepciones (las mismas que piensa el lector en este instante) por las que tiene la más grande admiración y el más profundo respeto.
Y para finalizar con estas palabras preliminares, Juan Pueblo y el que suscribe, quieren expresar su más sincero agradecimiento a los innumerables vecinos que gentil y desinteresadamente aportaron directa o indirectamente (¡muchos sin saberlo!) muchos de los datos y recuerdos que dan cuerpo a este libro, honorables vecinos cuya nómina sería muy extensa y en la cual, sin duda y no de mala fe, omitiríamos quizá a los más importantes.
Empero, merecen destacarse en párrafo especial, por los informes suministrados en forma directa o indirecta ( oralmente o con
sus artículos periodísticos), a la señora Providencia Grau de Álvarez, el señor Américo La Vía, la señorita Isolina Siciliano y a los señores Pedro Rubén Campomar y Esteban Giantomassi.
M. Grande, Mayo de 1986
Juan Pueblo
Por lo anteriormente expresado, JP tiene un concepto escueto y personal del Pasado montegrandino, y como también se ha dicho, a él no le interesa más que lo referido específicamente a nuestro pueblo, desde fines del siglo pasado o principios del presente, hasta la construcción del Aeropuerto.
Él sabe, sí, que hace unos cuantos siglos - no recuerda ni quiere saber cuántos, - expedicionarios españoles descubrieron, conquistaron y colonizaron las tierras del Plata. Que combatieron con enorme superioridad bélica contra los aborígenes que vivían en la edad de las cavernas y que terminaron matando a miles y miles de ellos y ahuyentando al interior a otros tantos. Sabe también que la Ciudad de Santa María de los Buenos Aires se fundó en dos ocasiones. Que una vez lo hizo don Pedro de Mendoza y otra don Juan de Garay, aunque no recuerda cuál de ellas fue la primera y cuál la segunda. Tendría que fijarse en los libros de historia de sus nietos, pero luego de meditarlo, llega a la conclusión de que para nuestro caso ese detalle no tiene importancia, puesto que no es la historia del país la que nos interesa sino concretamente la de Monte Grande. Por eso da lo mismo que hubiese una o dos fundaciones de Buenos Aires, y da también lo mismo el orden de las mismas: ¿no se dice que el orden de los factores no altera el producto?
Él tiene entendido (¿y quién le puede discutir a Juan Pueblo?) que esos señores españoles y los que les siguieron, a través de los siglos regalaban (¡como si fueran suyas!) grandes extensiones de tierras quitadas a los indígenas. Se regalaban por méritos a militares, civiles o simple amiguismo (¡empezaba un abominable hábito que aún perdura en nuestros días!) a personas, que a su vez, las trabajaron un tiempo para que dijeran, pero terminaron fraccionándolas y vendiéndolas, hasta que llegamos a fines del Siglo pasado. ¡Es a partir de allí que comienza lo que a JP le interesa saber y escribir, o sea la génesis del pueblo de Monte Grande!
Ahora, con múltiples problemas y preocupaciones personales (esencialmente de índole económica por la miseria que le paga como jubilado), Juan Pueblo acaba de pagar algunos servicios en el centro de Monte Grande y espera el colectivo Barrio Lindo, en la parada de la Estación, frente a la cisterna de Obras Sanitarias que remeda a un plato volador o un hongo. Mientras aguarda en la cola, imagina que hace vaya a saber cuántos siglos, en ese preciso lugar donde está parado, pudo existir una choza indígena o bien cayó muerto un español alcanzado por una flecha o una lanza aborigen, o fue ultimado un nativo por un disparo de arcabuz. Imagina también, que donde ahora está el monumento a La Madre, en la Plaza Mitre, a lo mejor había achicharrándose al sol e invadidos por las aves de rapiña, las moscas y las hormigas, el cadáver de una madre querandí con su bebé en brazos, muertos por los disparos de las armas de fuego de los blancos.
¡Pero ahí llega el colectivo! Menos mal porque Juan JM tiene apetito y quiere llegar a casa lo antes posible. Imagina a su bisnieto Pichi esperándolo detrás de la puerta de calle. Este no es el mejor momento para concentrarse en la narración que pretende escribir desde hace muchas décadas.
Como es harto sabido ya, JP detesta las fechas. Por eso dentro de lo posible las elude, pero a veces anota el año al comienzo de cada párrafo, para que el lector se ubique en el tiempo y no crea que lo que cuenta, sucedió la semana pasada.
El Pasado
En 1587 se produce el más importante reparto de tierras en lo que hoy es el Gran Buenos Aires. Es fácil imaginar que su valor era e0scaso y por lo general, como se ha señalado más arriba, se obsequiaban. Acota JP:
Como en esa época yo no estuve en el ejército (porque era rengo y servía de aguatero en el pequeño barrio céntrico) y por lo tanto no maté indios, y como tampoco era amigo ni chupamedias de funcionario alguno, en esa “repartija” de miles y miles de hectáreas, no ligué siquiera un lotecito para hacer mi rancho. Pero no importa porque afortunadamente lo poco que hice y que tengo me lo gané con el sudor de mi frente, estoy con los impuestos municipales y rentas de la Provincia al día y puedo andar por la calle con la frente alta.
En Buenos Aires, se habían construido algunos edificios emblemáticos e imprescindibles como el Cabildo. En 1595, en otra repartija de tierras (como dice JP), el procurador Mateo Sánchez, es agraciado con una gran extensión de campos que hoy ocupan varios distritos, entre ellos el nuestro.
Tanto en Buenos Aires como fuera de ella, existían algunas casas de fin de semana y de explotaciones rurales. En ambos casos, eran kilómetros de tierras vírgenes, lagunas, arroyos y bosques, y trasladarse de un lugar a otro insumía jornadas de viaje en carretas, carretones o a caballo. Es fácil imaginar la odisea que representaba viajar desde el centro de Buenos Aires (el Cabildo) hasta los Montes Grandes.
En el año 1600 en la Ciudad de Buenos se abría su primera escuela pública.
Me acuerdo de eso y me acuerdo también que sólo era para chicos de gente de la oficialidad e influyente. ¿Qué iban a entrar mis chicos, siendo yo en esa época un simple peón del puerto?
Siendo gobernador de la Provincia de Buenos Aires Francisco Céspedes, años después hay otro reparto de tierras.
Era lógico, un Céspedes no podía sino repartir tierras, que es donde hay céspedes,
Le fue entregada una gran zona de nuestro distrito a Juan Gutiérrez Umanes, considerado el Adán de los colonos de los montes grandes. Éste y familia se dedicaron a tareas agropecuarias. Enviaban el excedente de sus productos (por supuesto la casi totalidad) a Lomas de Zamora, cuando no a la misma Buenos Aires con los lentos carromatos de la época, por apenas insinuados caminos - a los que había que agregar a veces lluvias, zonas semi inundadas y barro, - cuya travesía llevaba jornadas.
Recuerdo que una vuelta, mi cuñado Arturo y yo llevábamos un carro de papas desde la finca de los Umanes... ¿quién decís vos, Humanes?... Ah, sí Umanes era un hombre muy bueno y humanitario: el nombre te lo dice. Entonces, como te decía, llevábamos un cargamento de papas a Lomas por un camino que hoy no existe ni existió nunca, porque en realidad era una senda improvisada, un atajo, que reconocías por las huellas dejadas por los carros y las pezuñas de los bueyes. Como a mitad del trayecto, por donde ahora está el Cruce Lomas, nos agarró una tormenta de la gran siete. No sé cómo sería una de la gran ocho o gran nueve. Era una lluvia de esas que no se olvida en toda la vida. El carro volcó y con él nosotros, las papas y los dos pobres bueyes, pobrecitos. Las papas se desparramaron e incrustaron en el barro y en los charcos. Para que los pobres bueyes pudieran levantarse, los desatamos del carro. Los pobres bichos no se podían levantar porque resbalaban y se volvían a caer y pegarse al barro, hasta que al final lo lograron. Detrás de la lluvia siguió una feroz granizada. Las piedras eran “así” de grandes, pero mirá, Primo, si no mirás no te puedo mostrar: Eran “así”, como adoquines. Como el carro había quedado vacío, hicimos lo imposible por enderezarlo, y nos refugiamos debajo hasta que paró la lluvia y el viento como a la hora. ¿Las papas? Y... hubo que darlas por perdidas. ¿Qué vas a juntar entre el agua, el barro, los yuyos y los cascotes?
Por el año 1758, las tierras que formaban la estancia Los Remedios, y que pertenecerían en el futuro a nuestro Distrito, fueron adquiridas por un presbítero llamado Juan Alonso González y Aragón. La casona, de planta baja y algunos altos, tenía su propia capilla, desde luego con la Virgen de los Remedios.
¡Ah! Hiciste bien en aclarar eso de la Virgen de los Remedios, porque más de uno creía que la estancia se llamaba Los Remedios porque ahí había un depósito de remedios.
Actualmente ahí está parte del Aeropuerto Internacional de Ezeiza. Se dice afirma que el religioso era bisabuelo del general Manuel Belgrano, por lo que se supone - se supone, - que éste debió visitar la finca en más de una oportunidad. Lo que sí consta es que allí pasaban sus vacaciones los huerfanitos de las Hermanas de la Caridad de Buenos Aires. El establecimiento fue comprado en 1822 por Pablo José Ezeiza.
Está bien aclarado: Pablo José Ezeiza. Algunos lo confunden con Gabino Ezeiza, que era un payador.
Más adelante sería comprada por Juan C. Zimmermann. Al poco tiempo, por el año 1850, se la adquiere su cuñado, el barón Franz Halbach, que había llegado al país en muchos años antes y se dedicaba a explotaciones agropecuarias. Este hombre fue el primero que en nuestro país perimetró su hacienda con alambre y cuán noble era ese metal, lo prueba el hecho de que aún se conserva en algunos tramos de lo que fuera esa hacienda. El barón, aparte de faenas rurales, se dedicaba a crianza de ovejas francesas marca Rambouillet y alemanas marca Negrete, cuyos ejemplares ganan el primer premio en la Segunda Exposición Agrícola Ganadera celebrada en Buenos Aires.
Pero aclaremos algo importante: Uno dice, por ejemplo, que Fulano de Tal hizo esto o aquello, pero ¡qué van a hacer! ¡Por favor! Eran sus peones o empleados los que trabajaban. Él mandaba, nada más. Y esto vale para los terratenientes o funcionarios de los que decimos generalmente que hicieron esto y aquello. Yo patrón, intendente o gobernador o incluso Presidente de la Nación, dispongo o firmo que se haga una obra. Pero ni siquiera vi los planos ni sé dónde queda ni me interesa saberlo. Después sí, cuando está hecha, quiero ir a inaugurarlo para que digan que la hice yo. ¡Si eso es trabajar, yo soy Greta Garbo! No nos engañemos, y lo repito: los que hacen son los obreros y dependientes en general.
Más adelante, Los Remedios es comprada por sus yernos de Franz Halbach, Antonio y Remigio González Moreno. Entonces el establecimiento entra en una irremediable decadencia y termina vendiéndose en fracciones.
Y... es lo que digo yo siempre. Eso pasa con muchas empresas cuando caen en manos de inexpertos o de directivos sin escrúpulos. Sin ir tan lejos ¿no pasó lo mismo con el Frigorífico Monte Grande, con la fábrica de tejidos Amat, y tantas otras? Cuando ya no está el fundador o el propio dueño, es un viva la pepa como el país, donde cada funcionario busca llenar sus bolsillos y a los demás que los parta un rayo. Dejame.
Desde el 1800 en adelante la historia nacional es hartamente difundida y conocida por los lectores, por lo menos en forma panorámica y sumaria. Sería superfluo relatar sus pormenores: La primera y segunda invasión inglesa, la revolución de mayo, la independencia, las campañas de Belgrano y de San Martín, la dictadura de Juan Manuel de Rosas; Urquiza y la Constitución Nacional, sin olvidar que todas esas etapas estaban jalonadas con una compleja e interminable guerra intestina entre unitarios y federales, que aún continúa con otros nombres y otros métodos.
¡País complejo el nuestro, Di Martino!, y difícil de gobernar porque los argentinos (y desde luego me incluyo y te incluyo), ¡nunca estamos conformes con nada! Hoy nos dan un peso, mañana queremos dos, pasado tres y así sucesivamente... Y dentro de lo posible, todo lo queremos gratis.
Siendo ministro Bernardino Rivadavia, firmó un contrato con los hermanos Guillermo y Juan Parish Robertson por el cual éstos se comprometían a colonizar las tierras de los montes grandes, con campesinos escoceses.
Señalemos de paso, Primo, que el más grande “mérito” del gobierno de Rivadavia fue el de haber sido el primero en pedir un préstamo al extranjero, que los gobernantes posteriores imitaron hasta el día de hoy, convirtiendo al país en uno de los más espantosamente endeudados del mundo.
Los escoceses llegaron al país en 1826 (el mismo año que en Gran Bretaña se inauguró el primer ferrocarril del mundo). Siguen viaje en carretones para distribuirse en las tierras adquiridas por Guillermo. La colonia más importante fue la llamada Colonia Monte Grande, cuyo núcleo, conocido hoy por Santa Calina, pertenece a la Facultad de Agronomía de Lomas de Zamora. Posteriormente, ya creado nuestro Partido de Esteban Echeverría, el límite entre ambos distritos lo establecerá el Camino de Cintura, en aquellos tiempos llamado Camino de la Tradición.
Ah, no te olvides del personaje más importante de esa colonia, ojo. Ahí tenés el papel donde yo escribí todo lo que sé de él.
Entre los escoceses, John Tweedie, quedó en nuestra historia vernácula por sus vastos conocimientos de botánica, que le permitieron estudiar y clasificar la flora de estos parajes, gran parte de ella desconocida por los europeos. Muchas de ellas, por indiferencia o ignorancia de las sucesivas autoridades locales, se extinguieron por completo de nuestra zona - algunas en estos últimos años, - pero por suerte para los ingleses y no para nosotros, - sobreviven en el Jardín Real de Gran Bretaña gracias a los ejemplares enviados por aquél. Además, Tweedie perfeccionó muchas herramientas rurales. El pueblo de Luis Guillón hoy perpetua su nombre en una de sus calles.
Por esa época se podían distinguir tres establecimientos rurales de importancia en nuestra zona: La Laguna, Los Remedios y Monte Grande, o sea la de los escoceses.
En 1827 (año de la muerte de Beethoven), se produce la renuncia de Rivadavia y las nuevas autoridades nacionales, (por eso de que lo que hicieron las anteriores siempre está mal aunque esté bien), desconocen los contratos, y los colonos escoceses, sin apoyo oficial alguno, decepcionados y desalentados, repiten el éxodo de Moisés y su pueblo, emigran a partidos vecinos, mientras otros prefieren regresar a su patria.
Imaginate (yo no porque lo vivi) a los pobres escoceses diciéndole a Juan y a Guillermo “¿Pero adónde miércoles nos trajeron?” Claro, ellos no usaron la palabra “miércoles” sino otra, pero como yo no sé el inglés, no podría decirla... Ahora me estoy acordando de un escocés conocido mío y estaba entre los que se volvieron a su patria, que me decía: “Mira John People: Bien merecido lo tengo por estúpido. ¿Quién me mandó meterme en camisa de once varas?
Año 1828: Por orden del General Lavalle, se produce el fusilamiento de Dorrego, lo que aviva la guerra intestina entre unitarios y federales que levará al poder a Juan Manuel de Rosas al año siguiente.
Esto te lo digo al margen. No lo escribas. Es una reflexión mía: ¿Me querés decir para qué sirvió el fusilamiento del pobre Dorrego? ¿en qué se benefició y adelantó el país? Dejame.
Como se sabe, - ya en el Presente, - el gobierno de Perón, expropió parte de Los Remedios y otras estancias colindantes para la construcción del entonces llamado Aeropuerto Internacional General Pistarini.
1832: El Tomás Fair había comprado a Guillermo Parish Robertson una buena porción de tierra en los montes grandes, para explotación agropecuaria, nombrando a Richard B. Newton administrador de la misma.
En 1833 se produjo la toma de las Malvinas por los ingleses.
Y Juan Manuel de Rosas no se enteró o miró para otro lado. Sin duda y eso uno se lo imagina, que discutió con el Embajador inglés y casi seguro también que lo puteó de la cabeza a los pies, pero seguramente lo hizo en guaraní, y el diplomático, que no sabía ese idioma, habrá sonreído creyendo que lo estaba felicitando por el éxito de sus compatriotas en las islas. Lo cierto es que el Dictador no mandó a recuperarlas. ¿Y cómo puede ser, él, que parecía y nos parece todavía por los retratos, un hombre severo, drástico y de acción? Tenía que haber hecho algo... pero no en el baño. Y fíjense los lectores lo que son las cosas de la política. Hoy, para nuestros exaltados nacionalistas, después de San Martín, Juan Manuel es su principal adalid.
1835: Es asesinado Facundo Quiroga en Barranca Yaco.
¡Ahí tenés! Ahí tenés otro ejemplo como el de Dorrego. ¿Me querés decir para qué sirvió y en qué cambió y progresó el país con la muerte de Facundo?
En 1852, cae Juan Manuel de Rosas y al año siguiente se promulga la Constitución Nacional. Aquél se se refugia en Inglaterra.
¡Ah! ¡Con razón, cuando fue lo de las Malvinas, miraba para otro lado! ¿No es medio sospechoso eso?... Por ahí estoy equivocado y no es así, ¡pero!... Habiendo tantos países en Europa y el mundo, ¿por qué se refugió justo en Inglaterra? ¿no da que pensar eso? Que no me vengan a mí con la historieta esa de que San Martín, en algún momento, le regaló un sable. Sería uno que se estaba oxidando y antes que ponerlo en la vereda para los botelleros... Además ponele que yo, en un momento dado, te regalo algo a vos porque te aprecio, y más adelante, me pagás con una chanchada (te digo en broma). ¿Y? ¿qué hago? ¿Voy a pedirte que me lo devuelvas? Eso le pasó a San Martín, te lo digo yo. Ponele la firma.
El establecimiento rural de los Montes Grandes de Fair estaba en tan apogeo, que en 1850 y en 1861 el mismo se expande adquiriendo más tierras vecinas. Al fallecer, heredan sus hijos Federico y Santiago que por desacuerdos o falta de idoneidad en la explotación del gran complejo, deciden venderlo. Lo compra una firma integrada por el Ingeniero Pedro Coni, Roberto Olivier, Simón Gastón Sansinera, Juan B. Ferrarotti y Santiago Lumaden.
Y... ¿que decía yo hace un rato? Por lo general, cuando muere el dueño y la empresa pasa a manos de los hijos, los yernos, los nietos o terceros, entra en decadencia hasta que se funde.
Es ahora que nace Monte Grande, pues los nuevos dueños de esas tierras proyectan fundar un pueblo, fraccionándolas en manzanas, quintas y chacras. El Ingeniero Coni es quien traza el plano y la distribución de manzanas y lotes. El 3 de abril de l889, los planos son aprobados por Máximo Paz y Manuel B. Gonnet, gobernador y ministro respectivamente de la Provincia de Buenos Aires. La misma empresa gestiona fáciles créditos en el Banco de la Provincia de Buenos Aires para facilitar la compra de las tierras a los interesados, los primeros de los cuales fueron las familias Reta, Guillón, Marinone, Petrazzini, Cervetti, Pasman, Santamarina, Ugarteche, Constanzó, Ramos, Duclot, Recondo, Bruzzone y otros.
Por supuesto que en esos créditos no pudo enganchar ningún pobre obrero ¡yo me acuerdo porque fui testigo de todo eso!...
Así empezaron a surgir las primeras construcciones, casi todas casas quintas o casas de fin de semana.
Ahora me estoy acordando que la vieja y linda casa de la Estación, una de las más antiguas de lo que entonces era una aldea, pertenecía a la familia Brown, terrateniente de la zona. Fue donada al Ferrocarril Sud, como se llamaba el posterior Roca. Esto fue en 1889. Conviene señalar, contra lo que suponen muchos montegrandinos medio engreídos, que las estaciones de Tristán Suárez (llamada entonces Llavallol) y Ezeiza, fueron inauguradas cuatro años antes que la nuestra. El primer jefe de nuestra Estación fue Eduardo Coacley, siendo sus auxiliares Lorenzo Pacinotti y Carlos Scaglia, este último padre del químico, a todos los cuales conocí, desde luego. Ahora me estaba acordando también, de cuando se fundó la primera Sociedad de Fomento que tuvo el pueblo. Fue... dejame ver... en 1896, ¡hace más de un siglo! La integrarían Pedro Reta, Herminio Constanzó, Miguel García Fernández, Luis Guillón, Nicolás Bruzzone, el Ing. Duclot, Jorge P. Miles, Juan Castro Chavez, Pedro Arocena, Cayetano Ugarteche y otros.
En l897 se inaugura en la Capital el primer tranvía eléctrico entre Retiro, Constitución y Parque Tres de Febrero, lo que bien pronto suscitará airadas y reiteradas protestas de los porteños porque su diabólica velocidad hace temblar las casas, produciendo rajaduras en la mampostería y la rotura de vidrios.
No, dejame de Buenos Aires. Acordate que lo que nos interesa es contar cosas de Monte Grande, pero ya que lo pusiste, no lo vas a sacar, dejalo. Ahora viene el asunto de los médicos.
Al principio, no había médicos en Monte Grande. Cuando Aníbal Cichero Pitré (autor de un libro de recuerdos del pueblo) tuvo sarampión, tuvo que venir de la Capital un pariente médico, el Dr. Eduardo Cichero. Tiempo después, surgió el primer galeno tuvo Monte Grande, el Dr. Emilio Fernando Cardeza, a quien llamaban el médico de los humildes, por su modestia y desinterés. A v eces le pagaban con un pollo, huevos, frutas o papas. A caballo o en sulky, aún bajo lluvia, visitaba a los enfermos sin preguntar si eran pobres o pudientes. Por ello y con justicia se lo recuerda con el nombre de una de nuestras calles céntricas. El que suscribe fue paciente suyo en varias oportunidades.
Más adelante se fundaría la Sala de Primeros Auxilios, donde por supuesto atendía el doctor Cardeza. Allí mismo, el que esto escribe fue paciente suyo en alguna que otra oportunidad. Al poco tiempo, otro médico se le sumaría para atender a los montegrandinos, el doctor Angel Rotta, que también visitaba a los clientes en sulky o a caballo, y de él también fui paciente. Otra calle céntrica lleva con justicia su nombre.
1904: La idea de la autonomía del Partido de Esteban Echeverría surgió ese año de una comisión encabezada por Enrique Santamarina, Pedro Reta y el diputado provincial Herminio Constanzó, entrevistándose la misma para ese efecto con el gobernador de la Provincia, en ese momento el General José P. Arias.
En ese mismo año, ahora que me acuerdo, 1904, la Argentina realizó la primera expedición a las Islas Orcadas, de lo cual no estaríamos enterados los montegrandinos ni nos importaría en lo mínimo, si no fuera por el hecho de que en ella participó un vecino nuestro, Luciano H. Valette.
1906: Fallecen tres personajes importantes del ámbito nacional: los ex presidentes Carlos Pellegrini y Manuel Quintana y Bartolomé Mitre, militar, estadista, ex funcionario, fundador del diario La Nación.
Pero fijate vos Primo como las artes y las letras son más importantes e imperecederas que la política, la economía, las ciencias, etc. etc. de un país. En el mundo hispanoparlante, nadie sabe ni le interesa saber quiénes fueron Carlos Pellegrini y Manuel Quintana, Lo mismo ocurriría con Bartolomé Mitre si no fuera porque a él se le debe la mejor traducción al castellano de La Divina Comedia del Dante. ¿Y no pasa lo mismo con Sarmiento? ¿Quién en España y Latinoamérica conocería lo conocería de no haber sido un gran escritor?
Entretanto, en Monte Grande se había producido un gran loteo en la zona Oeste del pueblo, al ahora irrisorio precio de 10 centavos la vara (una vara equivale a 8,66 metros), que se pagaba en 36 meses ¡y sin interés! Fue martillero O. Mazzini, y escribano Juan M. Guezales.
Ya sé que más de uno me dirá por qué no me compré unos cuantos lotes o manzanas, aprovechando que costaban monedas. Pero se olvidan de un pequeño y gran detalle: esas monedas valían miles y miles de veces más que las de ahora ¡y había que tenerlas!
Ese mismo año, el senador provincial Eduardo Arana, insiste en la Cámara a la que pertenece, por la independencia del Partido. Hay gran oposición de Lomas de Zamora y San Vicente porque lógicamente, de aprobarse el proyecto, pierden enormes extensiones de tierras. Por este motivo, el asunto se fue postergando.
1913: se inaugura en Buenos Aires el primer subterráneo desde Plaza Mayo hasta Plaza Once.
Y dale con Buenos Aires...¿pero qué tiene que ver Buenos Aires con Monte Grande? ¿ya lo escribiste? Y bueno, dejalo.
El 7 de marzo de ese año, por Ley 3467, el proyecto de Eduardo Arana se aprueba por fin en el Congreso provincial. Pero faltaba la firma del Gobernador Las Heras, que dilató intencionalmente ese requisito todo lo posible, debido a que era vecino de Lomas de Zamora. Pero se da la casualidad de que en el ínterin fallece, y como Arana, que es quien lo reemplaza en el cargo, no demoró un instante en firmar lo que fuera su caro proyecto. Eso ocurrió el 9 de abril de l913, fecha histórica que inaugura la existencia oficial del Partido de Esteban Echeverría, con Monte Grande como cabecera. El nombre del Distrito fue idea del mismo senador, que admiraba al autor de La cautiva y El matadero, y sabía de memoria buena parte de ellos.
La primera comunicación oficial que recibe el flamante Municipio, lleva fecha 14 de abril de ese mismo año y se refiere al nombramiento del comisionado municipal Enrique Santamarina. Firmaba el documento Francisco Uriburu, Ministro de Gobierno de la Provincia de Buenos Aires. El comisionado había asumido a su cargo el día anterior.
El primer juez de Paz fue Domingo Chimondegui (h), el primer comisionado escolar, Miguel Lucadamo y el primer delegado militar Torcuato Alegre, todos nombrados el 25 de abril de l913.
En 1914 comienza la Primera Guerra Mundial y la verdad es que en Monte Grande apenas nos enteramos de eso. Aún no había radio ¡ni siquiera a galena, como esa que tenías vos, Di Martino! Y en cuanto a los diarios (de la Capital desde luego) ¿quién los compraba y dónde? Nadie, aunque tuviera el dinero, iba a viajar especialmente a la Capital para eso. Alguno que otro que trabajaba allá y que viajaba de primera clase, lo traía a la vuelta.
En 1916 se celebra el sensacional e inolvidable centenario de la Independencia de la República Argentina con grandes actos en todo el país en especial en la Capital Federal, siendo a la sazón presidente Victorino de la Plaza. Año de muchas noticias ese, buenas y malas, nacionales internacionales, como todos los demás años. Hipólito Yrigoyen ocupa el sillón de Rivadavia. Se hunde frente a Brasil el buque español Príncipe de Asturias, con cientos de víctimas; fallece el más grande poeta de América, Rubén Darío.
El 21 de agosto de ese año, se formó el primer Consejo Deliberante de Esteban Echeverría, integrado por Germán Balleros, como Presidente; y por Alejo Ortega, Fortunado A. López, Antonio Farina, B. Raffo, Mariano Alegre y Juan Rower.
1924: Mueren dos personajes importantes de la política mundial: el líder soviético Nicolás Lenín y el presidente norteamericano W, Wilson.
Ninguno de los dos interesa en nuestras evocaciones montegrandinas; pero si a vos te parece que van, dejalos.
Había sólo dos trenes diarios entre la Caopital y Monte Grande, siendo el más popular el de las 17,50 que llegaba de Plaza Constitución. Mucha gente aguardaba su arribo, siendo el hall y el andén el sitio de reunión social más importante que tenía el pueblo desde la inauguración del Ferrocarril hasta el comienzo del Presente que según JM sería después de la Segunda Guerra y antes de la construcción del Aeropuerto. Sin distinción de clases sociales, una mayoría iba a conversar mientras esperaba al familiar que regresaba de su trabajo capitalino; y el resto, simplemente a mirar. Los pasajeros se reunían con sus familiares e iban caminando a su casa si ésta quedaba en la zona céntrica; si no, a ambos lados de la Estación, esperaban los carros, sulkys y excepcionalmente algún automotor.
Junto al Río Matanzas y donde hoy existen varios barrios, había un complejo de torres de transmisión inalámbrico - última palabra en tecnología del ramo en la primera mitad de siglo llamado Transradio Internacional, que se desmanteló modernamente al inaugurarse la estación satelital de Balcarce, de los pagos de Juan Manuel Fangio. El 25 de enero de 1924, con la asistencia del entonces presidente de la República Marcelo T. de Alvear y el gobernador de la Provincia José Luis Castillo, se había inaugurado ese complejo de torres, del que hoy sólo quedan dos que utilizan como plantas transmisoras Radio Splendid y Radio Excelsior de la Capital.
Recuerdo también que hubo un aeródromo particular en pleno Monte Grande con entrada por la Avenida Fair, que era propiedad de Ciro Comi. Limitaba con el Arroyo Santa Catalina. Fue el primer aero-taxi existente en la Argentina. Armaba y vendía las populares avionetas Cessna (fabricadas en Wichita, USA) de la cual era representante exclusivo. Me acuerdo vagamente de la cara de Ciro Comi. En ese aeródromo trabajó un amigo y vecino, Francisco Junco, que aprendió la mecánica de la aviación y después se puso un taller propio por allá por Morón. Ya se veía que a él le gustaba ese tema desde chico, porque construía avioncitos de madera balsa e intervenía en concursos. Y una vez ganó el primer premio en un certamen nacional y en una revista porteña de esa época que se llamaba Hobby, salió su foto en la que se lo ve con un planeador. Otra vez, en esa misma revista, salió Jorge Miles, otro pibe montegrandino también aeromodelista, que ganó también un concurso. Un día que los lectores vengan a casa, se las voy a mostrar porque aún las conservo.
En cuanto al monumental Aeropuerto Internacional de Ezeiza, consta de 7034 hectáreas. Las tierras no sólo se ocuparon con el Aeropuerto sino con barrios, parques, piscinas, escuelas, hoteles, una planta atómica y bosques, algunos de éstos con árboles plantados especialmente en esa época.
El escudo oficial del Partido de Esteban Echeverría, se debe a los conocidos vecinos Julio Enzo Iori y Armando Enrique Sánchez. Fue seleccionado entre otros concurrentes, por Ordenanza Municiapal el 30 de mayo de l961.
Al segundo apenas lo conocí superficialmente, pero con Iori éramos muy amigos y tengo todavía una vieja foto en la que estamos él, un tal Gentile y yo. Haceme acordar cuando vayas a casa, así la vemos, Primo.
1963: A partir del 13 de noviembre, Monte Grande es ciudad.
Política
Desde la fundación del Partido de Esteban Echeverría hasta la actualidad, hubo una gran cantidad de intendentes y comisionados, que en la práctica era lo mismo. Haciendo un promedio, cada uno gobernó un año y semanas, tiene concomitancia con la inestabilidad política de la Nación. Pruebas al canto. Desde el primer intendente (o comisionado si lo prefieren) Enrique Santamarina hasta l945, por ejemplo, en 32 años, ¡hubo 46 intendentes!, o sea ¡más intendentes que años!
¡Señal elocuente de que para estos cargos de importancia sobran sacrificados candidatos que quieren hacer cosas en beneficio de la comunidad y por ende de la Patria!
En Monte Grande, como en el resto del país, había dos partidos políticos hegemónicos: conservadores y radicales (en el Presente serían los radicales y los justicialistas), pero hubo pocas oportunidades de votar y esas pocas, fueron fraudulentas.
No olvidemos que en la mayoría de los casos (hablamos del Pasado) los intendentes o comisionados como ya se ha dicho en otras páginas, eran nombrados a dedo por las autoridades superiores de turno. Con honradas excepciones que es preciso recalcar siempre, fueron “patriotas de su bolsillo”, y por eso increíblemente se perpetúa sus nombres en calles, plazas y entidades públicas y hasta privadas. Por supuesto que los ideólogos de esas nominaciones no eran los ciudadanos comunes sino los propios funcionarios, para dejar precedente que les asegurase su perpetuidad cuando ellos también se fueran “para arriba”. Otro sí digo: Ya sé que las cosas no van a cambiar porque las diga yo, puesto que para eso tendrá que pasar muchos años (“Pasarán más de mil años, mucho más...”), pero lo dejo aclarado para que los funcionarios no crean que el pueblo es tan ingenuo como ellos suponen. ¡El pueblo sabe o imagina la verdad de la milanesa! ¿Pero a quién se lo va a contar?
Calles
De la Estación hacia Plaza Mitre, era llamada zona comercial. Del lado opuesto a las vías del ferrocarril, residencial. Resulta particularmente curioso enterarse que al principio, la arteria más importante del pueblo no era Alem como suponen muchos, sino Vicente López, de ahí que en ella se ubicasen las oficinas públicas y los primeros negocios.
La ruta llamada Avenida Uriburu (ahora Bulevar Buenos Aires) era estrecha y de pedregullo. Se adoquinó en l926 hasta la Estación, pasando por Alem. En la Plaza Mitre, la carretera tenía un rudimentario mejorado que ibas a Ezeiza (desde luego aún no existía El Jagüel). No hacía falta más adelantos viales en la ruta en esa época, pues el tráfico era casi nulo. Sólo podían verse espaciadamente el colectivo de la vieja línea Cañuelas (el amarillo para Juan Pueblo) y el actual 165 (el verde, para el mismo). Preferiblemente los que trabajaban en la Capital y estaciones intermedias viajaban en tren, que funcionaban con el tradicional orden y precisión de los ingleses; no había demoras, cancelaciones y... ni soñando paros y huelgas de personal. Alguno que otro llegaba a la Estación en bicicleta y la dejaba en depósito en un pequeño recinto que a propósito la Empresa disponía, por lo que cobraba unos centavos.
Y bueno, ¡eso es lo que hacía yo durante los diez años y pico que trabajé en Avellaneda. Allá, tenía la fábrica a dos cuadras de la Estación, pero cuando volvía acá, no me podía patinar 30 cuadras de la Estación. No había colectivos locales en esa época ni los hubo hasta hace unas décadas.
La continuación de Alem, o sea desde la Plaza Mitre en número ascendente, era conocida popularmente por Alem Doble, como aún la llama Juan Pueblo. No estaba pavimentada. Aunque había algunas casas, la bordeaban grandes campos hasta el Partido de San Vicente. En las primeras cuadras, el cantero del centro, disponía de plantas de naranjas silvestres que constituían un elemento muy decorativo. Se le llamaba Monte Chico a la zona de Alem Doble y La Colorada, ésta llamada hoy Santiago Dreyer.
El Municipio estaba en la esquina formada por Vicente López y la calle Emilio Castro (actualmente Dr. Angel Rotta, donde hay actualmente una pinturería. Sobre esa misma mano, bajando hacia la Estación, estaba la oficina de Rentas entre Mariano Acosta y la actual calle Dr. A. Rojas, que se llamaba Carlos Casares.
Cuando por su auge comercial Alem supera a Vicente López en importancia, el Municipio y los negocios importantes se trasladan a aquélla, no así la primera que lo hará frente a Plaza Mitre donde aún funciona.
Dardo Rocha, tercera arteria en importancia comercial y peatonal de Monte Grande, no podía igualar y menos superar a Alem o a Vicente López porque la perjudicaba - aún actualmente - el hecho de que la acera derecha de su primera cuadra era absorbida por la Plaza Enrique Santamarina, no obstante lo cual, en la mano activa estuvo la oficina de Correos y el antiquísimo almacén de Omega Petrazzini, luego casa de Lorenzo Pacinotti y más adelante de Carlos Scaglia, el químico. En la cuadra siguiente de la misma calle y siempre sobre la vereda izquierda, se encontraba la casa La Valentina, de Alejandro Chirón, que en tiempos de la postguerra fue modificada varias veces para diversas explotaciones, habiendo actualmente una bailería. Enfrente o casi enfrente estaba la antigua sastrería de Molé, el único del pueblo durante largmuchos años. Siempre sobre Dardo Racha había también un corralón de materiales que atendía Pedro Dreyer (padre de los doctores Pedro y Mario), quien luego se independizó abriendo un negocio similar en la calle Rodríguez, donde en la actualidad está el consultorio del segundo de los nombrados. También por Dardo Rocha, estaba el viejo almacén de Leopoldo Liñán. Entre Dorrego y Lavalle había un chalet de propiedad de Vicente Seguí, que fue adquirido posteriormente por la familia Cichero. Toda la manzana formaba la quinta La Zaida, que Aníbal Cichero Pitré evoca en su libro de recuerdos. La propiedad fue subdividida en varias ocasiones en la postguerra, quedando intactas, empero, algunas construcciones de esa época. Enfrente, siempre sobre Dardo Rocha, estaba la casa de Juan Schenzer, antiguo vecino del pueblo. La manzana formada por Dardo Rocha, Dorrego, Luis Guillón (ahora O. Petrazzini) y Vicente López, era un baldío en el que se encontraba un rancho habitado por un hombre que por encargue cazaba en las periferias montegrandinas liebres y perdices por encargue.
Desde Plaza Mitre, la ruta 205 que iba a Ezeiza, se llamaba originariamente Gobernador Marcelino Ugarte, nombre cambiado después por el de Enrique Santamarina. Esta última parte, se inundaba y hacía intransitable con la lluvia, por los que era preciso utilizar la arteria siguiente y paralela, llamada entonces Adolfo Alsina y luego Dr. Juan Italiani. Sobre esta última se encontraban la quinta de Emilio Peralta y la de la familia Moschini.
Volviendo a la Ruta 205 y a la misma altura, ahí había una casa quinta llamada “La piedra”, de propiedad del poeta Martín Coronado. Vos dirás: “La piedra, qué nombre más extraño”, pero ahora vas a ver. No es que algún pibe tiró una pedrada a la casa, ni que Martín se la tiró al pibe. Ahora te digo cómo era la milonga. Yo lo conocí bastante a Martín Coronado y más de una vez, pasando por su casa con el sulky, me paré para charlar con él y más de una vez también, me invitó a pasar y tomar unos mates y conversar debajo de una gran planta de níspero que había en el fondo. Me acuerdo que apenas lo conocí, lo primero que le pregunté fue justamente eso, lo de La Piedra. Entonces me contestó que era en homenaje a su obra teatral “La piedra del escándalo", que estaba teniendo mucho éxito en la Capital y que gracias a ella, se pudo comprar esa casa quinta. ¡Esa no la sabías, eh Primo! Pero es real.
La época de los asfaltos comenzó con la intendencia del doctor Juan Italiani y la prosiguieron Juan Recarte y Alejandro Santamarina. Alrededor del año 40, casi todas las calles de la zona céntrica o comercial, estaban asfaltadas. Algunos tramos, empero, no tuvieron ese destino sino mucho después. El asfalto de Dardo Rocha, por ejemplo, llegaba sólo hasta Lavalle, quedando sin él el resto, o sea hasta la barrera del ferrocaril, donde aquella artera se funde en la Ruta 205.
Y ya que vamos a hablar de calles, tengo que hacer una crítica constructiva, y vos me dirás si tengo razón o no. Los funcionarios de turno obran pésimamente cambiando a cada rato el nombre de una calle. No es el caso de discutir quién tiene más méritos, si el que figuraba antes o el que figura después, sino que es un abominable precedente, una falta total de respeto a la memoria. Muy distinto es el caso de una calle llamada Los Sauces o Los Ombúes y se le cambia el nombre por el de Juan de los Palotes. Hay muchos ejemplos de lo que digo en el Distrito, pero no soy investigador para llevar la cuenta. Sin duda los autores de tan arbitrarias ideas demuestran una olímpica ignorancia, incultura y falta total de ética, cosa muy común en muchos funcionarios.
Pasando a la zona residencial, no había ninguna calle pavimentada, ni siquiera la arteria principal, Avenida Nuestras Malvinas, llamada en aquella época Avenida La Plata. También Avenida La Plata se llamaba a Alem, que era continuación de la otra, si bien ferrocarril de por medio. Había unos negocios en la primera cuadra de Malvinas como el bar de la esquina con Gral. Paz, la panadería El Gaucho de la familia Rodríguez, la ferretería de Fazio y un negocio de forrajes y cereales. El resto, hasta la Av. Fair, estaba formado por casas quintas entre las que se destacaban La Antonetta de la familia Perrone, una chacra de los Bruzzone, la casa quinta La Isolina de Pedro Arocena y adquirida luego por Hermio Constanzó y luego por la señora María Elena Ledesma de Gowland.
En otoño e invierno, profundos zanjones, barro y charcos ocupaban gran parte de Nuestras Malvinas y calles vecinas. A duras penas era posible circular por ellas con vehículos de tracción a sangre. Las veredas, sólo existentes en teoría, se encontraban invadidas por las hierbas que en muchas calles se mezclaban con las que crecían en éstas. Pero afortunadamente para recreo de la vista, desde la hoy Avenida Bruzzone hasta la Fair. Malvinas ofrecía un espectáculo de ensueño cuando los aromos desprendían sus perfumados pétalos sobre Malvinas, convirtiendo el lecho de ésta en una fantástica alfombra de oro.
En Malvinas esquina Avenida San Martín, estaba el bar y restaurante de Binetti, que después le vendió a Antal. Más adelante vende éste y se instala allí una carnicería. Diversos negocios desfilaron por ese local, modificado constantemente.
Cuando el bar era de Binetti, me acuerdo que diariamente, por la tardecita, llegaban clientes a caballo o en sulkys de las chacras y casas quintas de la zona. Entre ellos era infaltable el alemán Brunner de la chacra “Las Talitas”, que venía a quedar frente a la de los Bruzzone, sobre la Avenida Fair. Brunner iba a tomar su infaltable chop y a conversar con otros vecinos de la zona. En “Las Talitas”, que administraban y trabajaban los Brunner, los domingos nos reuníamos chicos de la zona para jugar desordenados partidos de fútbol de potrero; luego se tomaba mate y comía facturas, y siendo verano, se nadaba en el tanque australiano. Los vástagos de los Brunner eran varios. Cuatro mayores: dos señoritas y dos muchachos, que por supuesto no jugaban con nosotros; y los dos menores, Alberto y “mein lieber freund Puzzi”. Con excepción de este último, mi caro amigo, todos fallecieron en estos últimos tiempos. Tití, una de las chicas, que era célibe, vivía a metros de mi casa actual y Puzzi a unas cuadras. Algunos de los chicos que jugábamos en Las Talitas, eran Juan y Gaitán Muscolino, Macedonio, Mariño, los hermanos López - Rogelio era uno de ellos, - dos de los hermanos Catalán, cuya familia administraba y trabajaba la chacra de los Bruzzone, de ahí nomás enfrente.
El asfalto de Malvinas se efectuó aproximadamente en 1939, (año del inicio de la Segunda Guerra Mundial) desde la Estación hasta la Av. Fair. Unos años más tarde, sin duda por influencias del Frigorífico Monte Grande se asfaltó desde Malvinas hasta la esquina de ese establecimiento, calle Rondeau. El resto, semi invadido por los yuyos y lleno de impresionantes zanjones y desniveles - prácticamente intransitable en la zona del Arroyo Santa Catalina - se asfaltaría muchos años después.
Estamos en 1986 ¡y la Avenida Fair sigue sin asfaltar! Ya sé toda esa historia de que es ruta nacional y en los planos figura como asfaltada. Desde su trazado quedó como estuvo siempre y está ahora: abandonada, llena de yuyos y espantosos zanjones. Es prácticamente intransitable, en especial en épocas de lluvia. Pero yo quería decir otra cosa: En esa avenida, muy antiguamente, antes del aeródromo de Ciro Comi pero por ahí mismo, había un local que se dedicaba al acopio de plumas de avestruz que se exportaba a Europa. Era de propiedad de Nagell, y el solar fue adquirido posteriormente por los Bruzzone para agrandar su chacra que se extendió entonces desde Malvinas hasta el arroyo Santa Catalina y desde la Fair hasta la actual Avenida Nicolás Bruzzone. En esta última arteria, en su cruce con Malvinas, hubo durante años un monolito en memoria de Nicolás Bruzzone. ¡Lo hubieran dejado! ¿A quién molestaba?
La Avenida Uriburu (cuyo nombre acaba de trocarse por el de Bulevar Buenos Aires), pese a que se había empedrado, resultó muy estrecha por el aumento del tránsito, agregándose el problema de que cuando llovía, se inundaba desde el Camino de Cintura hasta Plaza Mitre por el desborde del arroyo Santa Catalina. Al ensancharse y asfaltar, Monte Grande y Luis Guillón experimentaron un lento progreso comercial.
El asfalto de las demás arterias montegrandinas fue lánguido y arbitrario, encontrándose aún hoy en día cuadras aún sin asfaltar en la zona urbana. Sin duda ello se debió, aparte de la falta de buena voluntad de las autoridades municipales, a la falta de inestabilidad política del país y por ende, de los gobiernos provinciales y comunales.
Pero dando al César lo que es del César... es preciso reconocer que sí, quedaron cuadras sin asfaltar, pero no por culpa de las autoridades ni de las empresas constructoras, sino de los propios vecinos que no quisieron firmar por la obra, circunstancia que también se observaría más adelante en las redes de algunos servicios imprescindibles como agua corrientes, cloacas y gas natural. Mucha gente no tiene la menor conciencia de solidaridad y de progreso. y como decía antes, todo lo quiere gratis..
Plazas
La Plaza más antigua de Monte Grande fue la Bartolomé Mitre, llamada originariamente Nueva Escocia. Tenía abundante y variada cantidad de árboles, plantas y flores, algunas de las cuales aún sobreviven. Se encuentra en buen estado. Alrededor de ella había algunos edificios y baldíos. Un edificio muy antiguo es el de la Escuela Nº1 Domingo Faustino Sarmiento, en homenaje al gran prócer y escritor, cuyo busto se encuentra en misma plaza, delante de esa escuela. Rodeando y frente a la Plaza, estaban la Iglesia, el Hospital San José (hoy Casa de la Cultura), la Comisaría y la Municipalidad, que aún existen en los mismos solares, si bien la última edificó su nueva sede en un baldío donde se levanta actualmente. El monumento a La Madre, que se encuentra en la misma Plaza a la altura de Alem, es obra del escultor Vicente Torrá y se inauguró siendo comisionado municipal Antonio Vidal, el 21 de octubre de l962.
De eso me acuerdo la fecha porque ese día se casaba en Banfield mi hermano menor, el Lito.
Ese mismo año falleció la más famosa diva del cine norteamericano de todos los tiempos, Marilyn Monroe.
Esto no lo escribas, pero te voy a decir una cosa: sí, era la más hermosa que tuvo el cine yanqui, pero como actriz era más malo que pegarle a un paralítico.
El mismo año, nuestra compatriota Norma Nolan, de Venado Tuerto (Pcia. de Santa Fe) obtiene el título de título de Miss Universo.
También se encuentra en la Plaza Mitre el primer mástil que se levantó en el Distrito, que data de 1939 y fue donado por Manuel Cichero.
En la Plaza Mitre se efectuaban invariablemente los principales eventos civiles, oficiales y religiosos, de lo cuales hay abundantes fotografías y filmaciones en colecciones particulares de nuestros vecinos.
¿Sabés lo que habría que hacer, ya que hablamos de fotografías y filmaciones? ¿pero quién tiene tiempo para eso que llevaría años de trabajo? Recorrer todas las casas de familias antiguas de Monte Grande, pero a todas eh, y pedirles en préstamo por unos días nomás, fotos y filmaciones de los viejos tiempos, y hacer un gran libro con todas las imágenes, y juntar todas las cintas en una sola película. Y de eso hacer después unas cuantas copias, por si se pierde una, para ser guardadas a) en la Municipalidad, b) en la Biblioteca Bernardino Rivadavia, c) en la Casa de la Cultura, y d) en varios asociaciones culturales privadas, y hasta en una caja fuerte del Banco Nación y Provincia. Eso, en Europa o Norteamérica lo hubieran hecho contemporáneamente, no esperar siglos como nosotros cuando ya no queda nada. Porque después ¿viste lo que pasa? Todo eso se pierde definitivamente. Los nietos y biznietos de esa gente que aparece en las fotos y películas, a los que a veces ni siquiera conocieron y encima son cuadrúpedos en materia cultural, ¿para qué van a guardar lo que consideran basura? ¡lo queman o tiran! ¿Tengo o no tengo razón?
En baldíos existentes en lejanos tiempos frente a la Plaza Mitre, se efectuaban kermeses atendidas por señoras y señoritas de la sociedad local, y los beneficios se destinaban a la sala de Primeros Auxilios. Esas romerías solían terminar en bailes populares que a falta de grandes salones para tanto público, se efectuaban en la misma calle (asfaltada entonces), desviándose el recorrido del colectivo Cañuelas (el amarillo) y el 55 (el verde) por unas horas.
El solar que ocupa la Plaza Enrique Santamarina que está frente a la misma Estación del lado comercial, esto es, donde nace la Av. Alem, era propiedad del Ferrocarril Sud, a la sazón de capital inglés. La Empresa se lo donó al Municipio, que en agradecimiento le dio el nombre de Franck Henderson, en memoria del primer presidente de aquélla.
¡También! ¿a quién se le ocurre semejante nombre? Imaginate a nuestros abuelos diciendo: “¡Y cuando llegué a la Plaza Franck Henderson, resulta que”...
Como el pueblo nunca aprendió a pronunciar tan exótico nombre, con el agravante de que los ingleses nunca le fueron simpáticos, la llamaba Plaza La Bonita, hasta que mucho más adelante se rebautizó con el nombre de Enrique Santamarina. En rigor, las dos medias manzanas de tierra, eran un denso bosque atemorizante, en especial de noche, cuando más desde que en una oportunidad se descubriera por el nauseabundo olor, que en uno de los árboles había un hombre ahorcado al parecer hacía varios días.
En 1942 renuncia el presidente Roberto M. Ortiz y asume el cargo el doctor Castillo. Fallece en marzo el ex presidente Marcelo T.de Alvear. Ese mismo año, el 20 de diciembre, se inaugura la flamante Plaza Enrique Santamarina con la asistencia del entonces Presidente de la Nación, General Agustín Pedro Justo, el comisionado municipal Alfredo Lasalle, el gobernador de la Provincia Dr. Rodolfo Moreno, Robustiano Patrón Costa, Antonio Santamarina y Alberto Barceló, ex Intendente de Avellaneda que tenía su conocida casa quinta en Monte Grande, sobre la Ruta 205, formando esquina con Recondo, y donde estuvo últimamente aunque por escaso tiempo el Banco Platense.
La Plaza San Martín, pegada al Ferrocarril del lado residencial del pueblo, se extiende desde Nuestras Malvinas hasta Mariano Alegre. En ella hay un busto del máximo prócer de nuestra Patria a la altura de la calle Ugarteche (ahora Benavídez). A pocos metros del mencionado prócer, se puede admirar algo que tiene mucho que ver con Libertador: un retoño del pino de San Lorenzo.
La Plaza Dr. Gregorio Alfaro, que físicamente es la prolongación de la anterior, nace en Nuestras Malvinas y se extiende hasta Constanzó. Era terrero del Ferrocarril. Tratábase de una playa hasta donde llegaban carros y camiones para cargar o descargar mercaderías de los trenes. Se disponía de un gran galpón que, perfeccionado, aún existe y fue y es utilizado como local por los partidos políticos de turno. También se instaló modernamente, una serie de juegos infantiles y una calesita, encontrándose sobre la vereda izquierda de la calle Gral. Marcos Paz las paradas de varios colectivos.
La Plaza Esteban Echeverría se encuentra en la Ruta 205 y Camino de Cintura, y se inauguró en 1952, pero la piedra fundamental data de 1944 (año del terrible terremoto de San Juan, 15 de enero). Tenía originariamente una réplica del Obelisco de Buenos Aires, pero fue demolida al remodelarse el cruce por Vialidad Nacional. Pero Juan Pueblo nunca llamó Esteban Echeverría a esa Plaza. La llamó como desde antiguamente La rotonda de Guillón.
Te espero en la Plaza de los Italianos
Bien se ve , - me señala JP - que a los tanos, Monte Grande no les debe absolutamente nada. Los ideólogos en crear y dar nombres a las plazas (que hoy llamaríamos Licenciados en... nada) no leyeron la historia nacional, en la que se dice que en determinado momento en la República Argentina había más italianos que argentinos; les seguían los españoles y por último los nativos. Basta ver los apellidos de los habitantes antiguos, medianos y actuales de nuestro Distrito (y de todo el país) para comprobarlo. Sin embargo, en memoria de ellos, se les dedicó un canterito en la conjunción de la Ruta 205 y Dardo Rocha. ¡Y ojo! No sería de extrañar que entre esos ideólogos de plazas y nombres de calles, hubiesen descendientes de tanos, pues la ignorancia y la incultura siempre estuvieron presente en todas las etnias y latitudes del planeta.
No estaría de más subrayar (si bien el lector ya se habrá dado cuenta de ello), que siendo el presente original una simple colección de recuerdos dedicada pura y exclusivamente al pueblo de Monte Grande, sólo en forma incidental se mencionan calles o barrios y localidades que con toda legitimidad, pertenecen a a nuestro Distrito.
Correo
El asunto del correo fue así,- dice JP: - y es mejor que te lo dicte yo, porque si no, vas a hacer macana. Frente a la actual Galería La Unión, saliendo por Vicente López, estaba el legendario almacén de Omega Petrazzini. Yo era cliente, así que lo conocí bien a Omega. En ese negocio funcionó, a partir de 1890 el primer Correo. Yo despaché más de una carta ahí. Más adelante, y como el movimiento postal se acrecentaba, se abrió como oficina independiente y oficial, en la esquina formada por Las Heras y Luis Guillón (hoy 1° de Marzo), a escasos metros de la actual cisterna plato volador u hongo de Obras Sanitarias. Tiempo después, se trasladará a una casa sita en la calle Rodríguez, a pocos metros de la Sociedad Italiana de Socorros Mutuos, entre Irigoyen y Ameghino. Allí estuvo décadas y tras un breve tiempo en M. Paz y Duclot, se mudó definitivamente al edificio actual de la calle Vicente López, a media cuadra de la Ruta 205. Carteros antiguos me acuerdo de dos: Etcheverry y Corcchio. Antiguamente existía una estafeta postal en Monte Chico, en una casa particular de la calle Gral. Paz y La Colorada. En el Pasado había buzones en distintos barrios de Monte Grande. Más modernamente tuvieron que sacarlos por los vándolos, que tiraban papeles encendidos dentro de ellos, quemando la correspondencia. ¡Y bueno! ¿no están haciendo lo mismo con los teléfonos públicos? Pero...¡claro!... En un país donde los salvajes todavía no se han civilizado, ¿qué van a hacer las autoridades? ¿Te van a poner un policía en la puerta de cada casa? Dejame.
Registro Civil
El Registro Civil, Originariamente funcionaba en el propio Municipio cuando éste se encontraba en la calle Vicente López. Sufrió varios traslados: estuvo un tiempo en Dardo Rocha, frente a la mansión La Valentina; también en la calle Lavalle entre Dardo Rocha y A. Rojas y al final pasó a su domicilio actual.
Telégrafo
Al principio, se recibían y despachaban telegramas en la Estación ferroviaria, que como todas las del Ferrocarril Sud, tenían equipos propios Morse. Más adelante la oficina de Correos absorbió ese servicio y la Provincia tendría sus sucursales en todo su ámbito. Una de estas últimas fue la que funcionó en la Av. Alem, cuyo edificio, actualmente propiedad de la Comuna, cuando esté totalmente reciclado, se destinaría, se dice, a eventos culturales.
Sí, es cierto, en la Estación se despachaban y recibían telegramas. Claro que si vos recibías un telegrama, no te lo iban a llevar a tu casa. Tenías que pasar por allí preguntar si había algo para vos. Ahora al viejo Telégrafo que está en la Avenida Alem, no voy a decir que fui muchas veces, pero lo hice en dos o tres oportunidades y recuerdo que el piso, de madera, estaba en muy lamentable estado y soportaba milagrosamente el peso de los escasos usuarios. Aclaremos que en aquella época los pisos de muchos negocios, oficinas y casas de familia eran de listones de madera (no de parqué como se empezó a usar después), y para evitar su putrefacción, abajo necesitaban un vacío, un sótano en definitiva, que se aprovechaba para guardar trastos. Un piso tan abandonado y “flotante” como el del Telégrafo, era también el de Rentas, cuando estaba en Vicente López.
Bancos
Hasta más o menos los años cuarenta, el pueblo de Monte Grande carecía de Bancos. Recurría a los más cercanos, que eran el Nación y el Provincia de Lomas de Zamora. El primer Banco que se abrió en nuestro pueblo, lo hizo en Alem mano izquierda esquina Dr. Emilio Cardeza mano derecha. En esa esquina había estado durante muchos años la empresa de pompas fúnebres Di Lorenzo, que se trasladaría entonces a Sofía T. de Santamarina (frente a la Plaza Mitre) a pocos metros del nuevo edificio Municipal; y más adelante a su actual domicilio, en la calle Dr. Angel Rotta, entre Alem y Vicente López. Más adelante el Banco Nación se trasladaría a su dirección actual, Avenida Alem a metros de Plaza Enrique Santamarina. Cabe destacar que fue el único Banco que en Monte Grande, durante muchos años, brindó su sala de atención al público para los artistas plásticos locales, entre los cuales Víctor Dorosz, Alicia Jaureguy, Sonnia Abetti, Marta Morello, Olga Falcón, el que esto escribe y artistas invitados del conurbano.
El Banco Provincia estuvo un tiempo frente a la Plaza Mitre (a metros del nuevo edificio comunal), después en Rodríguez esquina Uriburu, para volver definitivamente a su primer domicilio pero con el edificio convenientemente ampliado. Las sucursales de los demás Bancos, son de tiempos muy recientes.
Como algunos lectores se preguntarán dónde se pagaban los servicios si no había Bancos, conviene aclarar que prácticamente había un solo servicio que pagar: la luz, y en este caso un empleado de la Empresa pasaba a cobrar la factura por las casas y negocios. Aún no había agua corriente ni (ni natural ni envasado). En cuanto al teléfono sólo tenían contados negocios, profesionales y familias; se pagaba en la misma Empresa; y los impuestos se cobraban en las oficinas de la Muni y Rentas respectivamente.
Centro de Comercio
El Centro de Comercio fue fundado el 24 de octubre de 1942.
Estuvo un largo tiempo en la calle Rodríguez, entre Arana e Irigoyen hasta que se mudó a su actual dirección de la calle Robertson.
Damas de Beneficiencia
La sociedad de Damas de Beneficiencia, que data de principios del Siglo XX, fue fundada por la señora Juana D. De Tessier con la presidencia honoraria de la señora Sofía Terrero de Santamarina. Sus actividades se manifestaban en kermeses, rifas, bailes y colectas, a beneficio de la Sala de Primeros Auxilios, la Iglesia local y otras necesidades de la comunidad. Como es natural, la mencionada entidad se vio desbordada ante la revolución étnica y socialtras la construcción del Aeropuerto, por lo cual las necesidades de los pobres y las mencionadas instituciones adquirieron caracteres de tragedia nacional y el propio Estado, por medio de los municipios, tuvo que afrontar directamente la situación a partir del Presente juanpueblerino.
Sociedad Italiana de Socorros Mutuos XX de Setiembre
Se funda en 1907, siendo su primer presidente Enzo Cocozza Espósito. Su amplio edificio se encuentra en Irigoyen y Rodríguez y en él se desarrollaron múltiples actividades sociales, deportivas y artísticas. Durante una época, se intentó convertir su sala de la planta baja en cinematógrafo en sana competencia con el cine Monte Grande instalado en la Sociedad Española de Socorros Mutuos, pero no obstante la calidad de las películas y la concurrencia de público, no se obtuvo el éxito esperado. Empero, el salón prosiguió y sigue haciéndolo con eventos culturales, disponiendo de centros de enseñanza de diversas materias y actividades, aparte de un excelente coro y un buen elenco teatral. En la época del Intendente Juan G. Stura, se efectuó en la Sociedad Italiana la primera nuestra de dibujos y pinturas del pueblo, siendo el expositor el que suscribe.
Yo sabía que de eso no te ibas a olvidar, Di Martino; y por eso no te interrumpí para recordártelo.
Sociedad Española de Socorros Mutuos
Se fundó en 1911 y su primer presidente fue Bernardo Polledi. La Sociedad transitó por los mismos caminos de su colega italiana. En el salón con salida por la calle Marano Acosta, funcionó durante décadas el Cine Monte Grande, cuya decadencia y cierre produjo el surgimiento y auge de la televisión.
Sociedad Amigos de Monte Grande
En 1937 año de la inauguración de la Avenida 9 de Julio de Buenos Aires.
En nuestro Distrito se funda la Sociedad Amigos de Monte Grande, integrada por un grupo de vecinos que encabeza Aníbal Cichero Pietré, que fue su primer presidente. La entidad era una especie de Consejo Deliberante paralelo destinado a presionar a las autoridades en letargo con el fin de lograr ciertos derechos impostergables para la comunidad. Entre sus logros se puede señalar la pavimentación del camino al Cementerio al que era imposible llegar los días de lluvia y aún posteriores por el barro y los anegamientos de algunos sectores. Se consiguió también la instalación del primer teléfono público, que fue una cabina en el hall de la Estación ferroviaria, lo cual un fracaso debido a los vándalos que lo destruyeron al poco tiempo. Otras conquistas fueron el monumento al general San Martín en la plaza de su nombre, el obelisco de la Rotonda de Guillón, etc.
Hospitales
La salita de Primeros Auxilios, la primera entidad sanitaria de Monte Grande, fue donada por la señora Sofía Terrero de Santamarina, en cuyo edificio está hoy la Casa de la Cultura, frente a la Plaza Mitre. En 1944 se le cambia el nombre por el de Hospital Muncipal San José. Por el mismo desfilaron los primeros médicos del Distrito como Cardeza, Rotta, los dos hermanos Dreyer, Melel, Morando, Italiani, etc. A partir de 1976, el hospital se traslada a la calle Alvear, a una cuadra del Bulevar Buenos Aires, en su moderno y definitivo edificio. Cuenta también con servicios auxiliares en una dependencia que se encuentra en la Avenida Alear y Ameghino.
Vos me habías contado el asunto de Ubaldino Ortega y todo eso. Bueno, es mejor que lo cuente yo a mi manera, que vos tenés muchas milongas de redacción. En los lejanos tiempos del Hospital San José, vos te operaste allí de apendicitis y te operó el doctor Dreyer. Y al día siguiente, se operó también de lo mismo Ubaldino, uno de los muchachos de la familia Ortega, Ubaldino era conocidísimo en el pueblo porque siempre cabalgaba un petizito con una hernia en la ingle, hernia grande como una pelota de fútbol, de color blancuzco, que en verdad impresionaba. Ubaldido fue tu vecino de cama, pero mientras vos te tuviste que quedar internado cinco días, él, que era muy impaciente, al día siguiente se escapó, aprovechando un descuido de las enfermeras.
Bomberos Voluntarios
Desde fines del siglo IX y hasta fines de la Segunda Guerra Mundial, Monte Grande se veía precisado a requerir los servicios de los Bomberos Voluntarios de Lomas de Zamora. Luego, una comisión integrada por Héctor Echagüe, el Dr. Juan Miguel Tossoni, Agustín Venziletta y otros, logran crear un cuerpo de bomberos montegrandino, que actualmente se encuentra en la calle Vicente López, junto al Consejo Deliberante.
Biblioteca Municipal Bernardino Rivadavia
Esta noble entidad, sin duda una de las más queridas por los montegrandinos de todas las edades y que fue una cisterna inagotable de conocimientos para escolares, estudiantes y docentes, y una fuente cultural ilimitada para los aficionados a la lectura de toda suerte de obras literarias, científicas y técnicas, se fundó en 1927 por impulso de una idea del conocido doctor odontólogo Saúl Marcillese. Se encontraba y se encuentra aún en una antigua casa particular, modernizada décadas más tarde, en la calle Carlos Casares (hoy Dr. .A. Rojas), entre Vicente López y Dorrego. Durante muchos años, fue bibliotecario el conocido vecino Severo López Davio.
De no ser por la Biblioteca, no sé cómo los montegrandinos hubiesen podido leer las obras clásicas y modernas de la literatura universal cuando el grueso del pueblo no tenía ni para comprarse una revista o un diario. Me acuerdo que los sábados a la noche (los sábados eran laborables en ese tiempo), nos reuníamos en la trastienda (en la cocina de la casa, bah) Severo López Davio, Magliola, Francisco Vignola, Héctor
Etcheverry, varios más, vos y yo, para matear entre libros y hacer largas charlas sobre autores y novedades bibliográficas.
Puerta Histórica
En el viejo edificio de la Avenida Nuestras Malvinas, mano derecha, esquina Ocantos, a metros de esta última, se encuentra la Puerta Histórica de 1789. La misma era de una casa de propiedad de Juan Manuel de Rosas. Hallándose en el destierro, el Restaurador de las Leyes, se la regaló a su administrador Desiderio Sagrestán, que la hizo colocar en una casa de su propiedad de la calle Bolívar, de la Capital Federal. Cuando sus herederos demolieron el edificio, la puerta fue traída a Monte Grande y colocada en el lugar donde sigue hasta la actualidad, si bien sin los cuidados de seguridad y de mantenimiento que le corresponden, lo que atenta actualmente contra su supervivencia.
Ahora esto te lo digo a vos, no para que lo escribas en el libro. Mirá, no nos engañemos: somos paupérrimos en reliquias históricas. Guardamos esa puerta y resulta que el tirano Rosas era acérrimo enemigo de nuestro Esteban Echeverría. ¿No hay una contradicción ahí? O estás con Dios o con el Demonio. No podés estar en dos veredas al mismo tiempo. Un día van a traer la puerta de la casa de Videla o de Massera y la van a declarar histórica. ¿Vos te reís? Yo no veo dónde está la diferencia. No lo veremos nosotros dos que somos jovatos, pero te puedo garantizar que lo verán nuestros nietos o biznietos. Dejame.
Teléfonos
Nuestro pueblo contaba con escasísimos teléfonos, instalados en casas de familias pudientes y en unos pocos negocios y consultorios profesionales. Los más antiguos datan de 1910. La empresa telefónica se llamaba La Cooperativa, desde luego privada. Más tarde fue adquirida por la Unión Telefónica (UT), también privada. La característica del pueblo era 240 y lo fue por muchas décadas. La oficina estaba en una vieja casa en la calle Cardeza, casi frente a la del más antiguo guitarrista y cantor Pedro Lozano. La Empresa fue nacionaliza durante el gobierno de Perón, y se llamó desde entonces Teléfonos del Estado (TE), y más adelante el Entel. En la mencionada oficina y en los primeros tiempos, los teléfonos eran a manivela. Accionando la misma, contestaba una telefonista a la que había que dar la característica y el número, por ejemplo: Retiro 8902. Como no había teléfonos públicos, se formaba una larga cola de vecinos que querían hacer llamados. Muy modernamente, cuando aparecieron los teléfonos de discado, la nueva característica de Monte Grande fue el 290.
A manivela o a discado tiempo después, era imposible conseguir teléfono y a vos te debe constar, hasta el punto de que la mayoría de los comerciantes y profesionales no tenían. Yo me pasé por lo menos treinta años pidiendo y reclamando con cartas certificadas a la empresa de turno.
En la década del 60 y siendo comisionado municipal el Comodoro Arana, se instalaron los primeros 5000 líneas de teléfonos automáticos pero no por su gestión sino gracias a los martilleros Aracama. El interesado debía abonar la instalación de su línea por adelantado y se le daban facilidades de pago.
¡Y bueno, ahí fue que me anoté yo y pagué mensualmente ese dinero por la instalación, y por fin tuve teléfono! Y no sé si se acuerdan los antiguos de Monte Grande, que en esa época el teléfono no era medido como ahora. Vos podías hablar las 24 horas del día sin parar y pagabas una cuotita fija. Después vino la avivada de cobrarte de acuerdo a los minutos que hablás. ¿Y cómo, digo yo, antes se podía y ahora no?
La oficina de Entel se instaló en la calle Rodríguez, donde aún se encuentra en la actualidad.
Rentas
Rentas de la Provincia que como se ha dicho oportunamente, se encontraba en la calle Vicente López, se trasladó después a la Galería La Unión.
Museo Histórico Municipal
Se encuentra en el barrio La Campana, en la Av. Fair esquina Cervetti. En el mismo se pueden admirar abundantes reliquias y documentos de valor histórico para el estudiante y el intelectual. Se fundó en 1974 por idea de la señora Iris Martín de Darago y la comisión estuvo integrada por la mencionada, Fausto Viglione, Julio Renzo Iori, Rubén Campomar y otros. La verdad es que un sano emplazamiento digno de visitarse con la familia y especialmente los chicos, cuanto más porque también cuenta con un pequeño zoo.
Comercio e industrias
Se afirma que la primera casa particular urbana construída en Monte Grande data de 1889 y su propietario Siro Petrazzini, estando ubicada en la calle Vicente López 147. En 1890 trajo de Italia a su primo Omega y se asociaron con un almacén. En éste paraban los troperos que provenían de las estancias, algunas muy lejanas (hasta de Cañuelas). Se dirigían a Lomas de Zamora con ganado en pie. doña Amalia, esposa de Omega, se encargaba de practicar los primeros auxilios a los heridos y enfermos. Tratándose de algo de gravedad, el esposo Omega aprontaba el carro y llevaba al paciente a Lomas, puesto que aquí no había aún médico alguno. Esto, los Petrazzini lo hacían sin interés de ninguna naturaleza.
En la esquina de Dardo Rocha y Vicente López también había un paradero de tropa y la casa era de Antonio Scaglia, padre del químico.
En la esquina siguiente, o sea Dardo Rocha y Dorrego, y donde actualmente está Pizza Piú, funcionaba un almacén de Leopoldo Liñán. Después se conoció como Almacén Las Torres.
Estaba también el antiquísimo almacén El Silencio, que cerró alrededor de 1949. Era de propiedad de Antonio Cervetti, solterón que estaba asociado a su hermano Pedro. El negocio databa de l895. Después, se conoció con el nombre de El Progreso,
De paso para la escuela Nº1 en los años treinta y tantos, yo solía comprar allí pastillas o caramelos que se vendían sueltos y se exhibían en unos grandes frascos de vidrio. sobre un costado del largo mostrador.
José y Leopoldo Liñán, a quienes apodaban Los orientales, tenían un almacén en Dorrego esquina A. Rojas. El segundo era muy aficionado a las artes y en el almacén hizo la primera representación teatral que se conoció en el pueblo, con intérpretes aficionados del vecindario.
Agregá: un almacén muy pequeño, que era propiedad del turco Bequi, estaba en la calle Rodríguez, a metros del paso a nivel del Roca, donde ahora está la mosaiquería Camarieri. Yo le compraba algo, porque me quedaba muy de paso cuando volvía del centro del pueblo y cruzaba la barrera para después agarrar Mariano Alegre y caminar hasta el 541. El turco era uno de los pocos comerciantes que levantaban quiniela clandestina.
En Dorrego casi esquina A. Rotta, estaba el antiguo almacén de los Gutiérrez, que funcionó muchos años, posiblemente hasta después de la Segunda Guerra. El dueño cerró para dedicarse a la fabricación de soda.
En Las Heras, cruzando Uriburu (Bvd. Buenos Aires), se encontraba el almacén de los hermanos Montserrat.
Sobre el largo camino llamado La Colorada y hoy Santiago Dreyer, a la altura de Colón, se encontraba el antiguo almacén de los Pardini, luego de los Fracchjia, en el que había cancha de pelota pared, en el que los fines de semana iban a paletear algunos gauchos de la zona y a veces los chicos, entre ellos Kamen Kamenoff (padre de la poetisa Elena Mabel Kamenoff), su hermano Juan y el que esto escribe. Eso era en la década del 30. Como a cincuenta metros de ese almacén, estaba el rancho del negro Silva, vivienda que registró en un hermoso óleo el pintor local Raúl Casal.
Pasando a la zona residencial, nos encontramos sólo con dos almacenes: uno en Nuestras Malvinas mano izquierda, entre M. Paz y Laprida, que era de la viuda de Pérez, cuyo hijo el Poroto sería farmacéutico y abriría su farmacia frente al Policlínico Santamarina de la calle Alvear, donde aún está. Dicho almacén, que había sido fundado por Antonio Pérez, funcionó hsta fines del año 1980. Y era atendido por un sobrino. Al lado estaba la panadería El gaucho, que así apodaban a Manuel Rodríguez, su fundador, en razón de que hacía gauchadas a todo el mundo. El negocio fue luego atendido por su hija Delia y una ayudante Beba. No eran pocos los que en adelante llamarían con el nombre de ésta última al negocio. Otro de los hijos de Manuel, Guillermo, tuvo un negocio de artefactos para el hogar en la Avenida Alem, a la derecha, a metros de la Galería La Unión.
La antigua panadería Bellas Artes, propiedad de la familia Abad, estaba en la calle Emilio Castro (hoy Dr. A. Rotta) donde ahora está el velatorio Di Lorenzo, entre Alem y V. López.
La panadería El león de Castilla, muy antigua también, propiedad de la familia García, se encontraba en Las Heras esquina Irigoyen .
La panadería Trigo de Oro estuvo muchos años en Alem y Ameghino. Era originariamente de propiedad de Segura y Miguel y fue fundada en 1920.
El primer farmacéutico del pueblo fue Féliz Picquart, a quien desde luego conocí personalmente. Pero la primera farmacia fue fundada por Pedro Vetrini y se encontraba en la calle Vicente López 147 en 1906, en la casa de los Liñán. Se llamaba Farmacia del Pueblo y en 1910 la compró Picquart. Más adelante, éste la trasladó a Alem esquina Irigoyen. Cambio varias veces de dueño, llevando el nombre de Roza.
La segunda farmacia en importancia del pueblo estaba en Alem esquina Arana, mudándose posteriormente a Alem esquina Sofía T. de Santamarina, frente a la Plaza Mitre, siendo su último dueño la familia Fini.
La tercera farmacia que se fundió en el pueblo era de Oscar Costa y estaba ubicada en la Av. Nuestras Malvinas, frente a la panadería El Gaucho, o de la Beba. Eso fue a principios de los años 40. Poco tiempo después, Costa edificó en la esquina de Laprida y Nuestras Malvinas, donde aún funciona. Muchas farmacias fueron surgiendo después, en especial a partir de la del 50.
En esos tiempos había unos pocos almacenes en el pueblo. Su característica principal era una larga estantería con gavetas cuyos vidrios dejaban ver una variedad muy grande pastas. La casi totalidad de los productos alimenticios eran sueltos. El dulce de batata o de membrillo venían en grandes latas redondas o cuadradas. También eran sueltos las harinas de trigo, de maíz, y el azúcar. Éste se vendía molida y en terrones, suelto desde luego. Algunas marcas de yerba venían en latas. Las más antiguas eran la Flor de Lys, Asunción y Cruz Malta. El té, que era en rama, venía en paquetes de cartón. El más conocido era el de marca Tigre. Aunque se conocía el encendedor, aún no se había difundido su uso. Se preferían los fósforos, que los había de madera y de papel, y de estos últimos eran muy populares los de marcas Ranchera, Rancherita y Mantero. Al principio, por la década del 30, traían una gomita que vacilitaba su apertura, pero después la suprimieron, sin duda para ahorrar materia prima.
Hasta antes de la Segunda Guerra era posible observar el paso de carros techados de zinc a modo de furgones que vendían carne de res a domicilio, especialmente en los barrios no céntricos. También se veían carros de vendedores de verduras y frutas. Pan y leche se repartían a domicilio en carros. El primer vendedor ambulante de carne que se conozca fue Silvio Martínez. Luego le salió un amable competidor, Anselmo Gómez, que más adelante se iniciaría como el primer cochero de plaza, con carruaje de tracción a sangre por supuesto.
Se cree que la carnicería más antigua del pueblo fue la de Juan Hernández, que estaba en la calle Carlos Casares, ahora A. Rojas.
Y... Lo que te decía recién de los nombres de las calles. ¿No era mejor si dejaban el nombre de Carlos Casares y le ponían A. Rojas a una nueva o que se llamada Los Ombúes, o algo por el estilo? Cuando los funcionarios no tienen nada que hacer (que es casi siempre) para que digan que hacen algo, le cambian el nombre a una calle. Entonces el que escribe, tiene que estar aclarando constantemente: “Antes llamada...”, “Actualmente llamada...” Dejame.
Estaba también la conocido carnicería de Juan Luro, muy antigua también (de l910), que era pariente de los Dreyer. Se encontraba en Vicente López, vereda derecha, más o menos frente a la Galería La Unión. Después Francisco Frino abrió su carnicería en la esquina de V. López y A. Rojas, llamada entonces Carlos Casares. Se mudó más arriba, a V. López y Dr. A.Rotta, donde después estuvo otro negocio del mismo ramo, La Vaca Loca. En la calle Irigoyen mano izquierda, a media cuadra de Alem, estaba la carnicería de la familia Matheu y en Ameghino, a una cuadra y media de Alem, se encontraba la de los Suárez.
La única fiambrería del pueblo era la de los asturianos Otero, en Alem, mano izquierda, entre Irigoyen y Ameghino. Posteriormente cerró y en el local hubo un negocio de telas plásticas de propiedad de uno de los descendientes.
La lechería más antigua era de la familia Bertini, en Alem, mano derecha, entre Dr. Rotta y Plaza Mitre.
Sin duda la carbonería y forrajes más antigua debió ser la del español Francisco Gómez, que estaba en Luis Guillón. Otra, posterior, estaba al lado del colegio Naciones Unidas (El Durazno) en la calle Arana, frente a la Plaza E. Santamarina, en una construcción que era propiedad de Scali.
La más importante casa de forrajes y cereales era la la familia Farina, en Dorrego esquina A. Rojas, a metros de la Biblioteca.
En la zona residencial había sólo una, en Nuestras Malvinas, mano izquierda y casi esquina Gral. M.Paz. Era de propiedad de la familia Berasain, después de la familia Recarte y posteriormente cambio varias veces de dueño.
Las tiendas más antiguas fueron las del turco Nicolás, en la calle V. López, la del catalán Carlos Mora que estaba enfrente y la de Yabrún en V. López donde ahora hay una casa de pintura.
En las décadas del 30 y el 40 fue muy popular la tienda El tesoro escondido que estaba en Dardo Rocha mano izquierda, esquina V. López, frente a la bicicletería Baiona.
Y estaba también la tienda de los Klinoff, en Alem mano izquierda, entre... donde actualmente los nietos tienen una gran zapatillería y ropa sport.
Hubo tres viveros importantes en las orillas de la zona urbana, de tres viejos pioneros del ramo, Ghersi, Giusto y Maio, todos los cuales fueron proveedores de plantas para el Municipio y los vecinos.
Las talabarterías, cuyo rubro principal eran las monturas, riendas, arneses y demás artículos para los caballos, fueron desapareciendo ante el auge del automotor, y las dos últimas que existieron fueron una en Irigoyen (entre Alem y Las Heras) de propiedad de Cánepa, y otra en Vicente López, frente al Diario La Voz del Pueblo.
El primer relojero del pueblo fue Rosé, un catalán instalado en la calle V. López, a media cuadra de A. Rojas. Más adelante, fundó una de Antal, que había comprado y explotado el bar y restaurante de Binetti; la relojería y joyería la abrió en Alem, mano derecha, más o menos donde posteriormente se construiría la Galería Unión. La cerró tras sufrir varios asaltos.
Los más antiguos sastres fueron los hermanos Molé, instalados en D. Rocha mano derecha, frente a la residencia La Valentina. Hubo otro sastre antiguo, al que apodaban Turiló, de quien no se tienen mayores datos. En la década del 40 surgió otro sastre, Quinteiro, instalado en Alem mano derecha, a metros del Club Jornada, hoy Galería Paseo.
Los fígaros más antiguos fueron los hermanos Trinacia, italianos de largos bigotes, que tenían su negocio en Alem, entre Irigoyen y Ameghino. De más o menos esa época era Anuncio Topolito, cuyo local estaba al lado del almacén de los Liñán, en el edificio propiedad de los Farina. En Alem, a metros del almacén El Progreso, estaba la peluquería de Amasagatti que luego se mudaría a Dardo Rocha, mano izquierda, a metros de Alem, donde ahora hay una frutería.
¿Bicicleterías? De eso puedo afirmar con seguridad que había dos. Una, de Moreira, y otra de de Saiud y Baiona, ambas en Vicente López, a metros de la ruta 205. Por supuesto yo conocía las dos porque era muy aficionado al pedal.
En la zona comercial de Monte Grande sólo había dos cafés. El Ideal, estaba en Alem mano izquierda esquina Arana mano derecha. Estaba abierto las 24 horas. El otro era de propiedad de Antonio Alces; contaba con billares, cancha de pelota pared y cancha de bochas. Este se encontraba en Alem mano izquierda frente a la panadería Trigo de Oro. Fue luego adquirido por los japoneses Chiró, de ahí que fuese conocido como El café de los japoneses. Uno de los Chiró tiene actualmente un vivero frente a la estación, sobre la calle M. Paz, mano derecha, entre Malvinas y Duclot.
El primer sodero, que repartía con carro de tracción a sangre, fue Andrés Debeza, a quien apodaban El lungo, por supuesto por su elevada estatura.
Onganía y Musto, fueron los más antiguos del pueblo en el ramo de agencias de automotores y se encontraba en el amplio local de V. López mano izquierda.
Hubo varios corralones de materiales en tiempos antiguos, como el de Santiago Dreyer y el de los Nizet, pero sólo sobrevivió el segundo que estuvo en Constanzó y M. Paz hasta fines de la década del 30 , luego en Uriburu y posteriormente en el barrio Nuestras Malvinas, en Malvinas esquina Vernet. distintas direcciones
Había una gran ferretería en la zona comercial y otra, pequeña, en la zona residencial. La primera era de los Magliola, que se encontraba en Alem, mano derecha, llegando a la Plaza Mitre, donde ahora hay una galería comercial. La segunda estaba en Nuestras Malvinas, mano derecha, propiedad de Fazio, a pocos metros de la Puerta Histórica.
Librerías había sólo dos: la de Martín Aguirre, en Alem, mano izquierda, frente a la actual Galería Paseo y otra pequeñita en la calle Las Heras, mano izquierda, entre Irigoyen y Arana, que era de la familia Irigaray. En Alem esquina Cardeza, donde últimamente se instaló Sapienza, había un bazar, que vendía algunos artículos de librería de primera necesidad.
A principios del siglo XX existía una fonda en Dardo Rocha y Lavalle, llamada Los Vascos, que era una de las preferidas por los troperos que traían ganado en pie de muy lejos. Queda aún la antigua y pintoresca construcción, muy bien reciclada, que es un anexo de Pizza Piú.
La única mueblería del pueblo era la de Moisés Berlín y estaba en Alem, que luego siguieren atendiendo sus hijos David y Manuel.
Si la memoria no me falla, el rematador más antiguo o uno de los primeros era Pérez Navas. Después surgieron los hermanos Aracama y más adelante Perpen, Núñez y otros.
El aserradero más antiguo estaba en Ezeiza y era propiedad de Luis Spinetto. En Monte Grande surgió luego el de Pino y Sesma, que eran primos y que el segundo tuvo después durante el resto de su vida en Dardo Rocha mano derecha casi esquina Gral. Paz.
La primera y única empresa alambradora de fincas existió a principios del Siglo XX y era de propiedad de Miguelín Vidal, radicado en el pueblo en 1890.
El kiosco pionero de Monte Grande fue el que estaba en Dardo Rocha mano izquierda esquina Alem, en la acera de la actual óptica Magallón. Ahí era la parada del Cañuelas que iba por Garibaldi (Lomas) hasta la Capital. El kiosco era tipo pagoda, de chapa, pintado de verde oscuro y pequeñito, como eran en realidad los de la Capital. Lo atendía su propio dueño, que era de Llavallol. A su muerte, lo sucedió el hijo. Sería útil señalar que el verdadero kiosco era así y no locales - y a veces grandes - como en la actualidad. Allí vendían sólo artículos imprescindibles como aspirinas, fósforos, hojas de afeitar, cigarrillos y unas pocas golosinas. El mencionado vendía también diarios y revistas, no la variedad ni cantidad que se ve actualmente en los puestos, sino escasos y vendibles ejemplares, generalmente encargados.
El más importante transportista y quizá el único, era el de los Andreu.
Un puesto exclusivamente de diarios y revistas, que era el único y más grande del pueblo, estaba en la Estación, en el andén para adentro. Lo atendía el popular Benito que tenía uniforme y gorra de visera que le proveía la empresa que tenía la concesión en todas las estaciones.
Fuera de ese puesto y del kiosco antes mencionado, no había donde comprar diarios y revistas antiguamente. Había sí, dos repartidores de diarios y revistas para los que se los compraban en forma estable. Uno de ellos era Ponzio, que lo hacía en bicicleta y aún bajo lluvia. Cuando su trabajo se incrementó, lo secundaron en el mismo oficio sus hijos Francisco (Panchito) y Antonito, que disponían de sus respectivas bicicletas. Ellos vivían en la zona residencial de Monte Grande, pero efectuaban el reparto por todos los barrios. El otro repartidor vivía en la zona comercial y vivía por Rivadavia, a media cuadra de Arana. Era un joven llamado Vázquez, que también se se movilizaba con bicicleta.
En la post guerra surgió el kiosco de Federico, que era de mampostería y techo tipo chalet, que aún existe en la Plaza Gral. San Martín, en Malvinas y M. Paz, si bien cambió varias veces de dueño.
Una de las pocas oficinas de planos y construcciones, si no la única, y la más antigua, era la de Bernardo Cava, padre del arquitecto Luciano, que estaba en Alem esquina A. Rojas, ex Carlos Casares. Más adelante hubo otras como las de Ciarletta, Eduardo Pan, etc.
Sólo se recuerda una herrería de caballos en el pueblo, que era Mandelli. Se encontraba sobre la mano derecha de V. López entre A. Rojas y D. Rocha, en el mismo local donde posteriormente funcionaría una talabartería.
Muy antiguamente había una fábrica de medias del catalán Alberto Gispert, catalán, en la calle Independencia, a metros de la carpintería de los Martínez. Posteriormente se trasladó a Mar del Plata, mientras uno de los hijos se establecía con una fábrica similar en Llavallol, frente a la Estación.
La más antigua y grande de las fuentes de trabajo del pueblo, que en la década del 70 llegó a dar empleo a más de 3000 vecinos, fue el Frigorífico Monte Grande, uno de los más importantes del mundo. Fundado en 1908, quebró en 1986. El dueño era un alemán llamado Augusto Hersch, experto en fiambres y embutidos que vivía en los fondos de Constanzó. La Empresa continuó bajo la dirección de su hijo Gustavo, quien se asocia con Fernando Vater y Ricardo Banus, éste fundador de la cadena de cervecerías Munich, de la que hubo una en la calle Echeverría entre San Martín e Independencia. Luego ingresaría como socio del Frigorífico Oscar Risso, viejo vecino del pueblo que fuera dueño de la Estancia La Campana donde ahora está el Museo de ese nombre. Gustavo ejerció la presidencia de la Empresa hasta 1931. A través de las décadas, hubo muchos cambios en el directorio y la firma comenzó a decaer hasta el punto de que en los años 60 estuvo dos años inactivo. En la década del 70 se produjo el derrumbamiento de una parte del edificio (del frente sobre San Martín) a raíz de la explosión en su interior. Allí comenzó su definitiva decadencia hasta su cierre.
1939: en la Ruta 205 y Alvear se encontraba la Fábrica de Tejidos Amat y Compañía, fundada en por el catalán Alfonso Amat, a quien le sucedieron sus hijos Jaime y Alfonso. Comenzó con escaso capital, pero con una excelente administración y dirección, logró a convertir la fábrica en una poderosa empresa con anexos en varias zonas del país. Exportaba gran parte de su producción. Sus Sábanas Fiesta, manteles, servilletas, etc. eran de gran calidad y no son pocos los vecinos que aún las tienen en uso. Allí trabajó gran parte de los montegrandinos, tanto hombres como mujeres. La industria, ya sin su fundador y dueño, como en caso del Frigorífico y muchas otras industrias o negocios, fue cayendo en decadencia por su mala dirección y administración, hasta llegar a su cierre definitivo.
Importante fuente de trabajo para el pueblo montegrandino fue también la FAPA, Fábrica Argentina de Porcelana Armanino, fundada por su propietario Leopoldo Armanino en la década del 30. En la zona donde está instalada y en la que aún funciona pero con un pequeño personal, había un matadero cuyos líquidos y desperdicios se vaciaban a un arroyito (que después fue entubado), inundando e infectando el barrio, lo que originó la protesta de los vecinos y la erradicación de esa industria. Fue entonces que Armanino compró esas tierras para levantar su fábrica, que tuvo una época de mucho esplendor con la fabricación de aisladores, en especial de alta tensión, que tenían mucha demanda en el país y el exterior.
Bueno, no vale la pena repetir lo que ya dije sobre lo que sucede con las empresas cuando mueren sus dueños.
En 1912 se instaló una fábrica de alambre tejido, que también hacía botones. Estaba en D. Rocha y Dorrego, donde actualmente está Pizza Piú. La fábrica era del activo y talentoso Leopoldo Liñán.
Los hermanos Zulueta , - Nemesio, Enrique y Ángel - fueron los primeros en instalar fábrica de pastas frescas, una novedad para el pueblo. Estaba en Alem, mano izquierda, frente al Club Jornada. Más adelante dejaron ese ramo y se iniciaron con una librería frente a la Plaza Mitre.
En la posteguerra surgirían varias fábricas de pastas caseras, talleres y negocios nuevos. Tassara Hermanos, calle M. Paz, a unas cuadras de Constanzó, se dedica a la fabricación de mosaicos, baldosas, mesadas o otros elementos de cocina y de baño.
La primera fábrica de televisores cuya marca era Victorial, fue la de Víctor Ameur Liñán, siendo el primer técnico del país que logró construír un televisor que captaba imágenes de Brasil cuando en Buenos Aires aún no había televisión. Su taller estaba en V. López 147, frente a la Galería La Unión.
Sportman fue la marca de la primera fábrica de armas de caza y tiro al blanco que existió en Monte Grande. Se fundó en l958, siendo sus propietarios Guillermo Anhora, Alberto Taboas y Severino de Bernardo.
Se afirma que la imprenta más antigua o al menos una de las primeras fue la Anselmo Ramos. En la década del 30, la imprenta más importante era la del turco Pedro Faiat, que editó un tiempo el diario Nuevos Rumbos, en el que el periodista Esteban Giantomassi publicaba la Historia de Monte Grande en capítulos.
La carpintería más antigua fue la de los Martínez, de la calle Independencia, entre Sarmaiento y Echeverría, que funcionó hasta hace hace unos años.
El fotógrafo más antiguo que se conoce fue Leopoldo Manucci en la lejana época que el flash era una pulgarada de magnesio que al encenderse con el chispero de una pantallita, producía una fuerte luz blanca que había que saber sincronizar a ojo con el obturador de la cámara. No había rollos de tomar fotos. Cada foto era una placa de vidrio sensibilizada para ese efecto.
Estancias y Casas quintas
La estancia más conocida del pueblo era indudablemente La Sofía, quizá porque porque estaba casi en pleno pueblo. Pertenecía a la familia Santamarina, apellido muy ligado a la historia montegrandina. Se extendía desde la Ruta 205 hasta La Colorada y desde Ramón Santamarina hasta Ezeiza (aún no existía El Jagüel). La atravesaba el Arroyo Ortega y en ella había una hermosa mansión que aún existe. Con la autorización del mayordomo Vieli y por ende de los Santamarina, las escuelas hacían pic nics al lugar, preferentemente en las orillas del mencionado arroyo. Antes del Siglo XX, esas tierras eran propiedad de Pedro Arocena, que después se las vendió al Dr. Romero y más adelante éste a Enrique Santamarina en 1905.
La casa quinta de Alfredo Ramos, dueño de la otrora famosa Confitería El Tren Mixto de Plaza Constitución, estaba ubicada en Arana y Rivadavia, y extendíase desde la primera hsta las vías del Ferrocarril y desde la segunda hasta el Arroyo Santa Catalina. Los Ramos disponían de varios coches (de tracción a sangre en esa época), muebles y objetos de arte importados de Europa. El predio fue fraccionado y vendido. El edificio, que era un hermoso palacete fue adquirida reformado y convertido en una caricatura de castillo por nuevos dueños, instalándose finalmente en él un instituto neuropsiquiátrico que funciona hasta el presente, atendido por el Dr. Míguez y su esposa también doctora en la especialidad.
Los Ortega eran viejos terratenientes afincados en la zona del Cementerio que con el tiempo fueron vendiendo sus tierras a distintos chacareros y quinteros europeos y japoneses, muchos de los cuales aún viven y trabajan allí, o, en otros casos, lo hacen sus descendientes.
Había un tambo de los Etchegoyen, próximo a la zona urbana, que lindaba con la estancia La Campana y en cuyo edificio está hoy el Museo.
A lo largo de La Colorada que se extiende desde el Camino de Cintura hasta el Camino a Canning, había quintas, chacras, estancias y casas de fin de semana. Ese camino, ancho y polvoriento en tramos, con profundas e intransitables huellas en otros, o invadido por las hierbas en algunos sectores, eran tan solitario como un sendero en plena pampa. Pasaban horas a veces sin que un jinete o un carro pasara por allí, y si alguien lo transitaba, era fácil advertirlo desde gran distancia por el polvo que a su paso levantaba. El tramo más concurrido por los paisanos de la zona era el que estaba entre Alem Doble y Colón, pues allí estaba el almacén de los Pardini. Alguna parte de ese tramo era utilizado un domingo de primavera o de verano para carreras de caballos y de sortija.
En la década del 20 aparecieron los primeros viejos Ford, que eran los únicos que con cadenas pantaneras, podían desafiar las fangosas calles de las periferias montegrandinas.
Sobre La Colorada mano izquierda, teniendo a la derecha - calle de por medio, -el horno de los Amadeo, y enfrente, la mencionada arteria por medio y cruzando ella La Sofía, estaba la casa quinta Los Paraísos, de la familia germano francesa Funk. A la izquierda de la misma, estaba la casa quinta Las Casuarinas, de la familia Lucadamo.
Detrás de ésta, a unos cien metros de La Colorada, había un chalet semi oculto por abundantes árboles y sombras, que era de propiedad de Mechita Caus, la más famosa actriz de radioteatro de la década del 30. Hacía pareja en las novelas con el no menos famoso actor Artuco Telesca. El chalet de Falabrino, en Enrique Santamarina y Recondo, adquirido posteriormenete por el Intendente de Avellaneda Alberto Barceló, después fue vendido y luego adquirido por el Banco Platense, que lo adaptó a sus actividades; pero la entidad cerró al poco tiempo.
En la manzana donde se encuentra la conocida Puerta Histórica, había una casa quinta llamada La Cigüeña, en cuyo parque había una fuente con una escultura representando una... cigüeña. En la misma manzana estaba la escuela Nº 6. La casa, modificada, se convirtió en una pescadería, de breve supervivencia comercial.
Pero sin lugar a dudas, la quinta más espectacular de Monte Grande fue La Antonetta, por la belleza arquitectónica de su palacio de varios pisos y sótano realizado en estilo renancista siciliano. Se encuentra aún en Nuestras Malvinas al 900 entre Esquiú y Funes. Frente a ella estaba la casa quinta de la familia Bruzzone. La Antonetta la construyó el propietario de aquella época, el ingeniero siciliano Cayetano Perrone. La única hija de éste, Rosita, estaba casada con otro ingeniero, Heriberto Brunelli. Éste y su suegro, eran accionistas de la Compañía de Seguros La Aseguradora Argentina, Italmar y otras empresas, siendo además dueños de estancias del interior del país. Independientemente del palacio, había dos construcciones de menor importancia con entrada por Esquiú. El palacio tenía un hermoso parque con réplicas de estatuas clásicas y una fuente en cuyo centro elevábase la estatua vaciada en bronce de la loba romana alimentando a Rómulo y Remo, personajes etruscos que según la leyenda, habrían fundado Roma unos 700 años a. de C. Los Perrone recibían frecuentes visitas de la aristocracia italiana. En los sótanos disponían de los mejores vinos de su patria. Tenían un potente telescopio, posiblemente el único en Monte Grande en esa época, con el que las visitas escudriñaban el firmamento. La propiedad disponía de un gran molino de viento - que aún existe- con escalera caracol que terminaba en un mirador en la parte superior del tanque, desde el que se podía admirar el panorama de Monte Grande, que por su compacta vegetación, semejaba un mar verde. Posiblemente no hubo un molino más alto ni más costoso en la zona. Fallecidos los dueños originales, la propiedad fue vendida en varias ocasiones, y las estatuas fueron retiradas, vendidas o robadas en tiempos más actuales.
En Nuestras Malvinas también había una casa quinta propiedad de uno de los dueños de Gath & Chaves, cuya central está en Londres pero que en esa época tenía una gran sucursal en Buenos Aires. La propiedad fue adquirida después por el doctor Serracant.
Más de una familia montegrandina compraba a crédito en Gath y Chaves y en casa lo hicimos en una oportunidad. La firma puso de moda un gorrito para los chicos que se llamaba precisamente gatichave. “Nene, te digo que te pongas el gatichave; si no, no te llevo porque hay un solazo que raja la tierra”.
En las afueras, como a 30 cuadras de la Estación, tenía su chacra Eduardo Chirón, dueño de La Valentina. La chacra se llamaba El Desparramo.
Uno de los dueños de la estancia La Laguna, fue Pedro Garland y en ella trabajaba el más famoso de los domadores de la zona, José Chinivazzi, que se había radicado por aquí en 1886.
El ingeniero Jorge Duclot, autor de varios libros - entre ellos hemos conseguido uno de fotografía y cine, - era dueño de una granja de la que era administrador José Magoni y quedaba en uno de los campos que hoy forman el Aeropuerto Internacional.
La casa quinta más conocida del pueblo indudablemente era La Zaida, mencionada en otra parte, puesto que quedaba en plena zona céntrica y ocupaba toda la manzana formada por A. Rojas, Lavalle, D. Rocha y Dorrego. Más adelante fue fraccionada y vendida en lotes, pero se conserva tal como era el gran chalet original.
Estaba la quinta La Malvina, de Luciano Degoy, de arquitectura barroca, comprada luego por Francisco Recondo, después por Roque Suárez y finalmente por Juan Testa.
La casa quinta La Primavera se encontraba cerca del actual colegio María Auxiliadora y su dueño era Alberto Pitré.
Conocida era también la estancia El Triángulo, donde “se dice” que habría pernoctado el Restaurador de las Leyes en una de sus campañas. La administraba la familia Cnockkaert y tenía su tranquera en los fondos de Constanzó, a unas cuadras de la Fair. Se extendía desde la primera hasta el Arroyo Ortega. En los campos de la propiedad abundaban las liebres y las perdices. Se podía cazar o recolectar huevos de éstas últimas con el consiguiente permiso de los mencionados administradores.
Sobre la Ruta 205 y frente a la mansión de Alberto Barceló, se alzaba un hermoso castillo medieval de dos torres - éste sí arquitectónicamente concebido, - lo que motivó a que recibiera un premio por lo mismo. Lamentablemente - y no es el primer caso ni en Monte Grande ni en la Capital y Gran Buenos Aires - los distintos nuevos dueños, fueron modificándolo y desvirtuándolo hasta el punto de que hoy no sería fácil ubicarlo, si es que queda algún ladrillo del mismo. La ignorancia y la incultura no es sólo patrimonio exclusivo de algunos funcionarios sino también de los que no lo son, justicia es reconocerlo.
Por supuesto había otras casas quintas y casas como las de Pedro Calatayud, la familia Pereda, la de dio Emilio Salotti (en la que se dice estuvo de vacaciones en alguna que otra oportunidad Hipólito Yrigoyen antes de ser Presidente), la de Juan Queirel, la del escribanbo Guillermo García Díaz, la de Manuel Ferro y otra de Manuel Ferro que ocupaba casi todo Luis Guillón desde el Ferrocarril hasta la Fair, la de Juan Manuel Castro Chaves, la de Jorge Pasman Miles, etc.
Hemos recordado algunas de las casas quintas del ayer que por un motivo u otro están aún en la memoria de los vecinos supérstites. No tendría objeto mencionarlas todas, pues como se decía al principio no es intención mi compilar un estudio documental ni cronológico sobre nuestro pasado.
Clubes, deportes
No es difícil imaginar que las diversiones y el esparcimiento de Antes de la Segunda Guerra Mundial, eran muy limitadas en nuestro y otros pueblos. Se reducían a bailes o pequeños eventos en casas de familia (casamientos, bautizos, cumpleaños), alguna carrera de sortija en las periferias; en raras ocasiones alguna kermese a beneficio o algún evento deportivo de escasa importancia. Comenzaban a fundarse algunos clubes, en los que había un baile de vez en cuando con grabaciones de discos o números vivos a veces animados por músicos y cantantes locales.
No había radio aún y los primeros discos de pasta eran enormes, de pasta, algunos grabados de un solo lado, que reproducía el gramófono R.C.A.Víctor (el del perrito). Pero como eran escasas las familias que disponían de un reproductor de esta clase, lo común era el número vivo: alguien que tocara la guitarra - a veces el acordeón o el bandoneón- y alguien que cantara.
Carreras cuadreras, carreras de sortijas, el juego del palo enjabonado, carrera de embolsados y otros entretenimientos, solían hacerse en baldíos del propio centro y en ocasiones especiales como podía ser un acontecimiento cívico o religioso a unas cuadras, en algún campo de deportes de un club.
Al mismo tiempo, había algún evento deportivo, de fútbol o carreras pedrestres o de bicicletas.
El primer baile de Carnaval se efectuó en la Sociedad Italiana de Socorros Mutuos en 1912.
Los primeros corsos, aunque los lectores no lo crean, se efectuaban en D. Rocha (que estaba sin pavimentar) en las dos cuadras comprendidas entre Alem a Dorrego. Los disfraces eran muy modestos, realizados en casa por la abuela o la tía solterona invariablemente con la tela más barata, si no de arpillera, la que era pintarrajeada y adornada con corchos, tapitas de botellas de cerveza, flores y trozos de tela de otro color. También se apelaba a ropa vieja que se reciclaba y adornaba convenientemente con esos elementos. Me acuerdo que un joven, durante años, se disfrazaba de bicho canasto: ropa de arpillera decorada íntegramente con nidos de esos bicharracos. Y un hombre ya mayor, muy cómico y dicharrachero, conocido por don Alonso, en dos temporadas apareció por el corso disfrazado de bebé con babero y chupete, y sin necesidad de afeitarse la cabeza porque era calvo y gordito. Quedaba como un perfecto bebé. Lo curioso es que lo acompañaban sus dos nietitos vestidos de frac y con galera, que lo llevaban de la mano.
Después el corso se trasladó a la Avenida Alem (entonces llamada Avenida La Plata), en el tramo entre la Plaza La Bonita (después Enrique Santamarina) y la Mitre. Se instalaban varios palcos en algunas aceras, adornados con guirnaldas, cintas de colores, flores naturales y/o artificiales y con arcos decorados con lo mismo y con lámparas multicolores. Los alquilaban las familias pudientes y notables del pueblo para ver más cómodamente el desfile de carrozas, murgas y disfrazados que llenaban y circulaban por la arteria (en aquella época de doble mano). el palco principal se destinaba a las autoridades municipales, familiares y algunos notables del pueblo, y ante los cuales se detenían gauchos y payadores para saludarlos y cantarles o para improvisarles versos de salutación. Por las aceras circulaba un gentío impresionante porque no sólo todo el pueblo estaba allí sino también muchos forasteros que llegaban de localidades vecinas y gente de la Capital que venían a sus casas quintas o a visitar a sus parientes montegrandinos. Los disfraces comunes de los niños y jóvenes eran los de payaso, pirata, cow boy y personajes conocidos en la historieta y el cine como El Zorro, El Llanero Solitario, Patoruzú, el gaucho, algún típico campesino de lejanos países; y las niñas se veían de gitana, bailarina rusa, chinita de nuestro campo, etc. Los conjuntos de murga provenían generalmente de otras localidades. Las carrozas eran carros y sulkys de los campos y estaban también sus conductores y tripulantes. Los mismos carros estaban a veces disfrazados de locomotoras, aviones, barcos, o tronos en los que iban algunas chicas vestidas reinas y princesas. Los caballos también tenían sus correspondientes adornos haciendo juego con los carruajes. Disfrazados y público en general se arrojaban mutuamente papel picado, serpentinas y aguas perfumadas con rudimentarios aerosoles y globitos de agua. Calle y veredas quedaban cubiertas por un colchón de papel picado y serpentinas.
A mí se me quedó muy grabado una breve secuencia (pero no la escribas porque no voy a dar nombres ni tiene la menor importancia): una señora de la “sociedad” local, que estaba con su familia en uno de los palcos vecinos al palco oficial, que, escandalizada, le decía a su hijo menor, adolescente: “¡Cómo! ¿Todavía no fuiste a saludar al señor Intendente? ¡Pero andá, porque él se queda un ratito y se va!”. Y el muchachito, perplejo, indeciso, poniéndose colorado, respondió: “Yo sé, yo sé cuando tengo que ir”. ¡Qué sé yo si después fue o no fue! ¡No me iba a quedar espiándolo! Además, ¡Qué me importaba! Me acuerdo de ese detalle porque se me quedó muy nítidamente grabado en la memoria, como un abominable ejemplo de mayaorejismo o chupamedierismo, que muchos creen que es un asqueroso vicio de los tiempos modernos. No: eso existió siempre desde el “hoimo sapiens” hasta nuestros días.
A las cero horas terminaba el corso. Pero media hora antes, el público empezaba a retirarse, quedando muchachos que hacían guerrillas de agua, con baldes, espectáculo del que todos huían para que no se empapara su ropa dominguera. Pero eso duraba sólo un rato. El público, en su mayor parte, se retiraba a su domicilio. Unos pocos iban de allí a los clubes, donde seguía el Carnaval con baile hasta las 2 de la mañana. Otros preferían ir a tomar cerveza o refrescos para luego volver a casa. Esto era fácil para los montegrandinos, pero no para los que habían venido de Guillón, Ezeiza o más lejos; a esas horas se les complicaba el regreso a su domicilio. Iban a esperar el Cañuelas - el amarillo - que circulaba durante toda la noche, pero con frecuencia de una hora.
Estaban el Club Atlético fundado el 22 de agosto de 1922 y que se encuentra aún en Yrigoyen 77. Posteriormente adquirió campos que eran de la casa quinta de Ramos, donde tiene su pileta de natación (calle Arana, lindando con el Ferrocarril).
El Club Social y Deportino E. Echeverría estaba y está aún en Uriburu 127, entre Las Heras y Rodríguez.
El Club Jornada se encontraba en Alem mano derecha, donde ahora está la Galería Paseo.
Escribí, Primo, que en ese club, durante un tiempo, dabas clases de dibujo y pintura a los chicos, por supuesto gratuitamente.
También existía un pequeño club llamado El Fortín en una vieja casa de M. Paz, probablemente donde después estuvo el supermercado La Gran Canasta. No había otro de este lado de la Estación, o sea del lado residencial.
En 1905, Arturo R. Seguí (empleado estatal y vecino del pueblo), fue capitán de nuestro primer equipo de fútbol. A él se le debe la fundación del Monte Grande Boxing Club, que desaparecería más adelante. En épocas posteriores, hubo grandes jugadores de fútbol originarios de nuestro pueblo como el Lobo Fischer, Manuel Quiroga, Nelson López, Mario Chaldú, Subías, etc.
El Lawn Club comenzó funcionar en la quinta de Vicente Ramos, donde la señorita Blanca Gotusso enseñó ese deporte a sus familiares y amistades. El Club nace con la presidencia de doña María Rosa Cichero Pitré el 1 de mayo de l917. A partir de entonces, utilizan en préstamo el predio sito en Dorrego esquina Mariano Acosta, propiedad de la familia Santamarina y que se adquirió posteriormente para sede definitiva.
Deportes elitistas como el Polo, el Pato, el golf, etc. si bien fue practicado en el Monte Grande antiguo por jóvenes de la sociedad local, fueron desapareciendo tras la Segunda Guerra Mundial.
El karting tuvo su apogeo más modernamente, por la década del 60, descollando corredores como Alfredo Pickart y Mario Catabiano.
El Jockey se practicó y lo hace actualmente en el Colegio San Marcos, en la Avenida San Martín entre Mariano Alegre y Benavídez.
Con el auge de la bicicleta, que en muchos casos reemplazó al caballo, el sulky y el carro, aquélla, aparte de prestar su enorme utilidad como medio de transporte (aún hoy en día), se convirtió en un deporte para mucha juventud. Los más entusiastas iban con ella a Cañuelas, a la Capital. Facilitados por la circunstancia de que en esos lejanos tiempos el tránsito por Pavón, el Camino de Cintura y la Ruta 205 era escasísimo. Hubo muchas competencias tanto locales como en el Gran Buenos Aires. El corredor ciclístico más popular de nuestro pueblo fue el Gordo Nieves, ganador de muchos premios.
Los vehículos infantiles que más bien eran para diversión eran la bicicleta, el monopatín, el triciclo, el remociclo y los patines.
Fuera de los clubes, el salón de baile más antiguo que existió en el pueblo fue Las Glorietas, en Uriburu, cerca del actual salón de baile El Infierno. Su origen es muy curioso. Al principio, lo que allí había era un pequeño tren para niños, el que era arrastrado por un burrito, dirigido por un enano llamado Víctor que a la vez vendía golosinas a los presentes. Después, surgió la idea de convertir el lugar en una pista de baile y confitería. Aunque normalmente los bailes se animaban con discos, de tanto en tanto orquestas, cantantes y bailarinas de segunda categoría desfilaron por su escenario. Algunos de esos eventos terminaron en peleas con secuela de heridos y en una oportunidad hubo un muerto. Estos incidentes desacreditaron al negocio y desanimaron a sus dueños y al final el sitio quedó convertido en un simple bar.
Una entidad muy original y que no podríamos pasar por alto porque fue la primera y única existente en la Argentina, era el Gourmet Club, cuya sede central está en París. Se trataba de un grupo de vecinos a quienes les gustaba reunirse mensualmente y almorzar en un restaurante trayendo en cada oportunidad un invitado especial, un personaje conocido, que podía ser un artista, un deportista, un político, un escritor. Después el club fue languideciendo hasta que se disolvió. Sus integrantes eran vecinos muy antiguos del pueblo, casi todos compañeros de escuela del que esto escribe, entre ellos Raúl Méndez y el Cholo Pegassano.
Escuelas
La escuela más antigua del pueblo, fundada el 1° de octubre de l880 por D. F. Sarmiento, era la Nº1, frente a la Plaza Mitre, a la que iba la mayoría de los niños de 1ro. A 6to. grado, sin distinción de clases sociales. Señalemos que antes de la Segunda Guerra, no había escuelas privadas en Monte Grande, ni primario ni secundario. Y secundarias, tampoco las había públicas, de modo que debía cursarse en Euskal Echea, o algún colegio de Adrogué, Lomas, Avellaneda o la Capital. A la Nº1 concurrían no sólo chicos del pueblo sino de localidades vecinas como Guillón, E<eiza, Tristán Suarez, Máximo Paz y Vicente Casares. Había dos escuelas más primarias en el pueblo; la Nº 43, en Arana 45, apodada El Durazno, y la Nº 6, al lado del hotel Lisboa, si bien antes de la existencia de éste. Después la primera, llamada Naciones Unidas, se trasladaría a Alvear y Emilio Cardeza, junto al Policlínico; y la segunda a Mariano Alegre al 550, entre .B. Alberdi y Avellaneda.
1942: Un joven vecino, Armando Jaureguiberry fundó la primera escuela técnica, que funcionó transitoriamente en la Nº 1, dando clases nocturnas de idiomas, dibujo técnico, mecanografía, música, etc. Posteriormente se trasladó a Uriburu esquina Alvear, logrando luego el rango de Universidad.
Profesores
En el Pasado hubo contados profesores particulares de algunas asignaturas. Uno de los más antiguos enseñantes de guitarra y canto, fue Marcelino Lozano, cuya casa estaba en M. Cardeza, frente a la vieja oficina de teléfonos. Una calle hoy recuerda su nombre.
Uno de los más conocidos profesores de música fue también el Juan Porta que con su esposa Mary y su hija Luisa, daban clases en la calle Rivadavia, mano izquierda, casi esquina Ameghino. La casa se convirtió en un Conservatorio, que más adelante, atendido por Luisa Porta, se tralada allí cerca, a la segunda arteria mencionada. Los Porta eran ejecutantes del órgano de la Iglesia de la Inmaculada Concepción y formaron distintos conjuntos que actuaban en eventos locales.
Pintores
Los dibujantes y pintores más antiguos de Monte Grande de que se tenga noticia, fueron Margenta y Bobadilla, italiano y español respectivamente, de los cuales se tienen escasas referencias. Como a la sazón no había perspectivas para los artistas plásticos (y menos para los de ahora) dibujaban y pintaban indistintamente lo que les encargaran: letreros y vidrieras, retratos al lápiz, al pastel o al óleo, paisajes, etc. A Margenta además, se recuerda que le fascinaba el teatro y le gustaba dirigir todo espectáculo que se le presentaba, aún cuando se tratase de un simple evento escolar. Pero sin lugar a dudas el dibujante más importante del Pasado fue José de Toro, que colaboraba en el diario Hojas Sueltas de su hermano Manuel, prolija y excelente publicación que aún en el Presente no sería fácil de superar.
Tuve ocasión de ver la colección completa de Hojas Sueltas que ha de ser seguramente la única existente, gracias a la gentileza de una familiar del editor, Raquel de Toro, distinguida poetisa y escritora de nuestro medio.
Pintor de la preguerra fue Raúl Casal, que vivía en Malvinas y Avellaneda, empleado de una Empresa de la Capital. Su pasión era la pintura y fue autor de una buena cantidad de óleos y dibujos, de los cuales, lamentablemente sólo se dispone de algunas reproducciones que conserva el que esto escribe. Pintó el rancho del negro Silva )vecino del almacén de los Pardini, de La Colorada) y paisajes de las afueras, como también escenas gauchescas. Pintor autodidacta, netamente figurativo, no obstante, no era clásico sino naif, lo que le permitía imprimir a sus obras una poesía y encanto muy especial.
En el Pasado, no había investigadores de arte que por suerte están surgiendo en el Presente. Los autoridades de turno eran –con honradas excepciones- personajes de extrema ignorancia y nula cultura. Por eso, fuera de lo poco que rescato en los apuntes de JP, poco se sabe de las actividades plásticas de los más antiguos artistas.
Después de la Segunda Guerra surgirían otros pintores y dibujantes como el Polo Franzese (que trabajó en Brasil en dibujos animados) y en la especialidad de carteles y letreros se destacaron Héctor Senra y Raúl Leoz. Un buen artista del pincel fue el chileno-argentino-montegrandino Fernando Etcheverry. Pintor de escuela clásica, autodidacta, especializado en motivos gauchescos en especial rostros, a los inducía una notable profundidad psicológica.
Durante unos años vivió en la casa residencia del poeta Adalberto Casadevant (que mencionaremos después), el pintor Héctor García (Chechane), que ilustró varios poemarios de vates porteños y pintó en Monte Grande una buena cantidad de cuadros. Aunque no desconocido a nivel nacional, lo es en el ámbito artístico porteño.
René Morón, es un pintor internacionalmente conocido, cuanto más porque ha hecho murales para la UN, si bien ilustre desconocido en Monte Grande. Hace muchos años adquirió la que fuera casa quinta de Mechita Caus, donde instaló su taller. Morón es padrino de la primogénita del mencionado pintor Etcheverry, Claudia, más adelante docente y directora de escuela en El Jagüel.
Por supuesto hubo como lo hay en la actualidad más artistas plásticos que no trascendieron a nivel local porque no eran propiamente vecinos de nuestro pueblo, sino que pasaban sus vacaciones o los fin de semana en el mismo, o vivieron transitoriamente aquí para después emigrarar a otros puntos del país. En el mismo caso se encuentran algunos escritores y poetas. No obstante, hemos nombrado a los que han llegado a nuestro conocimiento, por creer que es justicia, ya que “la paz, la naturaleza y el clima de nuestra zona les inspiró buena parte de sus creaciones”, como señala el periodista e historiador Américo La Vía en uno de su libro Monte Grande y sus Artes y Letras, de próxima aparición.
Cine y Teatro
El teatro montegrandino fue de temprana vocación. A falta de salas apropiadas, la primera representación teatral, curiosamente se efectuó en el viejo almacén de Omega Petrazzini, siendo éste uno de sus intérpretes. Más adelante, se formaría el Centro Filodramático El Triunfo, cuyo director Emilio Lolla puso en escena algunas piezas en boga en la época y otras clásicas. Le sucede el Saúl Asnés de esa época, el legendario Peregrino Ramírez, a quien apodaban El Peligro, quepuso en escena una multitud de obras. Lo sucederá Isidoro Vázquez. Los artistas vocacionales eran locales, destacándose entre ellos Juan Cánepa (el médico poeta), Gustavo Gandulfo, Pedro Ferral, Facundo Ballestrini, Antonio y Pedro Cervetti (dueños del almacén El Silencio), Rubén y Carlos Tarulli. Rómulo Fioriti y Ricardo Castellat oficiaban de apuntadores. Y como escenógrafo, Siro Petrazzini. Entre las actrices sobresalían las señoritas Barbier, Rosita Providencia Pino y otras como las señoritas Raffo, Cerreto, Quintana, Rodizio y Marasino. Más adelante, existiendo ya la Sociedad Italiana y la Española de Socorros Mutuos, en sus salas se dieron obras importantes de esa época como Las del barranco, Las de enfrente, M´hijo el doctor, Jettatore, etc. En l922, el Comité Billiken hizo representaciones teatrales infantiles con niños de Monte Grande. Era presidente del grupo la señorita Celina Garriados y directora Sofía Saldubehere. En 1926, con la dirección del activo Peligro Ramírez, hubo unas cuantas funciones a beneficio en las que participaron los artistas vocacionales mencionados.
Hubo un audaz intento de dotar a Monte Grande de un estudio cinematográfico liderado por el dinámico vecino Jorge Miles, que construyó una casa apropiada en la calle Constanzó mano izquierda entre Fernando de Toro y Laprida, que aún conserva una cúpula con aberturas accionables que permitiría la entrada de luz natural al estudio para las filmaciones. Señálase que en esa época no había películas negativas de alta sensibilidad como surgirían después de la Segunda Guerra, razón por la cual, los Estudios necesitaban por fuerza la luz diurna para sus filmaciones. El mencionado vecino tenía programado filmar la película El matrero, ignorándose si él u otro entusiasta del cine fue el autor del correspondiente guión. El proyecto, lamentablemente, no llegó a concretarse ni a funcionar el Estudio.
La empresa Landini fue la que ofreció cine en Monte Grande durante décadas en la sala de la Sociedad Española de Socorros Mutuos en la calle Mariano Acosta, mano izquierda, a metros de Alem. La aparición y rápido avance de la televisión en la post guerra, motivó su cierre. El mencionado cine, tenía dos funciones, de tarde y de noche, durante toda la semana. En cada una se daban tres películas, de las cuales la mejor era la última. El espectáculo audiovisual comenzaba con algunos carteles publicitarios, dibujos animados o el noticiario de Sucesos Argentinos (el del gaucho a caballo). Eran tiempos de los artistas yanquis Betty Davis, Errol Flyn, Clark Gable, Robert Taylor, Tyrone Power, Mickey Rooney, Shirley Temple, el Gordo y el Flaco.... de los mejicanos Tito Guizar, Jorge Negrete, María Félix, Mario Moreno (Cantinflas)... de los argentinos Angel Magaña, Luis Sandrini, Libertad Lamarque, Delia Garcés, Enrique Muiño... y tras la posguerra, películas de Vittorio de Sica, Aldo Fabrizzi, Gina Lollobrigida... y de España, como estaba bajo el gobierno de Franco, películas ingenuas y monacales como Marcelino pan y vino.
Poetas
Según lo poco que hemos logrado investigar, la actividad cultural del Monte Grande del Pasado, nunca estuvo ausente en el esfuerzo individual, pero sin el menor apoyo - ni siquiera moral - de las autoridades de turno.
Según el investigador e historiador Américo La Vía, el primer poeta que se refirió a los montes grandes fue Antonino Lamberti, vate de origen uruguayo. No residió, pero pasaba temporadas en nuestros lares. Era amigo de los grandes vates de su época, entre ellos Rubén Darío, con quienes se reunía en el café Tortoni de la Avenida de Mayo. A la manera de los payadores, Antonino y Rubén dialogaban improvisando versos magistrales, algunos de los cuales recoge la Historia de la Literatura Argentina de la Universidad de la Ciudad Buenos Aires. De acuerdo a La Vía, la segunda figura en importancia en las letras, fue la poetisa y escritora Susana Calandrelli, porteña, que pasaba los fin de semana y las vacaciones en su casa quinta El Abrojo, sita en la impavimentada Avenida Ingeniero Huergo en los actuales barrios Nuestras Malvinas y 9 de Abril. Era autora de varios libros de poemas y cuentos, entre ellos El reloj de ébano. La revista más importante de Italia, La Doménica del Corriere, de Milán, reprodujo algunos de sus cuentos. Uno de sus libros de cuentos es tenido como lectura del idioma español en algunas Universidades norteamericanas. Una hermana suya es artista plástica. El padre, médico y poeta, escribió un ameno y satírico poemario intitulado Museo de las feas artes.
Conocido poeta fue también Adalberto Casadevant, autor de muchos poemas premiados y letras de algunos tangos cuyas partituras y letras fueron publicadas oportunamente en el diario Clarín. Tenía una casa en Monte Chico, en Rivadavia al ll00 en la que escribía y pasaba largas temporadas con los suyos y recibía a artistas y literatos amigos, entre ellos el que suscribe. Baste señalar que en una oportunidad en la mencionada residencia presenciamos la representación de una obra teatral para la cofradía artístico literaria local y naturalmente algunos vecinos colindantes.
Otro poeta relevante era Carlos López Boeres, uruguayo afincado definitivamente en Monte Grande, autor de varios poemarios. Cultivó también la novela, entre las que se recuerdan El brujo de Monte Grande, Destruirla para que sea eterna, El reino de Menelao, Guacho, etc., habiendo también escrito algunas obras de teatro. Vivió en la calle Rivadavia mano derecha, entre Arana e Yrigoyen. Lamentablemente, la totalidad de su abundante obra se ha perdido por imprevisión e ignorancia de las autoridades de turno a las que nunca interesó el arte y las letras.
Si uno quisiera leer una de esas novelas o poemarios, no tiene donde conseguirlos. Sí, ya sé que vos tenés dos libros suyos y dedicados, pero no es el caso. ¿Quién te conoce a vos, que sos conocido solamente en tu casa a la hora de comer? Ponele que viene un periodista, un investigador o un intelectual de afuera, va a la Biblioteca Municiapl B. Rivadavia y quiere leer libros de de López Boeres, por ejemplo, ¡y resulta que no hay ninguno!... ¿A vos te parece? Dejame.
Ya en tiempos del Presente de JP, surge y se destaca un fecundo poeta del género popular, Lito Libonatto, que le cantó a la calle Alem, al cine Monte Grande, al gaucho y todo el entorno montegrandino.
Música
En tiempos muy lejanos hubo algunos conjuntos musicales y algunos solistas como el ya citado Marcelino Lozano y Teodoro Pedretti.
Ambos fueron consumados ejecutantes de guitarra que acompañaban a cantantes locales y nacionales, tanto en eventos patrióticos como civiles y familiares, y en especial a beneficio de entidades de bien público.
Las más antigua orquesta que se conozca totalmente montagrandina fue la de Sesma, de las primeras décadas del Siglo XX, que estaba integrada por Angel Cirilo Napo Sesma, Chiruso Petrazzini, José Amaglio, Hugo Ecuiller y Orlando Trotta. Se presentaban en clubes y bailes. Tocaban tangos, chacareras, foxtrots, pasodobles y tarantelas.
Mucho más adelante también Juan Porta, ya mencionado, tuvo una orquesta que tocaba en bailes y clubes. A ella seguiría otra orquesta formada por su yerno José Di Martino, notable violinista oriundo de Venado Tuerto (Pcia. De Santa Fe) y radicado en Monte Grande. Actuaba en numerosas localidades del conurbano y del interior de la Provincia.
Periodismo
Tratándose de un pueblo chico, Monte Grande no tuvo un medio gráfico permanente que reflejase los acontecimientos políticos, sociales, deportivos y culturales de su ámbito. Empero, sorprende la buena cantidad y variedad de publicaciones que intentaron imponer una supervivencia. No faltan testimonios de los que las conocieron y las leyeron. Además, siempre descubrimos a alguien que guardó algún ejemplar, o lo heredó de sus padres o abuelos.
El primer periódico del que se tenga noticia, apareció entre los años 1908 y 1910 y se llamaba La Libertad. En ese último año, la parroquia local comenzó a publicar un semanario con el nombre de El ángel del hogar. Después salieron La Verdad, El Social y El Popular, este último dirigido por su propietario, de apellido Parker. Seguidamente aparecieron Crónica, y Blanco, revistas que dirigió Pantaleón Álvarez Ávila e imprimía un taller de imprenta que estaba en la calle Independencia, a media cuadra de Malvinas. En 1917 salió El diarito, que era semanario y de propiedad de Anseolmo Ramos. En l9l9 volvió a aparecer La libertad”, esta vez dirigida por el activo y múltiple Siro Petrazzini y en la cual apoyaba a la floreciente Unión Cívica Radical. Por esa época también apareció Hojas Sueltas, de Manuel de Toro. En 1925 nace La Reacción, periódico que financiaba íntegramente el doctor. Angel Rotta. Monte Grande, otro periódico, era dirigido por monseñor Ruiz y Emilio Cejaire, este último muy conocido por el apodo de El astrónomo. En la década del 40 salía Nuevos Rumbos , periódico dirigido por su propietario el turco Faiat en el que escribían algunos periodistas y escritores, entre ellos el conocido Esteban Giantomassi, de Tristán Suárez, que entre otras cosas publicó algunos fragmentos y capítulos de su libro inédito sobre la historia del Partido de Esteban Echeverría y que vi en su domicilio en una de mis visitas para llevarle un óleo mío prometido desde hacía tiempo en nuestros encuentros como pasajeros del Ferrocarril Sud. Giantomassi, más adelante sería Jefe de Redacción del diario La Nación y Director Artístico de Radio Splendid. Recién en la postguerra, nace un diario de extensa vida y sin duda el más importante y estable en la historia monegrandina: La voz del pueblo, dirigido por su propietario Darcy Bickham, quien lo fundó el 6 de junio de l944.
Religión
Considerando su escasa población, es improbable que en el pueblo y sus campos aledaños existieran otros cultos que no fuera el católico apostólico romano, heredado de los colonizadores españoles. En muchas estancias tenían su pequeña capilla u oratorio con estatuas o imágenes religiosas a la que asistían los dueños y personal de la hacienda.
La primera iglesia de Monte Grande que está frente a la Plaza Mitre, se proyectó a fines del siglo IXX, pero contenía demasiados detalles góticos que encarecían su construcción por la escases de medios técnicos y artísticos locales. Se encargó su simplificación al arquitecto Vicente Seguí. Él mismo dirigió la parte fundamental de la obra. Los primeros 50.000 ladrillos los donó la familia Morando, terratenientes del pueblo, que tenían horno de ladrillos en Tristán Suárez. Los promotores de esta construcción fueron Nicolás Bruzzone, Pedro Reta, Herminio Constanzó, Manuel Cichero, Luis Guillón y otros. Bendijo el templo el obispo de La Plata, monseñor Neponucemo Terrero el 8 de diciembre de l905, siendo padrinos el Dr. Miguel García Fernánez y Angela Sanguinetti de Rocca. Orador fue Fray Modesto Bocco, de la Orden de Santo Domingo. La casa parroquial y la torre fueron construídos posteriormente, contribuyendo para ello la señora Sofía T. de Santamarina, Enrique Santamarina y otros. El armonio era ejecutado por la señorita Ana Gotusso, a la sazón, y su hermana Mercedes tocaba el violoncelo. La señora Antonetta Giannetto de Perrone donó la pila bautismal, esculpida en auténtico mármol de Carrara.
El primer sacerdote fue el padre Pedro José Milano y la iglesia se llamaba originariamente Capillanía Vicaria. El nombre que aún posee, se le dio el 1° de enero de 1908 siendo nombrado cura párroco el R. P. Luis D’Ambrosio el l° de marzo del mismo año. Sucédele el padre Manuel Sureda que, siendo poco activo e inconstante, fue desbordado por las críticas y las quejas de los vecinos, siendo reemplazado por el presbítero Dr. Ernesto Félix Grondona. El altar de la Virgen fue donado por Manuel Cichero en 1913 y la Iglesia quedó totalmente terminada en 1918. El 13 de enero de l927 es nombrado cura párroco el padre Orencio Mainer, el de más larga trayectoria en nuestra capilla y el más querido por el pueblo. Falleció en el Año del Libertador General José de San Martín (1950), el 8 de enero, y, de acuerdo a sus últimos deseos, fue sepultado bajo el atrio.
El primer bautizo registrado en la Iglesia es el de Aurelio Martínez, hijo de Manuel Martínez, el primero de enero de l907, siendo cura el padre J. Milano. La primera boda se registra el 30 de marzo de l908 y fue el de Juana Tafferini y Alfredo Macchi.
Hasta la Segunda Guerra Mundial no hubo otros cultos religiosos que el mencionado, lo que no quita que hubiese profesantes individuales que concurriesen a otros a la Capital Federal. Después de la guerra, con la afluencia de un aluvión de inmigrantes en nuestro pueblo, fueron surgiendo otras ideologías religiosas, en su mayoría de origen norteamericano como el de los Testigos de Jehová, Los mormones, y distintas variantes de origen evangélico.
Antiguos vecinos
Sería difícil si no imposible escribir una lista completa de los antiguos vecinos de Monte Grande, la cual, por otra parte, ocuparía un espacio que no disponemos en un libro de recuerdos como el presente. Para una nomenclatura completa o casi completa, habría que recurrir a numerosos y viejos archivos oficiales y de parroquias, en gran parte incompletos cuando no desaparecidos.
Además, no sé para qué podría servir una lista semejante. De todos modos, en lo que llevamos escrito hasta el momento, más lo que falta, por una razón u otra, se mencionan a muchos de nuestros viejos vecinos.
¿Sabés con quién me encontré en Plaza Mitre?
Por el año 1903, en un bohío del viejo Camino a Cañuelas, cerca del Arroyo Ramírez, vivía la Negra Pilar, con su presunta sobrina, una muchacha rubia de ojos celestes. Pilar era una negra auténtica, proveniente del barrio de San Telmo, último reducto de los descendientes de los hombres de color de la época colonial. Ella recordaba perfectamente los tiempos de Juan Manuel de Rosas y le gustaba rememorarlos. Había hecho construir un modesto puentecito de troncos cerca del rancho, por el cual se podía cruzar el Arroyo y por lo que ella cobraba unas monedas. Esta precursora del peaje, tenía siempre alguna minuta o empanadas, e invariablemente buena cantidad de bebidas alcohólicas como grappa, caña, ginebra y vino para los troperos que allí pasaban. A veces se improvisaban guitarreadas y bailes frente al rancho.. Todos los que la conocían, le celebraban el cumpleaños con asado, carreras de sortijas, payadas, doma, baile. En una de esas domas se lució un famoso domador, Faustino Vidal, apodado El cuerudo, en razón de que siempre iba con ropas de cuero. En uno de esos bailes, como solía ocurrir antiguamente, se suscitó una escena de celos por la sobrina de Pilar. Se armó una batalla descomunal entre dos bandos y por poco termina trágicamente. Evitó la tragedia el policía José Montenegro, famoso por su valentía y su gran nobleza, que logró imponer orden y respeto. La Negra Pilar falleció en l913.
En cuanto al legendario y muy querido agente Montenegro, se cuentan muchas anécdotas de su vida. Entre sus vivencias se sabe del famoso duelo que tuvo con un temible gaucho pendenciero de apellido Rosales, que lo provocaba constante y sistemáticamente, convocándolo a batirse a duelo con él. Al final, el inevitable combate se efectuó, resultando muerto el empedernido provocador. Este valiente y noble policía, que quedó en la memoria del pueblo como modelo de justicia y orden, falleció en 1908, y el puente sobre el Arroyo Santa Catalina entre Guillón y Monte Grande, perpetúe su nombre.
El rengo Villarroel, jugador y bebedor, también tenía fama de matón y provocador. Andaba siempre en su sulky, Lo odiaban y le temían y un rival lo ultimó de un balazo.
El Ratón, de quien nadie recuerda el nombre, era muy conocido en el pueblo y sus pequeños ojos sugerían su parecido con ese roedor. Se lo sabía viviendo por Monte Chico y por supuesto, como todos los que venían de lejos, llegaban en sulky o a caballo, cuyas riendas enganchaban al palenque del negocio donde iba, aún en Alem.
Muy conocido era también un rengo apodado Barquinazo, de quien tampoco se ha rescatado el nombre verdadero.
En Enrique Santamarina esquina V. López, en la vereda y junto al cordón de ésta, donde ahora hay una farmacia - pero en esa época un baldío -, en tiempos muy lejanos había un pequeñísimo kiosco rodante - o mejor un mueblecito con unos anaqueles - que atendía un hombre llamado Jacobo, polaco, que había perdido una pierna en la Primera Guerra Mundial. Lo atendía mañana y tarde sentado en su silla de ruedas. Vendía golosinas y cigarrillos. No ganaba más que monedas, primero porque su stock era limitadísimo, y segundo porque la Ruta a la sazón era un Sahara. Se entretenía en tallar pequeñas esculturas de gauchos, indios y caballos, que eran verdaderas obras de arte. El ocasional automovilista que pasaba por allí, más que comprar algo del kiosco, se detenía a admirar esas obras. Le compraba alguna por monedas. Las exhibía sobre una mesita plegadiza. Lo recuerdo como un hombre rubio, de unos 50 años. Pese a su humilde conocimiento del castellano, se hacía entender y era muy conversador y ocurrente. Vivía en una habitación que le alquilaban unos paisanos, en una vivienda que quedaba más o menos a media cuadra de allí, digamos casi o donde ahora está el Banco Credicop. Una noche, entró a su pieza y lo asesinó de una puñalada un joven compatriota para robarle unos pesitos. Fue a principios de la década del 40, y el único asesinato que hubo en largos años.
Giovanín, era el único beodo conocido de esa larga época. Andaba a las primeras horas de la noche por Alem, haciendo eses, pero no por la vereda (por no incomodar a nadie) sino por la calle, que como se puede imaginar cualquiera, en ese tiempo el tránsito era casi nulo, cuánto más de noche). Giovanín Iba hablando y riendo solo. Hombre inofensivo y bonachón. Saludaba con palabras incoherentes y sonriendo a todo el mundo.
Dolly Tabagnutti, actualmente jubilada, era cantante de jazz que acompañó a algunas orquestas de su época, entre ellas la de Tony Cefalí. Cantó en muchas emisoras y clubes. Vivía y vive en la calle Mariano Alegre por lo de Rita Brañas, que ni había nacido todavía. Éramos vecinos, casa de por medio de la familia Ciapponi. Y mirá vos qué casualidad. Justo al lado de Dolly, vivía otra cantante, Azucena Arias, intérprete del cancionero gitano español, que actuó en programas de Jabón Federal en la entonces poderosa Radio Belgrano. Mirá vos: dos cantantes viviendo una al lado de la otra. Posteriormente Azucena se mudó y no supe más nada de su destino geográfico y artístico.
Pero el personaje más popular y que se lleva los laureles, - le digo a Juan Pueblo, - era Teresita Ortega.
¡Eh! ¡Pero me estás hablando de palabras mayores! ¡Teresita Ortega, la mujer más popular que tuvo Monte Grande en toda su historia!
La verdad es que merece que alguien cuente su historia. Mirá JP: Siempre pensé en eso, pero, su magnitud poética y espiritual requiere una buena investigación y muchos conocimientos psicolológicos para ser llevada al papel, lo que requeriría un tiempo impensable. De momento, podríamos trazar un simple bosquejo de ella. Sin ser poeta, lo era por su carácter y espíritu. No necesitaba escribir versos porque poesía era su persona y sus actitudes, una angelical y eterna sonrisa con ojos reflejando eternas primaveras y profundidades celestiales. Eso era para todos. No faltaba a ningún evento cívico o privado, siempre con su ramito de flores para obsequiar a la persona homenajeada o al personaje más importante. Y como era la primera en enterarse de cualquier acontecimiento, cuando se contaba con la visita de artistas o personajes famosos, llevaba su conocido gran álbum de fotografías dedicadas y autógrafos con la ilusión de agregarle algunos más. Una fiesta de casamiento, bautizo, cumpleaños o de lo que fuera, podía ser un fracaso sin su presencia. Escuché decir en más de una oportunidad: Bueno, mirá, la fiesta era un velorio... ¡hasta que llegó Teresita! Alegraba y levantaba el ánimo al entorno. Nadie como ella conocía mejor ambas aceras de la Avenida Alem por las que gustaba pasear. Todos la saludaba: ¡Adiós, Teresita! Y ella no daba abasto respondiendo: ¡Adiós mi amor! ¡Adiós tesoro!
Vos me habías contado de la radio, de Hugo del Carril...
En la década del 40 yo escribía libretos radiotelefónicos y en una de esas llegué a Radio El Mundo, sorprendiéndome al ver un gentío en la puerta y en hall. Supe por comentarios de los presentes que estaba por llegar de un momento a otro el astro y cantante del momento, Hugo del Carril. Enseguida llegó el popular cantante acompañado por su esposa, la actriz Ana María Lynch. El artista y su consorte, se encaminaron hacia el interior de la radio acompañados por directivos de la misma que habían salido a la vereda a recibirlo. Y de pronto ¿no surge de entre el público Teresita con su infaltable ramo de flores y su álbum de fotos y autógrafos? Sea que el artista ya la conocía y se acordó de ella, sea que le resultó simpática, se detuvo sonriente y con todo cariño le firmó una foto y tomó y agradeció el ramo, que pasó a las manos de su esposa. No olvidemos que en esa época, si bien el cinematógrafo era la apoteosis del arte audiovisual, carecía del espíritu vivo, permanente y cotidiano de la radiotelefonía, de ahí que los admiradores de los artistas se congregaran a las más variadas horas en las antesalas y los salones de las emisoras y hacían cola en la vereda para entrar. A partir de entonces, ya no me sorprendió ver a Teresita en esa o en otras emisoras.
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Vida montegrandina
Durante las primeras décadas de este siglo y se podría decir hasta la construcción del Aeropuerto, nadie conocía Monte Grande más que nosotros y los pueblos de la zona sur de la Capital. Era un incipiente pueblito - casi aldea - silencioso, casi desierto, cuyos habitantes se movían como en cámara lenta. Pasaban años y años sin novedades de trascendencia. Fuera de la llegada del tren de las 17.50 y de la vuelta del perro de la Plaza Mitre, no había otra oportunidad para ver y conversar con los convecinos. De vez en cuando se realizaba algún encuentro deportivo, un baile o un casamiento. Exceptuando las manzanas céntricas – que empero, tenía abundantes terrenos baldíos,- las viviendas y comercios estaban distanciadas entre sí, máxime teniendo en cuenta que muchas viviendas eran casas quintas, algunas habitadas y otras sólo ocupadas los fin de semana por familias porteñas. En el Pasado todos se saludaban, primero porque se conocían desde siempre y segundo porque era una época de mucha educación, lo cual no implicaba detenerse a conversar, salvo que fueran amigos o vecinos con los que había bastante conocimiento. Era muy difícil ver forasteros por el pueblo, a menos que fuesen parientes de montegrandinos e iban acompañados de estos. En cuanto a los que tenían casa de fin de semana aquí, generalmente porteños, bien pronto se adaptaban a la tradicional costumbre del pueblo de saludar a todo el mundo.
De más está decirte a vos y a los lectores, que si me dieran a elegir entre el Monte Grande antiguo y el actual, me quedo con el primero sin vacilaciones. Hoy, primero: salís de tu casa y no sabés si vas a volver, no porque la abandonás a tu señora para escaparte con una negra, sino por la delincuencia y los peligros del tránsito; y segundo: porque vas por el “centro” (Alem, Vicente López, Dardo Rocha, Plaza Mitre, etc.) y cuando volvés a casa y te preguntan: “¿Viste a algún conocido?”, tenés que confesar que no, y es la pura verdad. Te da la impresión de que ya no vivías en Monte Grande. Los antiguos montegrandinos no teníamos radio ni televisión, no teníamos gas natural ni envasado, no teníamos agua corriente ni artefactos eléctricos para el hogar, no teníamos ni celulares ni computadoras, pero vivíamos mejor, una era apacible y no la tensionada, acelerada, estruendosa y contaminada del presente. Dejame.
Siendo la radio y el gramófono los únicos medios mecánicos capaces de generar sonidos y voces, y no estando al alcance de cualquiera, la única posibilidad de escuchar música y canto era en vivo, ya fuera en casa de familia o algún evento en algún hogar o un club o el escenario del Cine Monte Grande. En este ultimo escuché cantar un bolero a un joven Víctor Morales y el tango Flor de alelí a la adolescente señorita María Pagés (más delante señora de Matanza). También solía hacer algunos monólogos el único cómico que tuvo el Monte Grande antiguo, el joven Antal, hijo de dueño del restaurante de Nuestras Malvinas esquina San Martín.
La cultura propiamente dicha era de bajo o escaso nivel, al menos la del ciudadano común. En materia musical, por ejemplo, era utópico suponer que alguien tuviese discos de sinfonías u óperas, o al menos fragmentos interpretados por los cantantes famosos de esa época, Enrique Caruso, María Caniglia, Beniamino Gigli, Tito Schipa, etc. Tanto en discos como en vivo, la única música conocida era la popular: tango, folklore y algunas piezas foráneas como boleros, pasodobles y foxtrots.
La radio a galena, aparatito sencillo y de poco costo, era muy común entre los pobres. Las había muy rudimentarias, que sólo captaban una emisora (Radio Prieto o Radio del Pueblo) y muy sofisticadas con un selector que permitía sintonizar unas cuantas más. Se escuchaba con auriculares de aviación, de modo que si disponía de varios, podían hacerlo otros tantos de la familia. Todavía los había en abundancia en Monte Grande en la década del 30.
Vos eras muy aficionado a la radio a galena, Primo. Según me contaste y según lo que leí en uno de tus cuentos de la revista “Taller”, la primera radio a galena que tuviste te la construyó el genio de la electrotécnica de esa época y sin duda el primero que hubo en el pueblo, Víctor Liñan, que muchos años después montaría la primera fábrica de televisores de nuestro medio, llamada Victorial. Acordate también que cuando íbamos con otros pibes amigos (Sebastián Sueiro, Francisco Vignola, Macedonio, Melgar, Juan y Gaitán Muscolino, etc.) a pescar mojarritas y palometas al Arroyo Ortega en el paraje denominado La Horqueta, más de una vez llevaste tu radio a galena que todos se disputaban por escuchar. En tu casa, aconsejado por aficionados muy astutos, habías probado como antena y con éxito, el alambre de colgar la ropa, el alambrado del terreno y el elástico de la cama. Y también, (y esto fue un invento tuyo) en reemplazo de la piedrita galena, que no siempre era fácil de conseguir, habías logrado el mismo resultado utilizando una hojita de afeitar oxidada. Por eso, en La Horqueta, usabas de antena el alambrado de la estancia El Triángulo que llegaba hasta allí. Dije que íbamos a pescar, pero eso es un decir, porque jamás llevábamos un pescado de vuelta a casa. En realidad, se trataba más bien de un pic nic para pasar el día al aire libre... ¡como si no lo hubiera en el propio pueblo, que era puro aire y sol, silencio y paz!
A la sazón no se conocían los peligros de índole delictivo. Se podía volver de Buenos Aires o de donde fuera a cualquier hora de la noche o de la madrugada, sin correr riesgos de ninguna naturaleza. Era común que la gente dejara abiertas las ventanas de par en par en los meses de calor. Un agente de policía, en horas de la noche, hacía la ronda en cada zona del pueblo, dejando escuchar de tanto en tanto un característico silbato que intercambiaba con sus pares de otro sector y que significaba: Sin novedad, todo en orden. Los robos y crímenes casi eran desconocidos. Podían transcurrir años sin que se supiera de un hecho de esa clase. Tal fue el caso del polaco Jacobo, mencionado más arriba. Accidentes mortales se registraron algunos pero entre uno y otro había un espacio de años. Recuerdo los sufridos por un amigo mío, Lear Ferreyra, que iba en bicicleta por el Camino de Cintura y fue arrollado por micro de Transradio Internacional, empresa en la que trabajaba su padre y que en ese momento ¡iba en dicho micro! Otro accidente mortal fue el sufrido por uno de los muchachos Odoricio. Iba con su moto por Plaza Mitre y fue arrollado por un automotor. Un estudiante de Medicina, llamado Hidalgo, que vivía en Alvear y Uriburu, con quien yo tuve cierta amistad y viajábamos juntos en tren durante añales, esperaba el colectivo Cañuelas en esa esquina, cuando a un camión se le rompió la dirección, subió a la vereda y lo mató. Una espantosa desgracia para sus padres que tenían ese hijo y una hija mogólica menor. Un accidente mortal que pocas veces ocurre fue el que sufrió una chica ex compañera de la escuela primaria (en la N°1). Un día de lluvia iba con paraguas y un rayo cayó sobre ella. El hijo menor de la familia Camariere (fabricante de mosaicos que aún existe en Rodríguez y barreras del Ferrocarril, volaba en una avioneta con dos jóvenes más y mató con ellos al estrellarse el aparato por la zona de Bernal. También perdió la vida el señor Ghelsi (no confundir con los Ghersi del vivero). Este hombre, a quien yo conocía de más antiguamente (éramos vecinos en La Colorada, por los hornos de los Amadeo), siempre andaba con su viejo automóvil, pero últimamente se había aficionado a la moto. Conducía uno de estos diabólicos aparatos por la calle Vicente López y fue arrollado por el mayor de los jóvenes hermanos Castro Huergo.
Hubo dos suicidios. Uno en la década del 30 y otro a principios de la siguiente, en ambos casos, hombres.
No había villas miserias en Monte Grande en esa época, esto es, en el Pasado. Aparecerían muchos años más adelante, primero en la zona periférica de la Capital Federal, para luego extenderse en todo el Gran Buenos Aires. Los muy pobres de ese tiempo vivían en conventillos de Buenos Aires o en casas abandonadas y en ranchos del conurbano, pero en forma aislada y casual, no formando barrios o villas.
El trabajo era escaso en el pueblo, puesto que exceptuando el Frigorífico, Amat y FAPA, los negocios y talleres eran atendidos generalmente por sus propios dueños. Por ello el montegrandino desocupado debía buscar colocación en Lomas, Avellaneda o la Capital, donde con toda seguridad encontraba algo transitorio. Como en el pueblo todos se conocían, a nadie, por pobre que fuese, le gustaba estar de brazos cruzados y que se dijera que era un holgazán. Ricos y pobres, debían estudiar o trabajar por normas ancestrales y porque cada uno tenía un alto concepto de su propia dignidad y la de su familia (igual que ahora).
La bicicleta tomó definitivo excremento... incremento quiero decir, en la década del 30. La primera que tuve, que por cierto no era una Legnano (la Roll Royce de las bicicletas) sino una Balilla, de origen italiano también, porque en esa época no se fabricaban en el país. La compré o me la compró mi padre mejor, en Remedios de Escalada, a crédito, a pagar $2.-- mensuales. ¡Y ojo! Dos pesos de ese tiempo era una flor de cuota. Todos los fin de mes yo iba a pagar con la misma bicicleta, tomando la Ruta 205 y luego Pavón. En esa fase esas rutas eran apenas transitadas. Recuerdo incluso que había una línea de tranvía que hacía el recorrido entre Plaza Constitución y la Estación de Temperley. Claro que el viaje demoraba una eternidad, ¿pero quién, a ver quién tenía apuro en esa época?
Nuestro Distrito tuvo muchos intendentes y comisionados con instintos totalitarios y arbitrarios. Baste mencionar un simple ejemplo: Durante años, una bicicleta pagaba una patente (anual desde luego), sin la cual no podía circular dentro del Distrito.
¿Te acordás de la patente? Era una chapita de ojalata, con el número, el título “Municipalidad de Esteban Echeverría” y la colocaban en la bicicleta y precintaban en la propia Comuna. El pobre obrero que la usaba para ir a trabajar, no podía hacerlo si no tenía su patente al día. Dejame.
En otros Distritos, no se cobraba, por supuesto. Tarde o temprano, pues, el asunto debía hacer crisis. Siendo el nuestro un pueblo tradicionalmente turístico, venían muchos porteños a su casa de fin de semana o a visitar a sus parientes. Entonces comenzaron las protestas ante el Municipio, y cada día más y más, hasta que éste no tuvo más remedio que dar marcha atrás y eliminar ese impuesto... antes de que el asunto tomara trascendencia nacional.
Sí, avivadas como esa hubo muchas en la historia de nuestros mandatarios vernáculos y desde siempre... ¡y aún en la actualidad!
Los bailes sólo se realizaban en los clubes (y más adelante en la Confitería Las Glorietas). En esta última había bailes los fin de semana, en tanto que en los clubes más espaciados, una o dos veces por mes, exceptuando en los Carnavales. Tanto a los bailes de clubes como en los de Las Glorietas las chicas (aún siendo mayores de edad) iban invariablemente acompañadas por una persona mayor de la familia o la parentela. En los clubes, cuando había bailes, lo más común era que fuese toda la familia, incluso los chicos. Habría sido un verdadero escándalo que una chica, aún cuando fuese mayor de edad, fuera sola a un baile, a menos que fuera que, si iba con una amiga, ésta lo hiciera con sus padres u otros familiares. Los adolescentes no iban a los bailes antes de los 18 años. De noche, no se veían niños y mujeres solas por la calle, ni siquiera mujeres mayores de edad, a menos que fueran acompañadas por hombres mayores de edad.
Los chicos juegan
En general, los juguetes y juegos de los niños eran los del denenti, el tatetí, la rayuela, el rango, el yo-yo, el barilete, el balero; juegos y juguetes baratos y comunes. Pero no había jugueterías propiamente dichas en el pueblo. Algunos de esos juguetes se conseguían en los almacenes o librerías. Para algo especial y de calidad, había que ir a Lomas o la Capital. Los barriletes los hacían los propios chicos.
Cuando empezaron a venir los diarios y revistas al pueblo, eran escasos los vecinos comunes que los compraban. Y si ello ocurría, se prestaban o regalaban una vez leídos. El Billeken y Figuritas, eran compradas por algunos chicos por su material didáctico, a veces imprescindible para las tareas escolares. Las revistas de historietas eran muy buscadas y leídas – mayoritariamente de garrón - por los chicos y los adolescentes. Se prestaban, pues como se ha dicho, no estaban al alcance de todos. Se conocían Patoruzú, El Purrete, Historietas, Pif Paf, Ra-ta-plan, Fenómeno y una interesantísima porque traía a la vez historietas y novelas, éstas a razón de un capítulo por vez: el Tit-Bits, El diario Crítica traía dos suplemento de historietas por semana, en colores: los lunes, historietas serias entre las que descollaban Tarzán, Bug Rogers en la Tierra Perdida y Jorge el Temerario; y los miércoles cómicas, donde se podía ver y leer a Los sobrinos del capitán, El vago Patagonia, El ratón Mickey, El Pato Donald, La gatita princesa, etc.
No había librerías sino de útiles escolares. Los libros de cuentos, novelas y poemas, había que comprarlos en Lomas o en la Capital. Pero se leían libros prestados, o de la Biblioteca Bernardino Rivadavia, donde era posible encontrar una gran cantidad de autores como Emilio Salgari, Alejandro Dumas, Emilio Zola, Víctor Hugo, Paul Feval y argentinos como Hugo Wast y Manuel Gálvez.
Dado que comprar novelas propiamente para damas no había, estaban las novelas por entregas, que sin duda veían a ser el equivalente de los culebrones televisivos de ahora para las amas de casa: temas sencillos, de romances, sin grandes complicaciones ni profundidad. Eran correteadas por las casas por vendedores de las editoriales. Dejaba el primer capítulo - un fascículo muy bien presentado y con cubierta a dos o tres colores - que siempre terminaba con gran intriga para despertar el interés de la lectora: ¿Logrará el príncipe Nicolás entrar al palacio real para ver a la princesa Lidia, a pesar de las amenazas del Rey Gustavo? Los siguientes fascículos, a razón de uno por semana, no eran más de cuatro páginas de pésimo papel y la misma ama de casa debía recortar con el cuchillo, pues en rigor se trataba de una hoja de papel dos veces doblada. Los títulos eran siempre tentadores: El amor de un pirata // El pecado de una princesa // La hija secreta de la empreratriz. Todas las novelas por entrega, como los actuales culebrones y como radioteatro de aquella época, no terminaban nunca. Los hombres, que por supuesto no leían esas novelas, solían decir que las escribían los porteros de las editoriales. Los errores de ortografía y gramática, y las repeticiones o falta de frases o párrafos, eran habituales en todos los fascículos. Debido a la gran extensión de la novela, el ama de casa terminaba por suspenderla definitivamente. Pero eso no era un perjuicio para la Editorial porque entretanto, los vendedores ya habían conseguido más clientas. La señora que llegaba hasta la palabra Fin, como a los dos años, se hacía acreedora de un jueguito de té o un reloj despertador a cuerda, lo que ya venía anunciado en la contratapa del primer fascículo.
Y estaba también el corredor de retratos al lápíz (en blanco y negro) o al pastel (en colores), con su correspondiente marco, en los primeros tiempos en forma de óvalo, vertical u horizontal. Bastaba prestarle una vieja foto, aún de carnet. Eran ampliaciones hechas por muy buenos dibujantes o pintores anónimos. Algunos de éstos llegaron después a salir del anonimato y a convertirse en famosos artistas plásticos.
Revistas de radio, teatro y cine, eran Radiolandia, Antena y Sintonía; de deportes, El Gráfico; y femeninas Para ti, Vosotras, Damas y Damitas, Maribel. Apenas se vendían unos pocos ejemplares. Había revistas de interés general como Mundo Argentino, Atlántida, PBT, Caras y Caretas y Leoplán. Esta última, con muchas páginas encuadernadas al estilo de los libros, aparte de una buena cantidad de artículos interesantes de todo género, traía una novela famosa completa en letra casi microscópica que durante su existencia, indirectamente, benefició a muchos ofmatólogos y ópticos. Para hacerse una idea del tamaño de esas letras tipográficas, téngase presente que en el N°1, apareció Amalia (de José Mármol) ¡completa! cuando generalmente la obra se edita en dos tomos y en letra bastante pequeña también. Emisoras de esos tiempos eran Prieto, del Pueblo, Argentina, Fénix, Stendor, Excelsior, El Mundo, Splendid y Belgrano. Eran populares las radionovelas de Radio del Pueblo, que escribían Luis Pozzo Ardizi y Héctor Bates. Villeguita, el popular locutor de esa radio, que probablemente tenía un catre en la misma, estaba todo el día ante el micrófono y no sólo se encargaba de pasar los anuncios, sino que suplía a algún actor ausente, en radioteatro y en programas cómicos como Almacén El Peso Justo. El actor más popular de esa radio era Rolando Chavez. En otras emisoras descollaban Mechita Caus y Artuco Telesca, y en programas cómicos el más grande de los cómicos Luis Sandrini, el dúo Buono-Striano, Félix Mutarelli, etc. Las principales radios porteñas tenían programas culturales en las que se presentaban en vivo orquestas, concertistas y cantantes líricos de fama internacional.
A la tardecita, los chicos jugaban en las veredas, los jóvenes andaban en bicicleta y la familia tomando mate en la puerta de calle, a veces compartiéndolo con los vecinos. La vida, en la década infame, era cara y sin duda más que ahora. Pero nadie tocaba el tema que seguramente se daba como una decisión del destino y natural por el hecho de que siempre hubo y habrá ricos y pobres. Por esa razón los pobres no envidiaban ni detestaban a los ricos. No se conocían términos como carestía de la vida, inflación, sueldo mínimo, retroactividad, plus salarial, precios máximos, salario de bolsillo, plazo fijo, dólares, ingreso bruto per cápita. En la casi totalidad de los casos, ricos y pobres, sólo trabajaba el jefe de familia y había que ajustarse al presupuesto que implicaba el sueldo de aquél.
No habiendo aún radio en las casas y tampoco libros o diarios y revistas que leer, por la noche se jugaba a las barajas, y el juego se hacía más extensivo cuando había visitas y al día siguiente era domingo o feriado. El truco, tute cabrero, chinchón, escoba de quince, eran los juegos de naipes más comunes.
Los cigarrillos populares eran de marca Condal, Gavilán, Winchester, Particulares, Fontanares, 43 y Barrilete, este último con la particularidad de que el paquete se abría como un libro, pues tenía dos cuerpos. Algunas marcas, como Condal, daban la posibilidad de ganar un premio, que era un reloj de bolsillo o de pulsera, que en esa época no estaban al alcance de cualquiera. Algunos hombres de la tercera edad fumaban unos cigarros de hoja fuertísimos, como los Avanti y Regia Italia. Unos últimos, también mayores, fumaban en pipa el fuertísimo tabaco La hija del toro.
Yo conocí y vos también me imagino, a ancianos que mascaban fragmentos de un cigarro de esos cigarros como si fueran chicles.
Sólo los pudientes se afeitaban en la peluquería. Se utilizaba la navaja de acero Solingen, pero había que ser muy diestro para manejarla sin cortarse la cara por todos lados. Por suerte en la década del 30 se popularizaron las hojas de afeitar Gilette, Legión Extranjera, Sarita, Boina Blanca y Pal.
Las peluquería para damas no existían en Monte Grande. Algunas, desde luego las pudientes, recurrían a la Capital. Las mujeres intercambiaban su habilidad para cortarse mutuamente el pelo, hacerse ondas y rulos con procedimientos y utensilios baratos o caseros. Siendo época de Shirley Temple y Claurette Colbert, las niñas, señoritas y señoras se ondeaban o rizaban el cabello. Por la misma razón antes apuntadas, no había teñido de cabello, pues no se conocían ni vendían aquí productos para ello.
Cualquiera no se podía hacer un traje de medida en lo de Molé (único sastre del pueblo), no porque fuese carero, sino porque resultaba mucho más económico comprarlo de confección, pagándolo en cómodas cuotas y recurriendo a casas de la Capital como Albion House, La Mondiale, Braudo, El Coloso, Muro, Casa Muñoz (Donde un peso vale dos, popular slogan éste inventado por Silvio Spaventa, actor del radioteatro de esa firma). Los jóvenes vestían con camiseta, camisa y pantalón, calzando zapatos o zapatillas. Traje - que no todos tenían con la posible excepción del traje dominguero - no tenía cualquiera; se cuidaba como una joya, y usaba para ir al cine, al baile, salir de paseo o de visita. El empleado de oficina sí, tenía que ir de traje y corbata. El hombre usaba sombrero, cabello corto y peinado a la gomina para ir al trabajo o salir simplemente a la calle. En su bolsillo, llevaba el infaltable peinecito por si despeinara al quitarse el sombrero. Hasta principios de la década del 30 también se usó el rancho que era un sombrero de paja. Pero los jóvenes dejaron de usar sombrero en la década del 20 y en la del 30. En adelante irían con la cabeza descubierta, peinados a la gomina desde luego, bien recortado el pelo y afeitados. Algunos usaban boina, especialmente el operario y el peón de campo.
Los domingos, bastantes niños y jóvenes de ambos sexos iban al cine, muchos de ellos con familiares. Por la tarde, el que era socio, podía al club. A veces había algún partido de fútbol o de basquet.
La pelota de fútbol Nº 5, que es la profesional, era el sueño imposible de miles de chicos, por su alto costo. Por eso el niño afortunado se podía conformar con una Nªl, la más chica. En esa época, las pelotas de fútbol no eran tan esféricas como las que saldrían más adelante. El balón tenía ojales y un cordón de cuero también, con el que se cerraba esa especie de braga. Al inflar el blade goma del interior y cerrar el orificio con el cordón, había que introducir las puntas al interior para que éstas no molestaran ni se desataran. Allí quedaba como un chichón, de ahí la imposibilidad de que la pelota fuera perfectamente redonda. Mucho tiempo después un argentino inventó la pelota moderna como se la conoce en la actualidad, sin esas complejidades, que se infla por un pequeño orificio y el balón queda perfectamente esférico. Y volviendo al precio de la pelota de fútbol de esa época. Debía ser muy elevado para que en muchos concursos de marcas comerciantes, el primer premio fuese ¡una pelota de fútbol Nº5! Los chocolatines Kelito, Godet y Nestlé, hacían esos concursos. Cada chocolatín traía una figurita. Había que llenar un álbum que daba la firma, con todas las figuritas para hacerse acreedor al premio. De la gente antigua, ¿quién no se acuerda de la famosa figurita del Tucán, que era la más difícil de conseguir? Casi todos lograban llenar el álbum, pero les faltaba el Tucán para ganar. Los premios de esa época podían ser también un monopatín, un par de patines, una pelota de fútbol, o una muñeca en el caso de las niñas.
Sentado en un banquito plegable y ante un caballete también plegable, estaba pintando un artista en la calle Esquíú, a unos cien metros de Malvinas, de manera que aquél captaba parte de la primera arteria, parte del parque y del fabuloso palacio de La Antonetta. Era en otoño, la época preferida por los pintores por la variedad de hojas en todos los tonos: verde, amarillo y ocre. Nos acercamos varios chicos a mirar. Así supimos que el artista era cordobés y había venido atraído por comentarios de turistas que llamaban a nuestro pueblo La Córdoba chica.
Sí, en esa época lo era, y nos consta a ambos, pero no se podría decir lo mismo hoy, con el smog y las más variadas formas de contaminación. Dejame.
Para los chicos, los adolescentes y los jóvenes, ir a Buenos Aires era algo muy extraordinario y siempre soñado. Llegar a Constitución era como para un marino bajar a tierra. Saliendo por la izquierda - a la calle Lima - o por la derecha - a Hornos - uno se encontraba con una cantidad de negocios donde podía comprar de todo. Era común ver a gauchos por allí con bombacha y boina. Sobre Lima y hacia la derecha, uno conocía La Preferida, librería donde era posible conseguir cualquier libro y de ella éramos clientes muchos estudiantes secundarios. Ya no sólo los niños sino más de un estudiante secundario era acompañado de su padre o su madre.
Los montagrandinos en esos lejanos tiempos, tenáimos el complejo de vivir lejos. Y lejos debía ser (y sigue siendo), pues en los empleos capitalinos, siempre algún compañero bromeaba preguantando: “¿Monte Grande? ¿pero dónde es eso? ¿y dónde dejás el caballo?” Y no exageraban. Nadie conocía ni de nombre a nuestro pueblo y además, más de un empleado u operario que trabajaba en la Capital, a la tardecita o a la noche (según su horario de regreso) un familiar lo estaba esperando en la Estación con el sulky.
Monte Grande, no nos engañemos, empezó a conocerse en el ámbito nacional ¡y hasta internacional! gracias al Aeropuerto, o sea, indirectamente, gracias a Perón. Te lo dice “muá” y a vos te consta que soy apolítico, lo que no me impide ser ecuánime.
Aparte de su buen clima y aire puro, Monte Grande atraía por su gran limpieza y orden, todo lo cual va cambiando a principios del Presente. Aparecieron las primeras ferias. La primera se estableció en la calle O. Petrazzini, desde la propia Estación hasta la barrera de Dorrego. Tiempo después fue erradicada a otros barrios.
En el Pasado se veían vendedores ambulantes con carros o canastas que timbreaban o pregonaban su mercadería: fruteros, artículos de mercería. Llegaban incluso carros tirados por mulos de Panificación Argentina, que procedían de Lomas de Zamora. Había un turco famoso en las estancias y chacras de las periferias, que iba con su carro en el que llevaba toda suerte de ropa y artículos de mercería. Se llamaba Salomón Alegre y hacía honor a su apellido porque era simpatiquísimo y siempre estaba de muy buen humor. Muy inteligente, para no ser inoportuno, Iba a cada finca una vez por mes.
Merece mi recuerdo Salomón Alegre, porque nos proveía de ropa, servilletas y repasadores, “bañuelos, beines, beinetas”, medias, etc. cuando vivíamos en el campo. Fue el que me vendió (en cuotas desde luego) mi primer traje de pantalón largo, color marrón claro, que por supuesto eligió él a su gusto (y a mi gusto) en su pequeña tienda que estaba frente a la Estación de Ezeiza y atendía su señora.
Se podía dejar la bicicleta en cualquier parte sin correr peligro alguno de que se la robasen. La cadena y el candado, de relativa seguridad, aparecieron en el Presente.
Aunque nuestro Pasado no era vivir en la gloria, esos tiempos eran mejores que los actuales, ¿qué querés te diga? A pesar de que la gente tenía los mismos o más problemas que ahora, vivía tranquila y feliz. Prueba de ello es que alguien inventaba alguna palabra o frase cómica, todos lo repetían. ¿Te acordás cuándo estaba de moda eso de “¿Sabés que le dijo....?”, o “¿Sabés cuál es el colmo de...?” Cuando pasaba de moda una de esas series, inventaban otra. Bah, no inventaban nada. Eran importadas de la Capital.
Cuando empezó a popularizarse la radio, como ocurrirá décadas después con la televisión, los aparatos eran muy costosos. Los primeros tenían la clásica forma de catedral y como pocos eran los que podían comprarla al contado, se vendían a plazos. La primera que hubo en casa, ya no tenía esa forma sino rectangular y era mucho más pequeña. La compró mi padre a plazos y recuerdo que no se perdía los informativos de la Segunda Guerra, que daban a mediodía.
Y siguiendo con lo que decía antes sobre los tiempos Pasado y Presente, estaba pensando que en el Futuro, los que ahora son chicos, serán Pami como nosotros y añorarán ¿sabés qué? Precisamente los detestables tiempos actuales, porque para ellos será su Pasado, o sea su dulce niñez, su desorientada y alegre adolescencia y su seria juventud. A la vez, ellos criticarán las costumbres de las nuevas épocas y dirán: “Tiempos eran los antiguos de cuando yo era pibe, adolescente y joven... Era otra cosa. Había más respeto. Ahora es un asco.”
Resumen
La historia local se puede resumir en pocas palabras y es mejor que lo haga yo, Primo, porque si no, me vas a escribir de nuevo todo el contenido del libro. Mirá qué fácil lo hago yo: Descubrimiento, conquista y colonización de nuestro país. Repartija y venta de tierras a trochi mochi. Una Firma adquiere las que hoy forman nuestro pueblo y Distrito. Tras obtener su independencia jurisdiccional, en el Distrito se sucede una larga lista de comisionados o intendentes (la mayoría nombrados a dedo o surgida de “sospechosas” votaciones que en realidad eran “botaciones” porque se botaban a la basura los votos de los contrarios), hasta llegar a la verdadera libertad y democracia. El único hecho revolucionario de trascendencia que registra Monte Grande y su zona, fue la construcción del Aeropuerto. Y por último, honramos la memoria de Esteban Echeverría con una puerta que perteneciera a su más acérrimo enemigo Juan Manuel.
Apéndice Literario
Se incluyen algunos cuentos con personajes y escenarios de Monte Grande, los cuales, excepto el primero, fueron publicados después de terminarse el texto formal de este libro, en la Revista de Artes y Letras Taller.
El día de un montegrandino en 1935
(testimonio real)
Yo, Antonio Acevedo, chaqueño de pura cepa y a mucha honra, era oriundo, y los oriundos ¿viste? agarrábamos cualquier trabajo. Por suerte, aunque no conocía a nadie porque era oriundo, encontré trabajo como peón en el horno de ladrillos de los buenazos Amadeo, allá por La Colorada y Ramón Santamarina, que en el 35 eran de tierra y en muchos sectores estaban seminundadas y se veía crecer juncos y yuyos de toda especie, ¡hasta achiras!, ¿viste? El tránsito que había por esa zona era nulo. Podía verse, con espacio de una hora, algún sulky o carro o jinete a caballo. Los que vivían por ahó o llegaban de Canning por La Colorada y querían ir al centro de Monte Grande, subían por Ramón Santamarina (si no estaba muy inundada por desbordamiento del arroyito) y y llegaban a la Ruta 205 (donde está el pórtico de La Sofía), pues desde allí hasta Plaza Mitre por lo menos había un asfalto, si bien barato y resquebrajado. Si se seguía por La Colorada hasta Alem Doble era mucho pior (sic) porque como esta última estaba también sin pavimentar, el camino se hacía más largo y difícil hasta Plaza Mitre. En otoño e invierno, por las lluvias, Ramón Santamarina era casi intransitable, debido al barro y las profundas huellas que dejaban los carros. Y fijate vos que por esa calle y por La Colorada bajaban desde Monte Grande obligadamente los coches fúnebres (carrozas de tracción a sangre) que iban al Centemerio (sic) y más de una vez, y eso lo puedo jurar por la memoria de mi santa madre porque lo vi yo mismo, en los zanjones y charcos, el vehículo se tumbaba o encajaba y el ataúd se iba a incrustar en un lodazal. El pueblo se cansó, durante añales en pedir al Municipio que asfaltaran desde La Sofía hasta el camposanto aunque más no fuera con un mejorado, pero las autoridades... ¡como si oyeran llover!
En el horno se trabajada diariamente desde el lunes a primera hora, hasta la última hora del sábado. Los domingos no. Los peones que vivían muy lejos de sus casas, se quedaban a dormir allí toda la semana, en un gran galpón de material de los Amadeo. Nos cocinábamos nosotros mismos. ¿Y qué se podía cocinar? Lo más fácil y rápido: asado, y a veces un puchero, o tallarines. Vino, había que tomar con mucha prudencia (apenas medio vaso con agua) para después no tener problemas con el trabajo. Los domingos no se cocinaba porque todos iban de visita a sus casas, ya fuera a Guillón, Ezeiza, o bien al campo. En mi caso, como era soltero y no tenía a nadie (porque ya dije que era oriundo, y mi domicilio estaba en el mismo horno), aprovechaba para levantarme un poco más tarde. Después me tomaba una buena pava de mate y galleta criolla, y me iba a caballo a Monte Grande. Había unos cuantos caballos a elegir y estábamos autorizados a usarlos. Ataba el flete al palenque del café Ideal, y ahí seguro me encontraba con conocidos y me enteraba si había un partido de fútbol (que en esa época se escribía football ) o alguna carrera de bicicletas, o de sortijas, algo así. Si había, allá me iba a mirar, aunque no intervenía en nada de esas cosas. En Alem existían varios terrenos baldíos y ahí podías dejar el caballo, el carro o el sulky, que nadie te los iba a robar. No había trabajo en esa época. Gracias que yo tenía en lo de Amadeo. Pero nadie quería quedarse con los brazos cruzados. En último caso, hacía cualquier changa, por poco que le pagaran. El hombre tiene que trabajar porque esa es la ley de la vida. ¿por qué no va a trabajar si los pobres animales lo hacen? ¿no trabajan las hormigas, las abejas, las liebres, y hasta los pobres gusanos? ¿buscarse la comida, que no es fácil para ellos, no es trabajar? ¿O no? ¿Entonces por qué el hombre no va a trabajar? ¡A mí se me caería la cara de vergüenza vivir sin trabajar! Bueno, ahora no puedo trabajar porque estoy reviejo y rejubilado.
Sí, estaba contando... Bueno, el día domingo. A mediodía me comía un sangüiche en ese mismo café Ideal y después, como reza el viejo dicho: Adonde va Vicente, va la gente. A escasas cuadras del centro del pueblo, a veces había algo para ver: un partido de fútbol aunque fuera de los pibes, una carrera de algo, aunque sea de embolsados. Al cine no iba nunca porque ahí uno tiene que ir presentable, no como iba yo con bombacha, alpargatas y boina, y a veces sin afeitar. Como todo oriundo, no tenía traje dominguero. ¿Y con qué lo iba a comprar?
Por ahí no había nada importante en el pueblo, que era lo más común. Entonces me volvía al horno para hacerme una buena siesta. Pero a la tardecita, se me daba la loca, volvía otra vez a Monte Grande y de nuevo al café, o al otro café, también de Alem, que en este momento no me acuerdo cómo se llamaba. Y si no, en vez de venir al pueblo, ¿sabe adónde iba? Al almacén de Partini en La Colorada y Colón. Como ahí había bar, cancha de pelota pared y de bochas, siempre me encontraba con un montón de paisanos de la zona, casi todos conocidos y la mayoría oriundos como yo. Ahí sí me podía entreverar jugando a algo, aunque fuera a las barajas.
Casi anocheciendo, regresaba al horno. Era seguro que algunos compañeros ya habían vuelto de sus lejanas casas. Otros, como yo, que andaban por ahí, llegaban más o menos a esa hora. Ahí hacíamos una buena mateada general, y cada uno contaba las buenas o malas novedades de su familia:. Que el mes que viene se casaba una hermana o una prima. Que la madre andaba mal del hígado. Que habían venido de visita unos parientes de Córdoba y se quedaban como quince días. Y cosas por el estilo.
Más tarde se cenaba algo y a la cucha porque al día siguiente, lunes, había que madrugar.
Conté lo que hacía un domingo un montegrandino como yo, que encima era oriundo. Los días de semana no interesan porque los pasábamos meta hacer ladrillos, comiendo y durmiendo. Bueno, esa era la vida de un montegrandino y además oriundo. Después, pero mucho más adelante, sin dejar el horno, me casé con mi actual esposa, tuve hijos, nietos ... pero usted dice que eso no va.
La Benefactora de la Humanidad
Valeriana Zanlichuk, conocida como La benefactora de la Humanidad, vivía y ha de vivir aún en las afueras de Monte Grande, más exactamente en el barrio 9 de Abril. Nunca supo su verdadero origen - ni ella misma - porque siendo beba y huérfana, fue adoptada por un matrimonio ucraniano sin hijos que le dio nombre y apellido. Sin ser ni haber sido nunca linda, era toda simpatía y amor, y en su amplia y crónica sonrisa, atraían la perfección y blancura de sus dientes. Cara ligeramente redonda, con piel trigueña. Grandes ojos azules. Sus cabellos, rubios y breves. A primera vista, afloraba en sus pronunciados rasgos una segura ascendencia eslava.
Viuda y sin hijos, vivía modesta y cómodamente en su casa propia, que construyera en vida su consorte, un fino albañil italiano. Ella se había jubilado tiempo atrás como empleada de un Ministerio - en el que era una de las encargadas de los baños de las damas,- contando, además, con la pensión del finado esposo. Y siendo una excelente administradora, no sólo vivía desahogadamente, sino que, sin sacrificios ni privaciones, lograba ahorrar la mitad de sus ingresos. Pero se le estaba haciendo difícil vivir feliz entre tanta gente repobre en su vecindario, detalle éste que empezó a percibir en su verdadera profundidad cuando ya jubilada, dejó de viajar a la Capital y su mundo se circunscribió al barrio. Antes, y durante treinta años, salía de noche por la mañana y volvía también de noche. Y por lo general, en Plaza Constitución compraba algunos alimentos para preparar la cena. Algo, especialmente el pan, solía comprar el marido, si llegaba temprano a casa.
Valeriana se sentía en la obligación moral de hacer algo por las familias más necesitadas del barrio, y fuerza y energía le sobraban. Cada vez que lograba ahorrar un poco de din ero, hacía un gran pedido de alimentos imperecederos a una casa mayorista de Lomas y los repartía personalmente a la gente necesitada del barrio. A alguien se le ocurrió llamarla La benefactora de la humanidad. En rigor, eran pocos los que sabían o les importaba averiguar su nombre de pila y menos su complejo apellido. Y el apodo, que no era irónico sino sincero, espontáneo y bien merecido, le quedó como nombre, si bien, por razones de comodidad, todos lo simplificaban con el de Benefactora. Entonces todos estaban con ¡Benefactora! de acá, ¡Benefactora! de allá, y a ella encantada, porque eso sonaba a música celestial en sus oídos, y se hubiera dicho que engordaba un kilo cada vez que lo escuchaba.
A veces, como por H o por B necesitaba escribir o contestar alguna carta - con muchos errores pero ingenuamente espontánea y sincera, - y le parecía que a mano no quedaba tan linda como a máquina, se compró una Olivetti de segunda mano en una casa de compraventa de la calle Libertad. En una imprentita que funcionaba en una casa particular al lado del poeta y artesano Arturo Muniagorry (El Gordo Arturo), en Guillón, encargó un buen block de papel carta con un logotipo que representaba un corazón que destellaba como un radiante sol, y debajo, su nombre completo y el subtítulo Benefactora de la humanidad, a lo que seguía su dirección. Teléfono no, porque en esa época la empresa era del Estado, y no tenía líneas disponibles ni siquiera en la Capital, y ni siquiera para los profesionales, aún cuando ofrecieran una coima a algún funcionario infiel.
Como su ayuda humanitaria se iba extendiendo a otros barrios vecinos y no le alcanzaba el tiempo para dedicarse a su tarea humanitaria y como por otra parte, sus ahorros no cubrían las necesidades de tantos pobres, hizo varias reuniones con algunas señoras que como ella, sin estar en buena posición económica, no pasaban necesidades y tenían también sentimientos humanitarios. Eran mujeres de pequeños comerciantes de la zona que la ayudaban con gran entusiasmo. Aparte de alimentos imperecederos que la Benefactora financiaba hasta donde le era posible, pedían a los vecinos pudientes y a los comerciantes, aceptando también ropa, colchones, calzado, artefactos del hogar - usados por supuesto, - pero todavía en funcionamiento.
Por inspiración de algunas de las caritativas colaboradoras, en más de una oportunidad aquellas y Valeriana fueron al Municipio para hablar con el Intendente de turno y ver si conseguían una colaboración oficial, ya fuera en dinero, alimentos o ropas para ampliar la ayuda a otros necesitados, pero al saber el motivo de la visita por la secretaria, alegando un pretexto u otro, jamás las recibían. Entonces, cuando de esto se fueron enterando algunos políticos locales, la iban a ver para ofrecerle las donaciones que necesitaba, a cambio del apoyo de sus barrios en las próximas elecciones para Intendente y concejales. Pero la Benefactora no era tonta: inmediatamente los descorazonaba, aclarándoles que en su obra humanitaria nada tenía que ver la política.
Después de unos años, recibió una carta del Intendente de turno en la cual la citaba al Municipio para tal día y a tal hora a efectos que se le iba a informar. Se sintió muy amargada, humillada, y sorprendida a la vez, al ver que debajo de su nombre, habían omitido mencionar lo que consideraba un título honorable, el de Benefactora de la Humanidad, que le diera el pueblo y con el que era conocida en todos los barrios de 9 de Abril. Cuando fue al edificio comunal, en Mesa de Entradas, le entregó la carta a la recepcionista diciéndole: Me ha citado el señor Intendente. Dígale que dije yo: "Señor Intendente, acá está la señora Valeriana Zanlichuk, Benefactora de la humanidad, que entre paréntesis usted olvidó de poner en la carta". Dígale así nomás, de mi parte, si me hace el favor.
La empleada, que se estaba sonando la nariz y hablaba con voz de resfriada, la miró sorprendida y respetuosamente. Después le dijo: Mire, vaya con esta misma carta a la oficina que está allá al fondo, a la derecha, donde dice Sociales, y ahí se la entrega al señor Benítez., ¿se va a acordar, Benítez, o quiere que se lo anote en un papelito?
En el lugar indicado, la atendió una empleada a quien Valeriana entregó la carta diciendo: Soy Valeriana, la Benefactora de la humanidad, y vengo a verlo al señor Benítez. La chica la miró con respetuosa sorpresa, rogándole que aguardara un momento, desapareciendo luego por la misma puerta que había salido y que volvió a cerrar detrás suyo. A los pocos instantes salió el señor Benítez con la carta en la mano, y mirándola entre asustado y respetuoso, susurró como si estuviera en una iglesia: Usted es la Benefactora de la humanidad? Venga, señora, sígame. La condujo al despacho de la máxima autoridad del Distrito, tras lo cual se retiró.
El Intendente se levantó de su escritorio y con la mano tendida fue al encuentro de la visitante. Mientras se sentaba a indicación del funcionario, ella tuvo la vaga sensación de que conocía de algún lado y de alguna ocasión a ese hombre de repudiable bigotito recortado con geométrica perfección. “¡Señora Benefactora de la Humanidad! ¿Vio que me eligieron Intendente sin los votos de su barrio? - terció él aludido sonriendo pero sin el menor asomo de sorna; por el contrario, lo hizo en tono de amable y familiar complicidad, al tiempo que retomaba su asiento.
Ahí sí, como es natural, ella recordó que el hombre era uno de los tantos que la fueron a ver con intereses políticos. Él empezó a decir con voz pausada: Pero yo no la citaba por eso sino por otra cosa, señora. El Municipio ha firmado un convenio con Bienestar Social para que en nuestro Partido hagamos precisamente lo que usted hace desde hace varios lustros con humanidad, patriotismo y probado desinterés”.
Ella lo miraba con insistente curiosidad, sin duda pensando a qué quería llegar el Intendente con ese preámbulo. Él no le hizo esperar mucho el motivo de su citación y le dijo: Ahora no se trata de una cuestión política, sino de una resulución del gobierno. Hay que ayudar a los necesitados, que era la filosofía de nuestra gran Evita. El Municipio de Esteban Echeverría creará una secretaría que se va a dedicar precisamente a eso. Y no ha de haber en el Distrito muchas personas nobles, honestas y desinteresadas como usted para ser la Directora de este plan social...
Allí calló y se quedó mirándola, esperando una favorable reacción de la señora.
La Benefactora se quedó petrificada de sorpresa. Quiso responder algo, pero los sonidos se le trabaron en la garganta y presa de una intensa emoción, estalló en llanto, con gran perplejidad del funcionario, que tras un momento de zozobra, que se puso inmediatamente de pie y fue hacia ella para tranquilizarla. Después le fue explicando algunos detalles: Usted tendrá su sueldo, su oficina, con su correspondiente teléfono, su secretaria, algunos empleados. Como ya está muy práctica en esta tarea, sabe cómo debe hacerse con eficacia y equidad para evitar los abusos y las “avivadas” de los inescrupulosos...
Sí, no. Pero el sueldo yo lo voy a donar a la misma obra que vamos a hacer, puesto que yo voy a trabajar ad honorem...
Él hizo un gesto como significando: ¡Ah, eso es cosa suya!
La diva
En mi pubertad - por la década del 30 - vivíamos por La Colorada, a la altura de Ramón Santamarina, ambas sin pavimentar y ni siquiera nivelar, que en tiempos lluviosos se convertían en inmensos y desalentadores lagunas y lodazales imposibles de transitar con automotores, de ahí la ventaja de disponer de un sulky, un carro o un caballo... o de un viejo Ford como el del señor Kern, el dueño de la casa quinta Los Tréboles en la que mi padre se encargaba de hacer las tareas rurales.
Con ese coche - que ya era viejo en ese tiempo, - su propietario nos llevaba a diario a los chicos de la casa - los suyos, y mis hermanas y yo - a la escuela a Monte Grande y a la salida, con su paciencia franciscana, nos pasaba a buscar. Para su poderoso vehículo, casi equivalente al jeep que después salió a raiz de la Segunda Guerra Mundial - no había barro ni inundación que le impidiera llegar al pavimento, a la Ruta 205, más precisamente hasta el portón de la Estancia La Sofía. Y una de las satisfacciones del mencionado era sacar del apuro a cualquier otro automotor que tenía la mala suerte de encajarse en ese trayecto. Por eso y por otros tantos favores que hacía desinteresadamente a sus vecinos, estos lo llamaban El Gaucho alemán.
Él era propietario también de otro coche, un cómodo y casi flamante Auckland con el que salía con su familia los domingos para visitar a sus amistades montegrandinas o parientes de la Capital, siempre y cuando no lloviera o no hubiese llovido en la víspera, en cuyo caso, como era natural, recurría al viejo Ford provisto de pantaneras.
A la sazón, a lo largo de La Colorada y Ramón Santamarina había estancias, chacras y casas quintas, con excepción del viejo almacén de los Pardini. La mayoría de las calles que se cruzaban con esas arterias sólo existían en los planos municipales, porque como no se necesitaban, en la práctica, transitoriamente se las anexaban las fincas vecinas para el pastoreo de vacunos y equinos, o cualquier otro uso rural. No había alumbrado público en la zona, de modo que de noche la oscuridad era completa, a menos que se circulara con un automotor o con un vehículo de tracción a sangre cuyo farol a kerosén diera alguna referencia primaria de su existencia en el camino, o, con cielo despejado, pudieran darlas la luna y las estrellas.
En ese tiempo, la radio era la soberana del espectáculo y el entretenimiento y sus artistas gozaban de una gran popularidad, si bien eran escasas las familias que disponían de receptor. Algunos de esos artistas eran dueños de casas de fin de semana en Monte Grande y una de ellas era Mechita Caus, popular actriz de radioteatro, que tenía la suya a unos doscientos metros de Los Tréboles. Sin embargo, con excepción del señor Kern, ni la familia de éste ni nosotros había tenido oportunidad de conocerla personalmente. Su chalet estaba totalmente perdido entre una vorágine de árboles y plantas. Sin lugar a dudas era la más popular actriz de radioteatro de esa época por las innumerables obras que protagonizaba con el también conocido actor Antuco Telesca. Los que no tenían radio conocían a los artistas de primera magnitud por los comentarios de las mujeres y por las fotos que salían en las revistas que se prestaban.
Una noche de viento y lluvia que el señor Kern tenía que ir imprescindiblemente a la Estación de Monte Grande a buscar a una parienta llamada familiarmente Bolita por razones de peso, nos invitó a su hijo Franz y a mí a acompañarlo en su poderoso Ford, lo cual nos llenó de ansiedad y entusiasmo, porque aparte de quebrar nuestra rutina campestre - encima estábamos de vacaciones -, salir una noche semejante, era una aventura casi inédita y fascinante. Tanto el tramo de La Colorada como Ramón Santamarina eran ya un impresionante lodazal, en el que no faltaban muchas partes inundadas. Pero como el viejo Ford con sus pantaneras era capaz hasta de cruzar el Océano Atlántico (bueno, tanto no, pero sí el Río de la Plata), lento pero firme, fue subiendo por Santamarina en dirección al asfalto de la Ruta 205. Faltando más o menos unos doscientos metros (recordemos que no había cuadras) para llegar a aquélla, o sea al portón de La Sofía, descubrimos un automóvil sólidamente enclavado en la cuneta izquierda (en esa época se circulaba por esa mano y no por la derecha como más adelante y hasta hoy). El lugar era solitario, tétrico y estaba casi enteramente en penumbras. Algunos destellos de la débil y oscilante lamparita de la Ruta, reflejados en el parabrisas y el niquelado de los faroles, permitían reconstruir mentalmente la vaga silueta del coche en apuros, uno de los últimos modelos de esa época.
- Es el auto de Mechita Caus - dijo el señor Kern, luego que hubo detenido el auto a la par del otro.
Franz y yo sentimos que el corazón se nos salía del pecho. Quedamos unos instantes petrificados de alegre sorpresa.
- ¡Mechita Caus! - exclamó después mi compañerito con emoción.- ¡Por fin vamos a conocerla en carne y hueso!
Entretanto, El gaucho alemán, que en estas ocasiones salía con perramus, sombrero impermeable y botas, bajó para acercarse a los ocupantes del vehículo, dos o tres señoras y un hombre que manejaba, y les dijo que no se hicieran problema; que no se movieran de sus asientos, que él los iba a sacar. Acto seguido volvió al Ford y lo hizo avanzar y retroceder de manera que pudiera remolcar al otro, lo que haría con una pesada cadena que siempre guardaba debajo del asiento para estas y parecidas emergencias. Conectados los chassis de ambos automotores, puso el Ford en primera y éste, lento pero con la fuerza de un tractor, sacó de cuajo al otro de la zanja, y una vez en la parte llana del camino, si bien había cesado de llover y existía la vaga posibilidad de que el vehículo rescatado pudiera llegar a la Ruta por sus propios medios, El gaucho alemán creyó más prudente que siguiera acoplado y arrastrado hasta allí por su poderosa máquina.
Ya en el asfalto, y bajo la débil luz de la lamparita de esa esquina, descendieron el señor Kern y el conductor del otro vehículo. Éste le dio la mano en la muñeca, luego que el otro le mostrara la suya mojada y embarrada. Franz y yo bajamos a curiosear.
Después, mientras el señor Kern se secaba y limpiaba las manos con un trapo, del coche auxiliado descendió una adolescente a estirar las piernas y mirar en derredor con curiosidad y con gesto de tener frío, e inmediatamente lo hizo una mujer joven y delgadita (que años después colegí que pudiera tratarse de Susy Kent, también actriz de radioteatro), pero no bajó la diva, a la que supusimos dentro del vehículo.
- ¡Bajá Mechita, que te queremos ver! - decía Franz para sí a media voz, moviendo los pies con visible nerviosidad.
Cuando ambos habíamos perdido la esperanza de verla, Mechita Caus abrió repentinamente la puerta del asiento trasero y con la característica sonrisa que le conocíamos por las fotos de Radiolandia y Antena, la vimos sentada, con un tobillo vendado. Tal como salía en las revistas, era regordeta, de cabellos rubios ensortijados, con una sonrisa permanente. Tendría unos cincuenta años: una anciana para nosotros los chicos, pero hoy, a mi edad, diría una beba.
- Perdonen que no puedo bajar - exclamó sin dejar de sonreír.- Muchas gracias, señor Kern. ¡Un besito, chicos! - añadió con apropiado gesto de cariño al reparar en nosotros dos.
Ese gesto quedó tan nítidamente grabado en mi memoria, que si fuera pintor lo podría recrear con toda precisión, pues cierro los ojos y la veo feliz y sonriendo en las penumbras de mi consciencia. Es más: si no fuera así, no hubiese relatado un hecho que, en definitiva, nada tiene de particular.
El capataz
Para Germán Garrido no había en el mundo un ser más repudiable que su superior, el capataz Francisco Segovia. Por eso tenía planeado dejar ese trabajo apenas le saliera otro. ¡Otro trabajo! ¿Y dónde iba a trabajar si había en ningún lado? Era en la década infame, la del 30.
Hacía cosa de un mes, Germán, desocupado, bajaba por la calle Vicente López cuando al llegar a la carnicería de Luro, vio que al lado estaban descargando ladrillos de un carro del horno de los Amadeo, y se detuvo a mirar. Ahí estaba el capataz anterior, el flaco Agustín Magaldi (no, el cantor no) dando órdenes a dos peones. Se acercó y dijo que andaba buscando trabajo. El capataz lo miró de pies a cabeza con el ceño fruncido.
- Yo le voy a dar una oportunidad, pero acá hay que mover bien el esqueleto, eh, si no...
A partir del día siguiente empezó a trabajar bajo sus órdenes. El constructor era de Lomas de Zamora y venía de vez en cuando a ver cómo marchaban las obras que dirigía en distintos barrios de Monte Grande con otros tantos grupos de albañiles. Unos meses después, el capataz se fue a otra obra del mismo constructor, a Temperley, y en su reemplazo vino el repudiable Francisco Segovia. A todos les cayó mal por su carácter hosco, autoritario, insensible y pésima educación.
A última hora de la tarde, cuando finalizaban con sus tareas, antes de volver a sus respectivas casas los seis albañiles del grupo iban al bar Ideal a tomar un vasito de vino. A veces iba también Germán. Ahí se charlaba un rato de fútbol y de eventos deportivos del pueblo, pero más que nada del trabajo y en particular del Chancho que era el apodo que le habían puesto al nuevo capataz. Cada uno contaba alguna incidencia con él: Entonces viene el Chancho y me dice... También Germán se quejaba de él. Pero lo hacía con sinceridad. No como hay muchos que despotrican contra sus superiores para hacer creer que los detestan y resulta que son sus alcahuetes y chupamedias.
Y resulta que un día, bajando las escaleras del pasaje subterráneo de la Estación, el pobre German resbaló al pisar distraídamente una cáscara de mandarina y se golpeó la nuca, perdiendo el conocimiento. Al volver en sí, se encontró tendido en una cama de la Sala del Hospital San José. Lo atendió el Dr. Angel Rotta que le tuvo que dar varios puntos en el cuero cabelludo. Le dijo que tendría que estar diez días internado.
- Hoy se me queda tranquilo, sin moverse, y sin hablar si es posible. A partir de mañana, sí, puede recibir visitas, hablar y contar todas las veces que quiera cómo fue el accidente y el asunto de la cáscara de mandarina y todo eso. ¡Y me lo va a contar a mí también!, porque yo lo sé así nomás, por lo que me contaron...
Por supuesto que estuvo su mujer, Rosalía del Carmen con los chicos, a deshora, pero sólo la dejaron entrar a ella y un momento. A partir del día siguiente, sí, de 13 a 15 volvió ella y también pudieron entrar los chicos. Pero no fue ninguno de sus compañeros de trabajo y eso que era domingo. Mañana lunes vas a ver que viene alguno, pensaba para autoconformarse. Sin embargo el lunes no fue ninguno de ellos y el martes tampoco. La señora y los chicos sí. ¡Y el martes, increíblemente, fue su abonable superior, el Chancho! Eso era de no creer.
El superior le llevó un paquete de naranjas y uno de vainillas. Como Francisco Segovia sólo sabía refunfuñar, regañar, ofender y mandar, en esa circunstancia no podía hacerlo. Por eso del léxico y las frases apropiadas para esta circunstancia. Salvo saludarlo al llegar, estuvo las dos horas de visita sin modular una sola palabra. Sólo hacía movimientos de comprensión con la cabeza, en tanto el paciente contaba detalles del accidente, sin olvidar lo de la maldita cáscara de mandarina. El capataz no hablaba, pero tanto al llegar como al retirarse, le estrechó las manos entre las dos suyas, mostrando en su semblante un profundo afecto familiar.
Durante el resto de los días, aparte de su mujer y los chicos, el Chancho estuvo visitándolo y llevándole galletitas y naranjas. Y uno de esos días, habiéndose enterado de que el obrero era hincha de Boca, le dio una alegre sorpresa llevándole un flamante ejemplar de El Gráfico que traía el cuadro de sus amores en la página central ¡y a todo color! Pero sus compañeros de trabajo seguían brillando por su ausencia. Sin embargo, un día antes de que le dieran de alta, lo fue a visitar uno de ellos, Gustavo Finestra; se quedó unos minutos mientras estaban Rosalía del Carmen y los chicos, pero cuando apareció el capataz se fue casi en el mismo momento, argumentando que tenía que hacer. Los demás compañeros no fueron hasta que le dieron de alta y tuvo que estar unos días de reposo en casa. El capataz, también lo fue a visitar a diario, a la tardecita - cuando terminaba con su trabajo,- llevándole ahora un buen paquete de facturas para tomar mate. Además, le adelanto unos pesos a cuenta, adivinando - ¡y no se equivocaba!- que como había faltado bastante tiempo a la obra, estaba sin un centavo.
Cuando Germán regresó al trabajo, en un momento que el capataz atendía al peón de Nizet para pagarle seis bolsas de cemento que había traído con el carro, aquél les dijo a sus compañeros:
- Cada uno tiene su modo de ser, y el capataz el suyo. En las buenas, no importa como es cada uno. Pero en las malas es cuando se muestran los verdaderos sentimientos. Conmigo se portó mejor que un familiar. Por eso en adelante ¡y perdónenme!, para mí no va a ser más el Chancho sino don Francisco.
La radio a galena
- Che, ¿ya te armaron la radio a galena?
Vaya uno a saber de quién era y a quién era dirigida esa lejana pregunta que aún resuena en mis oídos como si fuera ayer nomás y que ha de estar todavía recorriendo el espacio cósmico sin fin.
Lejanísimos tiempos en que Monte Grande, apenas era un pueblito provinciano. En la Capital, cuando lo mencionábamos tímidamente como si fuera pecado vivir tan lejos, no faltaba quien exclamase en tono juguetón: Che, ¿y dónde dejás el caballo cuando tomás el tren?, o: Che, ¿es cierto que Monte Grande queda tan lejos, pero tan lejos que cuando acá es verano allá es invierno? Década del treinta, de gran misiadura. Monte Grande regalaba paz, tranquilidad, puro oxígeno y agua potable de bombeador a mano y molino de viento, flores multicolores y verdor en toda la gama de matices en los jardines, parques, plazas, quintas y estancias de las periferias. ¿Y el perfume de los aromos que se extendían a la derecha de la Avenida Nuestras Malvinas, a lo largo de la quinta de los Bruzzone? Sus flores de brutal intenso amarillo, caían deshojadas en la teórica vereda y la calzada de tierra, formando una fantástica y mullida alfombra de oro.
Ustedes se tienen que acordar porque vivían en la zona, como yo: Puzzi y Alberto Brunner, Hermanos Muscolino, Hermanos Junco, Mariño, Hermanos López y tantos otros.
No cualquiera estaba en condiciones económicas de comprar una radio en esa época - las primeras acatedraladas - o un gramófono (que era a cuerda y de marca RCA Víctor (la del perrito, La voz del amo), con un pesado pick-up a púas y pesados y quebradizos discos de pasta. No había posibilidades de escuchar música si en la familia o en el entorno no se contaba con alguien que tocara bien o mal algún instrumento.
- Che, ¿ya te armaron la radio a galena?
Un día me enteré (o me acordé mejor, porque yo la conocía de Remedios de Escalada, mi breve residencia antes de mudarme a Monte Grande) de la posibilidad y conveniencia de construir una radio a galena o encargársela a un técnico radioarmador.
Para las nuevas generaciones digamos que este pequeño aparejo, que se escucha con auriculares, no tiene amplificador y desde luego tampoco parlante. Por ello sólo la puede escuchar una persona por vez, a menos que se disponga de más auriculares. Lo interesante es que no gasta nada porque no funciona con electricidad ni con pilas. Por eso no se apaga cuando no se usa, puesto que carece de interruptor. Se colocaba un largo cable de cobre sin forro - o sea una rudimentaria antena - sobre la casa entre dos palos o caños, o entre dos árboles, aislados los extremos con algún elemento de porcelana, vidrio o bakelita. De ahí bajaba un cable, de cobre también pero forrado, hasta la radio. Ésta era una bobinita de cobre muy fino, hecha a mano, y la famosa y milagrosa piedra galena, que podía ser natural o fabricada por uno mismo derritiendo un cachito de plomo con igual cantidad de azufre. Esa piedrita captaba las voces y sonidos de la emisora, entre paréntesis con una nitidez que hoy difícilmente se logre con la Frecuencia Modulada.
Es de sencillísima construcción y con el tiempo aprendí a fabricarla yo mismo, pero la primera se la encargué a Liñán que me parece recordar que era el único radiotécnico que había en el pueblo en esa época y cuyo taller estaba en una vieja casa de la calle Vicente López, frente a la actual Galería Unión. Le pedí presupuesto. Salía $2.--, así que me puse a ahorrar moneditas en la alcancía y cuando tuve el importe, se la encargué.
Con la radio a galena se escuchaba solamente una emisora, la que tenía la torre de transmisión más cerca de uno, pero ¿qué importaba si eso, de por sí, era un milagro? Claro que se construían modelos más sofistificados, que captaban unas cuantas emisoras -o todas las de esa época- pero costaban mucho más. Las vendían en la Capital y Liñán también las fabricaba y mejores, por encargue.
- Che, ¿ya te armaron la radio a galena?
Yo la tenía instalada en mi pieza, así que podía escucharla (me parece que captaba Radio Prieto, cuya antena estaba justo en la esquina del Cementerio de Lomas), mientras dibujaba, escribía, o bien cuando me acostaba. Me especialicé bastante en la cuestión. Simplificando los elementos, escuchaba radio sólo con los auriculares, una hojita de afeitar oxidada (en vez de piedra galena) y usando como antena el elástico de la cama, el cable de colgar la ropa o el alambrado del terreno. Por eso, en más de una oportunidad, cuando con algunos pibes amigos (como Sebastián Sueiro, Macedonio, Pipia Melgar y otros) íbamos a pescar y nadar a La Horqueta (una parte del Arroyo Ortega, hoy contaminado) o al río Matanza (hoy contaminado también) llevaba la bobina, los auriculares, la hojita de afeitar oxidada y un rollito de cable largo que conectaba a cualquier alambrado cercano. Por supuesto nos turnábamos para escuchar.
Hasta hace apenas unos años tenía una radio a galena instalada en la repisa de la cocina. La escuchaba cuando la maldita Segba cortaba la corriente, que curiosa y sospechosamente siempre coincidía con las pilas agotadas de mi radio portátil.
¡Nadie se acuerda de la radio a galena! Pero yo la recuerdo con gran cariño porque me sirvió de gran compañía y distracción, y para ilustrarme con muchos programas culturales que había en esa época.
Ahora que se puede hablar
Ahora que Norberto Alvarez Costas se ha ido definitivamente a vivir a Australia llevándose a su mujer y a sus hijos, país donde su hermano Alcides hizo mucho dinero, puedo contar por qué yo, dentro de lo posible, huía de su presencia. El motivo, ridículo y hasta infantil si se quiere, no es nada del otro mundo, y no sé si en verdad vale de contarse. Pero lo haré porque usted es de confianza y guardará el secreto. En definitiva y antes que se lo prejuicie, hay que aclarar que Norberto es un hombre rebueno, trabajador y honesto. No creo que alguna vez se haya dado cuenta del porque yo evitaba su cercanía. Si nos veíamos por la calle, hasta antes de que emigrase a Australia, nos saludábamos sonrientes, pero yo siempre conservando cierta distancia física. Una vez comentó sonriendo: ¡Vos siempre apurado che!
Ahora viene el hecho o la anécdota si se quiere que originó mi aparentemente extraña actitud. Ambos vivíamos en distintos barrios del lado comercial de Monte Grande, él por Alem Doble y yo por lo de Amat. Nos conocíamos desde chicos debido a que ambos íbamos a la N°1 que se encontraba en el mismo lugar actual.
Era un 25 de Mayo. Las generaciones posteriores no tienen la menor idea del frío fenomenal de esa época. Me acuerdo de tantas mañanas que iba a la escuela pisando los charquitos de agua de la calle y las veredas convertidos en hielo que se astillaban como placas de vidrio bajo el peso del cuerpo. Se helaba el agua de las canillas. Y si se dejaba olvidada alguna ropa en la soga, a la mañana se la encontraba endurecida como una madera. Todo esto lo digo para dar una idea del frío que imperaba esa mañana en el patio de la escuela.
Nos hicieron formar varias filas dentro del silencio que requerían las circunstancias y la severa mirada de la Directora, la señorita Ana María Nobile, a la que apodábamos La urraca. La mejor alumna del colegio izó la bandera nacional y acto seguido, la autoridad máxima de la escuela, seria y firme como un soldado de guardia, en medio de un silencio y una inmovilidad sepulcrales, empezó a decir un extensísimo discurso. De tanto en tanto, cuando hacía una pausa, daba la impresión de que allí terminaba su alocución, pero no era así, porque tras tomar aliento, volvía a otro extenso tramo. Siendo que fue un discurso demasiado largo para niños, la mayoría de los alumnos estaban helados de frío. Más de uno pudo tener accesos de tos; más de uno habrá tenido deseos de estornudar o de sonarse la nariz, pero tuvieron que contenerse, no porque se los hubieran prohibido o porque alguien tuviese algo que objetar o porque se fuera a reír, sino por algo así como una infantil timidez y prudencia en no distraer la atención de los mayores.
Fue entonces que, bajo el imperio de esa especial situación, el pobre Norberto se vio de pronto acosado por una necesidad biológica irreparable y de primera magnitud. Era lógico y a cualquiera de los presentes le podía haber ocurrido: un desayuno caliente en casa y un frío descomunal en la calle, al que se agregaba uno peor en el patio de la escuela, por fuerza debía producir una violenta conmoción en el estómago y los intestinos, que no podían sino desembocar en efectos no deseados aunque naturales. Los que estábamos justo detrás del chico o algo más atrás, de pronto sentimos un olor sospechoso y desagradable. No tardamos en localizar el foco del mismo. Las medias del chico estaban impregnadas de un pastoso y húmedo color ocre, y algo del mismo tono pero más sólido aunque informe tocada el piso de mosaicos, junto a sus zapatos. Como bien pronto todas las miradas se concentraron en ese punto, los incisivos ojos de la señorita Directora, no podían ser una excepción. Ella suspendió su discurso y dijo algo al oído de una de las maestras, la que fue inmediatamente hacia el fondo del colegio.
La Directora, sin hacer comentario alguno ni dar señales de haberse percatado de lo ocurrido, sin duda para no mortificar al pobre chico, retomó el hilo de su discurso, lo cual requirió la atención de los presentes.
Por el rabillo del ojo, más de uno y yo mismo, vimos como el casero, don Fermín, espolvoreaba la caca con aserrín, limpiaba y desinfectaba el lugar y se llevaba al alumno al fondo para prestarle los primeros auxilios de higiene.
Bien. A partir de ese momento, sea porque el olor a caca de Norberto se me incrustó en las fosas nasales o en el cerebro, o porque no se trate de algo físico sino de un cuadro psicológico que desconozco y que no viene al caso, cada vez que estaba cerca suyo, volvía a sentir ese desagradable olor. Ojo: quiero dejar expresa constancia que yo no culpo de nada al pobre Norberto, porque eso le podía haber pasado a cualquiera de nosotros e incluso a la señorita Directora.
Ya sé. Usted me dirá que estoy loco o que soy hipersugestionable. Digo simplemente que cada uno es como es, y yo soy así.
Quizá otro, en mi lugar, iría a un psicólogo para que le cure ese prejuicio, fobia, trauma (o como quiera llamarse). ¿Y qué hubiera ganado con curarme de ese complejo, a ver?
De las visitas
Durante una larga época, salía de mi empleo oficinesco y me zambullía en alguna sala de exposición pictórica. Las había en gran cantidad en las calles céntricas, particularmente en Florida, Maipú, Suipacha y Esmeralda. Y los viernes, que para mí era un día semi festivo porque los sábados y domingos no trabajaba ni viajaba a la Capital, iba a eventos culturales y reuniones que absorbían mucho más tiempo, como conferencias, conciertos, peñas y mesas redondas de artistas y literatos. Sin duda asistí a centenares de eventos culturales y podría escribir innumerables crónicas y relatos de la mayoría de ellos. Esto explica por qué, en Monte Grande, jubilado, no asisto a eventos culturas... ni de ninguna índole.
Volviendo al hilo de mi relato, en esos eventos capitalinos fui conociendo a muchos artistas y literatos. Con algunos hubo una larga amistad. Otros se fueron perdiendo de vista, casi siempre por mi culpa porque al convertirme en Pami, dejé de viajar a la Capital, salvo por algún trámite imprescindible.
Algunos colegas de las artes y las letras vinieron a visitarme a Monte Grande en esos tiempos o posteriormente, ya fuera para compartir un asado, o mejor, lo que preferían casi todos los bohemios ¡una buena tallarinada! Vinieron el pintor Lubrano y su señora Catalina. Él había empezado como dibujante humorístico en la otrora famosa revista Patoruzú, no obstante lo cual no tuvo la precaución de coleccionarla para su archivo particular. Por eso se sorprendió y alegró mucho al ver que yo tenía todos los números en los que salían dibujos suyos, y que eran de la década del treinta. Me gustaría, me dijo emocionado, que hiciéramos fotocopia de las páginas que traen dibujos míos. A eso respondí: No, ¡mejor te regalo los números que te interesan! No eran pocos; uno o dos buenos paquetes. Bueno, respondió; ya vamos a combinar, para otro día, así tenés tiempo de seleccionarlos, hacer el o los paquetes... y yo, en retribución, te traigo uno de mis óleos. Lubrano solía hacer alguna que otra muestra de sus cuadros en Buenos Aires por simple compromiso con su representante o con salas de arte. Pero su público y su clientela estaban en La Habana, Cuba, que era donde exponía asiduamente. Pasó el tiempo y los acontecimientos políticos de la época nos fueron distanciando e incomunicando. No supe más de él.
También vinieron a casa la pintora Alicia Sicsú y su marido poeta, que me dejaron sendas hermosas dedicatorias. Ella después pintó el mural que hay en el Centro Atómico de Ezeiza.
Estuvieron también el pintor Leonardo Alessi y señora. Curiosamente él no era pintor sino vendedor de reproducciones y libros de pintura, que correteaba en las oficinas céntricas. En esas circunstancias fue que lo conocí. Y resulta que de tanto empaparse con el arte pictórico, un buen día se le ocurrió empezar a pintar. Pero como carecía de la técnica necesaria, bosquejaba y coloreaba motivos abstractas, que fue perfeccionando con el tiempo hasta lograr una figuración de sus temas. Recuerdo que la última muestra suya que vi en alguna galería de la calle Florida, me produjo muy buena impresión.
La gorda Sara Preto, una original artista que tallaba esculturas con troncos y ramas que iba a elegir previamente a los aserraderos para comprarlas tal como venían de los montes a fin de que tuvieran ciertas características que le permitieran lograr determinadas figuras humanas. Como Modigliani, era de una familia que estaba en buena posición económica, pero ella renunció a todo por el arte, viviendo muy pobremente en un altillo de San Telmo. Estuve en su taller en una o dos oportunidades. Era un cuartucho de madera, enclenque, con apenas lugar para trabajar y donde además tenía su catre y su cocina, que consistía en una mesa con un calentador Primus. Su alimento común era un cubito de hacer caldo, que hervía en una jarra, y al que luego echaba pedacitos de pan. Los colegas que la conocían de muchos años atrás, decían que ese era su único alimento y que probablemente murió de desnutrición. Después de su fallecimiento, en el que fuera su taller, los colegas hicieron una especie de museo en el que todos los que la conocimos contribuimos con la donación de un cuadro. Yo doné un óleo que representaba la cabeza de un indio. Ella vino a casa en una oportunidad, atraída por la fama de mis tallarinadas, y como no podía con su genio, recuerdo que me pidió unas ramitas secas, papel de diario y cola vinílica e inmediatamente modeló una banco de plaza con una pareja sentada, que guardé de recuerdo por muchos años, hasta que se perdió o desintegró entre mis tantas ordenadas cosas.
Una visita asidua era la de Adalberto - Beto - Casadevant y señora, que tenían una casita de fin de semana por Monte Chico, a la que solíamos visitarlos con Eva en los tiempos que teníamos nuestro poderoso Citroen 2 CV. El Beto era un finísimo vate, con muchos poemas premiados; y también fue autor de la letra de varios tangos, que fueron publicados en pentagrama y ejecutados por orquestas típicas. Su sueño, que no llegó a cristalizarse, era publicar un libro de sus poesías.
Ciryl O' Brian, pintor, poeta, actor, bohemio trotamundos, de quien tengo un cuadro, vino muchas veces a casa. Hombre sumamente alegre, simpático y de una cultura tan vasta que yo diría insuperable, era hijo de un pintor irlandés, a quien tuve la suerte de conocer. Ciryl me confesó que nunca podía vivir más de dos o tres meses en un mismo sitio. Por eso pasaba la vida viajando constantemente de una provincia o de un país a otro, siempre a dedo, pues no tenía un centavo. Si se le hacía la noche en algún lugar, decía simplemente: ¿Che, puedo "apolillar" en el galpón, en el lavadero, donde sea, hasta mañana, porque mañana me voy? Si era preciso, dormía en el suelo, a lo cual estaba acostumbrado y contaba que en más de una oportunidad en su vida de trotamundos, lo hacía a la intemperie. A la mañana se iba, desde luego. No le gustaba ocasionar más molestia que lo imprescindible. Recorrió casi todo el mundo en especial Latinoamérica y siendo más joven fue explorador. En Colombia o Venezuela, no recuerdo bien, dirigió algunas películas. Y ojo que nada de esto era cuento. En su casa, en el barrio de Saavedra, me mostró recortes de diarios que atestiguaban sus palabras. En Monte Grande, en una o dos oportunidades visitamos a Blanquita Viglione y su marido Patoco. (Un día reciente ella me mostró un frasco que decoré y le obsequié en esa época ¡hace como treinta años! Más o menos, vaya uno a acordarse con precisión). Una vez lo llevé a O' Brian a conocer al Beto Casadevant y por supuesto éste y su señora Cotita simpatizaron con nuestro alegre trotamundos que, a invitación de ellos se quedó unos días allí. En una oportunidad, el irlandés errante - como lo llamaba yo - me invitó a a recorrer el mundo con él, ya que yo era soltero y él como si lo fuera porque se había separado hacía lustros. Así, sin dinero, a la ventura, me pareció una verdadera locura. Me acuerdo que me dijo: No se necesita un centavo para eso. Gente como vos, como yo y como el Beto Casadevant hay en todos los rincones del planeta. Vení conmigo y lo vas a comprobar.
También vino a casa y en varias oportunidades Virginia Rodas, poeta griega nacida precisamente en la isla de Rodas (de ahí su pseudónimo), autora de varios libros de poemas, recitadora y conferencista conocida en el ambiente porteño. Aparecieron varios poemas suyos en la revista Taller y en nuestra Antología de Poetas Argentinos.
Asiduo visitante de casa eran el escritor Aldo Cammarota - entonces soltero - y su madre, a quien le gustaban los tallarines caseros hechos por la mía. Kamen Camenoff, el padre de Elena la poeta local, me dijo que en una foto antigua estamos Cammarota, él, yo y algunos amigos más. Se la voy a pedir prestada para sacar una copia, puesto que no la tengo.
Y estaba también el pintor bohemio Chechane, Héctor García, muy conocido en el mundillo del ambiente artístico. Me lo presentó Adalberto Casadevant, que le dio alojamiento durante más de un año en su casa de fin de semana. Con Chechane hicimos gran amistad y estuvimos como un año pintando letreros de negocios por Monte Grande y hasta para una de las campañas políticas locales. Una vez le fuimos a pintar unos letreros a un negocio de Adrogué y me acuerdo que en una de esas pasó Rómulo Barbieri, ex compañero de trabajo, que también se había jubilado como yo y vivía a unas cuadras de la Estación. Quedamos en vernos allí mismo al día siguiente, pero por algún imprevisto no apareció. Chechane solía hacer algunas ilustraciones para libros, que le encargaban pequeñas editoriales de la Capital. Me regaló algunos de sus cuadros y bocetos. Me hizo un retrato al óleo en el cual se me ve mucho más viejo de lo que era entonces. Pero me sirve en la actualidad.
También en casa nos acordamos de Gloria Corinaldesi, psicóloga y poeta, de la que tengo uno de sus libros.
Perdimos todo contacto con ella, como con la mayoría de los colegas y amigos.
Por supuesto que después hay una legión de artistas y literatos de estas últimas décadas, tanto de Monte Grande como de la Capital y localidades del Gran Buenos Aires, nos han visitado y siguen haciéndolo, pero nombrarlos solamente sería una lista muy larga.
Calles abrileñas
Mirá: ¿qué querés que te diga? Por más vueltas que le dé al asunto, las calles de Monte Grande me gustan más en otoño, cuando sus túneles vegetales presentan distintas tonalidades colorísticas que van desde el amarillo hasta el ocre más intenso. Ciertos sectores del follaje, parecen esas catedrales europeas góticas con santos y mil ornamentos barrocos y rococó de oro puro. ¡De veras! ¿vos te reís?... Por eso en abril, las calles Sarmiento, Constanzó, Mariano Alegre y muchísimas otras, ofrecen un espectáculo paradisíaco, que lo tengo grabado en la memoria, y suele entreverarse hasta en mis sueños. Ojo: no me refiero a todas las calles del pueblo, sino a las antiguas, que son las que justamente cuentan con árboles añejos, altos y de espeso follaje. Muchas veces me digo: Si fuera pintor, agarro y me vengo acá con mi caballete, pinceles y demás y pinto esta imagen tal como la veo. O pienso también: Si supiera tomar unas buenas fotos en colores como lo hace esa fenómena de Susy, agarro la cámara y media docena de rollos y me recorro todo el pueblo para tomar tomo un montón de instantáneas de esos túneles o catedrales vegetales, tomando también la calzada y las aceras sembradas de hojas otoñales. Después elijo las que me parecen mejores, las hago ampliar en lo de Copy Express, que está ahí frente a Frávega, y las pego en la pared del comedor, la cocina, mi pieza, hasta el baño mirá. O si no, mejor todavía, hago ampliar unas treinta o cuarenta, las hago enmarcar y las presento en la sala de exposiciones de El Telégrafo. ¿Cómo en el Correo? ¿qué tiene que ver el Correo? El Telégrafo, que está en Alem. ¿No conocés El Telégrafo? ¿Entonces vos no sos "curto" como yo, y pertencés a la despreciable clase de los "mersones"? Claro que para exponer en El Telégrafo, tendría que hablar con dl Director de Cultura, o con Rita Brañas, no sé cómo es la milonga. ¿Sabés qué regio sería una exposición así? Una muestra fotográfica que podría intitularse "Las calles de mi pueblo". Se harían las tarjetas de invitación y todo eso. ¿Y quién haría la presentación, decir las palabras alusivas y apropiadas cuando se inaugura una muestra de esta clase? ¿y quién sino Isabel Rubio Gil?
Ahora estoy justo en Ocantos esquina Sarmiento y voy rumbo a casa. Si siguiera por la primera, casi en la esquina con Echeverría, nos encontraríamos con la casa de Héctor Senra, músico, dibujante y pintor de larguísima trayectoria en el arte, lamentablemente fallecido hace unos meses. Si siguiéramos unas cuadras más, nos encontraríamos con la casa de Raquel de Toro, distinguida escritora y poeta. Pero yo doblo por Sarmiento, como te decía, rumbo a mi casa. Como me pasa siempre con esta y cualquier otra calle del pueblo, a menos que me distraiga y absorba una preocupación especial, el pasado vuelve a mi memoria en forma instantánea e inevitable.
Acá mismo, en la segunda cuadra, a mi izquierda, dando la espalda al ferrocarril, hay un enorme chalet de dos plantas de pésima estética arquitectónica, sin duda estilo cuchuflito. Es cuadrado. No sé si fue una genialidad del arquitecto, o idea de su primitivo y difunto dueño, que era un aviador y pereció en un lamentable accidente de su oficio. En la misma mano, unos metros de ese chalet hay una casa que fuera del constructor Francisco Leoz, fallecido ya, hombre muy amable y saludador hasta el punto de que si estaba lejos, en vez de hacerse el distraído como otros, agitaba la mano a lo alto y sonreía.
Siguiendo por Sarmiento, ahora cruzo Independencia y a la derecha me encuentro con la vieja casona del matrimonio Dodds, un inglés casado con una española, que tenía dos hijos, Robertito y Teresita. Ésta, que no se había casado - no sé si lo hizo porque hace mucho que no la veo- quizá viva aún allí. En alguna ocasión que tengamos tiempo, te voy a contar cómo conocí a los Dodds, una gente macanuda hace más de medio siglo, en el campo, en la casa quinta Los Paraísos, que tenía entrada por La Colorada, casa quinta que hoy es un barrio. Es una historia muy entretenida y densa, como para una novela o para cuando se me dé la loca de escribir mis Memorias, en las que parece que no, pero tengo mucho que contar porque viví dos existencias: la de Italia y la de la Argentina.
Y `pasando esa casona de los Dodds, en la mano derecha también, está la familia Macri, que una de las chicas es peluquera. Creo que uno de los Macri era bandoneonista de un antiguo conjunto musical de nuestro pueblo. No recuerdo bien si era papá o tío de las chicas.
Y en la esquina, llegando a la Avenida San Martín y cruzándola - y siempre sobre la mano derecha, en la ochava, me encuentro con una escuela. Pero muchas décadas atrás, esa construcción y varios terrenos vecinos eran del matrimonio asturiano Junco. Donde ahora los alumnos salen a recreo, había un molino de viento, que venía a ser el ancestro del bombeador eléctrico, hoy reemplazado por el medidor de Aguas Argentinas. Yo lo veía siempre al señor Junco, que con un furgón, hacía un reparto de productos del Frigorífico Monte Grande, cuyos restos están en la cuadra siguiente, y parece algo así coo el Coliseo de Roma, aunque sin la menor atracción turística. Los Junco dejaron tres hijos varones. Los dos mayores iban a la escuela primaria conmigo, a la Nº l, esa que está frente a la Plaza Mitre. El mayor, Francisco, cuando estábamos en la primera adolescencia, me acuerdo que ganaba concursos de aeromodelismo de madera balsa y en una revista Hobby, que a lo mejor tengo en mi ordenado archivo aparece él en una foto, con su planeador. Se veía que le gustaba la aviación, de modo que no es de extrañarse que después entrara en el aeródromo de Ciro Comi, donde aprendió bien-bien la mecánica de los aviones. Más adelante se independizó y puso un taller por allá, por Morón o Hurlingham, donde arreglaba y armaba avionetas. Francisco voló por todo el país y países latinoamericanos. Un día se cansó de todo eso, vendió y se compró una estancia con la que debe seguir aún. Al lado del colegio, yendo por Sarmiento viven los dos hermanos de Francisco. Él vive también a continuación del colegio, pero sobre la Avenida San Martín.
Claro que si siguiera caminando por Sarmiento hasta Bruzzone y aún más allá, me encontraría con muchas casas antiguas y recuerdos más. Pero yo doblo por San Martín, rumbo a mi casa... y... ¡hola! ¡hola Ignacio!...¿me escuchás Ignacio?... ¡paaa!...¡se terminó la tarjeta!... ¡Estas malditas y mezquinas Empresas de teléfonos celulares! ¡Hablás dos palabras y ya se termina la tarjeta! Moraleja: palomas mensajeras o señales de humo. ¡Es lo más barato!
Epílogo
Aunque quedó bien claro en el comienzo del presente texto, no está de más reiterar que salvo unas pocas, las opiniones de su protagonista principal - Juan Pueblo.- no son las mismas de su recopilador, el que esto escribe. Con atinencia a los ex intendentes y/o comisionados municipales, funcionarios y amigos del poder de nuestro Pasado, v.g., ¡estoy en total desacuerdo con lo que opina nuestro amigo! Para mí, todos sin excepción, fueron caballeros de intachable honestidad, generosos y cultos, y no sólo pongo las manos en el fuego por todos ellos, sino que jamás los olvido a la hora de mis oraciones.
Índice Y OTROS DETALLES E INCLUSO TAPA y CONTRATAPA.
Buenas Noches, he leido una interesante y detallada crónica de Monte Grande, lo felicito por la compilacion de tantos datos, el motivo de este mensaje es saber si conoce la ubicacion (y si está en pie) la la Quinta La Malvina, que menciona como propiedad de Luciano Degoy y luego de Recondo/ Suarez / Testa. La razon de mi interes es que recopilo la obra de arquitectos franceses y la comparto en la web y tengo esta foto, por todo dato y el nombre de Lucien Degoy. http://arquitectos-franceses-argentina.blogspot.com.ar/2015/07/arquitecto-edouard-stanislas-louis-le_29.html Tengo algunas fotos actuales de la quinta de Perrone, no se si hay algun libro de M G que tenga alguna antigua. Sin otro particular, lo saludo atte.
ResponderEliminarlo contacte por facebook, pero por las dudas, le dejo mi mail aqui. alejmachado@gmail.com
BUENOS DIAS SR. DI MARTINO,DESDE YA DE LEER TANTA CULTURA A MI EDAD QUE SOLO SE MUDO A MONTE GRANDE Y LUIS GUILLON A MIS 6 ANIOS Y MIS PROGENITORES NUNCA ME HABLARON DE LA ZONA,SOSO EL DIARIO VIVIR Y UNA FLIA. DIS'FUNCIONAL OBVIO NO UBO COMUNICACION Y SOLO EL DEBER DE CUMPLIR CON EL PERIODO ESCOLAR Y CON MI PROBLEMA DE CONCENTRACION NADA...PERO FUIO COOPERADORA DEL INSTITUTO SANTIAGO DEL ESTERO CON CERTIFICADO DE SECRETARIADO Y 3 ANIOS DE BACHILLERATO EN NACIONES UNIDAS Y OTROS DIPLOMAS..PERO COMO NO HAY CIERTAS INFORMACIONES PARA LA NUEVA GENERACION Y NI QUE HABLAR CUANDO SE EMMIGRA,SI LA MAMA Y EL PAPA NO LE INCULCA O LE ENSENIA DE LA PATRIA DONDE NACIO,SE PIEDE TREMENDAMENTE Y LO AMERICANISANNNNNNNNNN QUE PENA Y TRITEZA ME DA Y QUE ORGULLO QUE UD.ESCRIBIO TODO ESTA INFORMACION LITERARIA QUE NO TIENE PRECIO AL MENOS PARA MI,GRACIAS POR POSTEARLO SR. DI MARTINO.ATTE. PATRICIA JANKOVITS DESDE TORONTO'ONTARIO¿CANADA POR AHORA....
ResponderEliminarBUENOS DIAS SR. DI MARTINO,DESDE YA DE LEER TANTA CULTURA A MI EDAD QUE SOLO SE MUDO A MONTE GRANDE Y LUIS GUILLON A MIS 6 ANIOS Y MIS PROGENITORES NUNCA ME HABLARON DE LA ZONA,SOSO EL DIARIO VIVIR Y UNA FLIA. DIS'FUNCIONAL OBVIO NO UBO COMUNICACION Y SOLO EL DEBER DE CUMPLIR CON EL PERIODO ESCOLAR Y CON MI PROBLEMA DE CONCENTRACION NADA...PERO FUIO COOPERADORA DEL INSTITUTO SANTIAGO DEL ESTERO CON CERTIFICADO DE SECRETARIADO Y 3 ANIOS DE BACHILLERATO EN NACIONES UNIDAS Y OTROS DIPLOMAS..PERO COMO NO HAY CIERTAS INFORMACIONES PARA LA NUEVA GENERACION Y NI QUE HABLAR CUANDO SE EMMIGRA,SI LA MAMA Y EL PAPA NO LE INCULCA O LE ENSENIA DE LA PATRIA DONDE NACIO,SE PIEDE TREMENDAMENTE Y LO AMERICANISANNNNNNNNNN QUE PENA Y TRITEZA ME DA Y QUE ORGULLO QUE UD.ESCRIBIO TODO ESTA INFORMACION LITERARIA QUE NO TIENE PRECIO AL MENOS PARA MI,GRACIAS POR POSTEARLO SR. DI MARTINO.ATTE. PATRICIA JANKOVITS DESDE TORONTO'ONTARIO¿CANADA POR AHORA....
ResponderEliminarBuen día quisiera contactarme con el autor para saber sobre el tema de los hornos de ladrillo y familias que vivían de esa actividad. Gracias
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